miércoles, 3 de agosto de 2011

Un amante de ensueño. Capitulo 7

Yare lo miró de reojo.
- Claro, ¿le pasa algo?
- ¿Sabes cómo sacarlo del libro? De forma permanente, quiero decir.
- Ni idea -contestó y se dirigió a Nick-. ¿Tú sabes algo al respecto?
- No he dejado de repetírselo: es imposible.
Yare asintió con la cabeza.
- Es muy testaruda. Nunca presta atención a lo que se le dice, a menos que sea lo que ella quiere oír.
- Testaruda o no -añadió __ dirigiéndose a Nick-, no puedo imaginar una sola razón por la cual querrías permanecer encerrado en un libro.
Nick apartó la mirada.
- ___, no lo agobies.
- Eso es lo que intento, librarlo del agobio de su confinamiento.
- De acuerdo -dijo Yare, cediendo finalmente-. Muy bien, Yare, ¿qué horrible pecado cometiste para acabar metido en un libro?
- Hubris[¿?][1] .
- ¡Ooooh! -exclamó Yare con tono fúnebre-, eso no es nada bueno. __, puede que tenga razón. Solían hacer cosas como despedazar a la gente por eso. Deberías haber prestado atención durante las clases de cultura clásica. Los dioses griegos son realmente despiadados en lo referente a los castigos.
___ entrecerró los ojos para mirarlos.
- Me niego a creer que no exista ningún modo de liberarlo. ¿No podemos destruir el libro, o convocar a uno de tus espíritus, o hacer algo para ayudarlo?
- ¡Vaya!, ¿ahora crees en mi magia vudú?
- No mucho, la verdad. Pero te las arreglaste para traerlo hasta aquí. ¿Es que no puedes pensar en algo que sirva de ayuda?
Yare se mordisqueó el pulgar en un gesto pensativo.
- Nick, ¿qué dios estaba a tu favor?
Él inspiró hondo, como si estuviese realmente cansado de sus preguntas.
- En realidad, ninguno de ellos me apreciaba mucho. Como era un soldado, normalmente dedicaba sacrificios a Atenea, pero tenía más contacto con Eros.
Yare le dedicó una sonrisa traviesa.
- El dios del amor y el deseo; lo comprendo perfectamente.
- No es por lo que crees -le contestó él agriamente.
Yare lo ignoró.
- ¿Has intentado alguna vez recurrir a Eros?
- No nos hablamos.
___ puso los ojos en blanco ante el despreocupado sarcasmo de Nick.
- ¿Por qué no intentas convocarlo? -le sugirió Yare.
___ le lanzó una furiosa mirada.
- Yarelys, ¿podrías hacer el esfuerzo de ser un poco más seria? Sé que me he burlado de tus creencias durante todos estos años, pero ahora estamos hablando de la vida de Nick.
- Estoy hablando totalmente en serio -le contestó con énfasis-. Lo mejor para Nick sería invocar a Eros y pedirle ayuda.
*¿Qué demonios?* -pensó ___. La noche anterior, no creía que pudieran invocar a Nick. Quizás Yare tuviese razón.
- ¿Lo intentarás? -le preguntó ___.
Nick suspiró resignado, pero daba la impresión de que estaba más que dispuesto a zarandearlas a las dos. Con aspecto ofendido, echó la cabeza hacia atrás y mirando al techo dijo:
- Cupido, bastardo inútil, invoco tu presencia.
___ alzó las manos.
- ¡Joder!, no entiendo cómo no se aparece después de llamarlo de ese modo.
Yarelys se rió.
- Muy bien -dijo ___-. De todas formas no me creo nada de este abracadabra. Vamos a dejar las bolsas en mi coche y a buscar un sitio donde comer; allí podremos pensar algo más productivo que invocar al tal «Cupido, bastardo inútil». ¿Estan de acuerdo?
- Por mí bien -contestó Yare.
___ le dio la bolsa con la ropa de su marido.
- Aquí están las cosas de Joe.
Yare miró en el interior y frunció el ceño.
- ¿Dónde está la camiseta de tirantes?
- Luego te la doy.
Yare se rió de nuevo.
Nick caminaba tras ellas, escuchando sus bromas mientras salían de la tienda.
Afortunadamente, ___ había encontrado aparcamiento justo en el estacionamiento del centro comercial.
Nick las observó dejar las bolsas en el coche. Si lo pensaba un poco, tenía que admitir que le gustaba el hecho de que ___ estuviese tan interesada en ayudarlo.
Nadie lo había estado antes.
Había recorrido el camino de su existencia en solitario, apoyándose en su inteligencia y en su fuerza. Incluso antes de ser maldecido estaba cansado de todo. Cansado de la soledad, de no contar con nadie en este mundo y, lo más importante, de no tener a nadie que se preocupara por él.
Era una pena que no hubiese conocido a ___ antes de la maldición. Ella habría sido un bálsamo
para su inquietud. Pero de todos modos, las mujeres de su época no se parecían a las actuales;
esas mujeres lo trataban como a una leyenda a la que temer o aplacar, pero ___ lo miraba como a un
igual.
¿Qué tenía ___ que la hacía parecer única? ¿Qué había en ella que le permitía llegar a lo
más hondo de su alma, cuando su propia familia le había dado la espalda?
No estaba muy seguro. Pero era una mujer muy especial. Un corazón puro en un mundo plagado de
egoísmo. Nunca había creído posible encontrar a alguien como ella.
Incómodo ante el rumbo que estaban tomando sus pensamientos, echó un vistazo a la multitud. Nadie
parecía molesto con el opresivo calor reinante en aquella extraña ciudad.
Captó la discusión que una pareja mantenía justo enfrente de donde ellos se encontraban; la mujer
estaba enfadada porque su marido se había olvidado algo. Con ellos había un niño, de unos tres o
cuatro años, que caminaba entre ambos.
Nick les sonrió. No podía recordar la última vez que había visto a una familia inmersa en sus
quehaceres. La imagen despertó una parte de él que apenas si recordaba tener. Su corazón. Se
preguntó si esas personas sabrían el regalo que suponía tenerse los unos a los otros.
Mientras la pareja continuaba con la discusión, el niño se detuvo. Algo al otro lado de la calle
había captado su atención.
Nick contuvo el aliento al darse cuenta de lo que el niño estaba a punto de hacer.
___ cerró en ese momento el maletero del coche.
Por el rabillo del ojo, vio una mancha azul que cruzaba la calle a toda carrera. Le llevó un
segundo darse cuenta de que se trataba de Nick, atravesando como una exhalación el aparcamiento.
Frunció el ceño, extrañada, y entonces vio al pequeñín que se internaba en la calle atestada de
coches.
- ¡Oh, Dios mío! -jadeó cuando escuchó que los vehículos comenzaban a frenar en seco.
- ¡Steven! -gritó una mujer.
Con un movimiento propio de una película, Nick saltó el muro que separaba el aparcamiento de la
calle, cogió al niño al vuelo y protegiéndolo sobre su pecho, se abalanzó sobre la luna del
coche que acababa de frenar, dio un salto lateral y acabó en el otro lado.
Aterrizaron a salvo en el otro carril, un segundo antes de que otro coche colisionara con el primero
y se abalanzara directamente sobre ellos.
Horrorizada, ___ observó cómo Nick se subía de un salto a la capota de un viejo Chevy, se
deslizaba por el parabrisas y se dejaba caer al suelo, rodando unos cuantos metros hasta detenerse
por fin y quedarse inmóvil, tendido de costado.
El caos invadió la calle, que se llenó de gritos y chillidos, mientras la multitud rodeaba el
escenario del accidente.
___ no podía dejar de temblar. Aterrorizada, cruzó la muchedumbre, intentando llegar al lugar
donde había caído Nick.
- Por favor, que esté bien; por favor, que esté bien -murmuraba una y otra vez, suplicando que
hubiesen sobrevivido al golpe.
Cuando logró atravesar la marea humana y llegó al lugar donde había caído, vio que Nick no
había soltado al niño. Aún lo tenía firmemente sujeto, a salvo entre sus brazos.
Incapaz de creer lo que veía, se detuvo con el corazón desbocado.
¿Estaban vivos?
- No he visto nada igual en mi vida -comentó un hombre tras ella.
Todos los congregados eran de la misma opinión.
Cuando vio que Nick comenzaba a moverse, se acercó muy despacio y muy asustada.
- ¿Estás bien? -escuchó que le preguntaba al niño.
El pequeño contestó con un lastimero aullido.
Ignorando el ensordecedor grito, Nick se puso en pie, lentamente, con el niño en brazos.
¿Cómo se las había arreglado para mantener cogido al pequeño?
Se tambaleó un poco y volvió a recuperar el equilibrio sin soltar al niño.
____ lo ayudó a mantenerse en pie sujetándole por la espalda.
- No deberías haberte levantado -le dijo cuando vio la sangre que le empapaba el brazo izquierdo.
Él no pareció prestarle atención.
Tenía una extraña y lúgubre mirada.
- ¡Shh! Ya te tengo -murmuró-. Ahora estás a salvo.
Esta actitud la dejó asombrada. Aparentemente, no era la primera vez que consolaba a un niño.
Pero, ¿cuándo habría estado un soldado griego cerca de un niño?
A menos que hubiera sido padre.
La mente de ___ giraba a velocidades de vértigo, sopesando las posibilidades, mientras Nick dejaba
a la llorosa criatura en brazos de su madre, que sollozaba aún más fuerte que el niño.
¡Señor!, ¿era posible que Nick hubiese tenido hijos? Y si era cierto, ¿dónde estaban esos
niños?
¿Qué les habría sucedido?
- Steven -gimoteó la mujer mientras abrazaba al niño-. ¿Cuántas veces tengo que decirte que no
te alejes de mi lado?
- ¿Está bien? -preguntaron al unísono el padre del niño y el conductor, dirigiéndose a Nick.
Haciendo una mueca, se pasó la mano por el brazo izquierdo para comprobar los daños sufridos.
- Sí, no es nada -contestó, pero ___ percibió la rigidez de su pierna izquierda, donde le había
golpeado el coche.
- Necesitas que te vea un médico -le dijo, mientras Yare se acercaba.
- Estoy bien, de verdad -le contestó con una débil sonrisa, y entonces bajó la voz para que sólo
ella pudiese escucharle-; pero he de confesar que los carros hacían menos daño que los coches
cuando te chocabas con ellos.
A ___ le horrorizó su inoportuno sentido del humor.
- ¿Cómo puedes bromear con esto?, creía que habías muerto.
Él se encogió de hombros.
Mientras el hombre le daba profusamente las gracias por haber salvado a su hijo,
___ echó un vistazo a su brazo; la sangre manaba justo por encima del codo, pero se evaporaba al
instante, como si se tratara de un efecto especial propio de una película.
De pronto, Nick apoyó todo su peso sobre la pierna herida, y la tensión que se reflejaba en su
rostro desapareció.
___ intercambió una atónita mirada con Yare, que también se había percatado de lo que acababa de
suceder. ¿Qué demonios había hecho Nick?
¿Era humano, o no?
- No puedo agradecérselo lo suficiente -insistía el hombre-, creía que los dos habían muerto.
- Me alegro de haberlo visto a tiempo -susurró Nick. Extendió la mano hacia el niño.
Estaba a punto de acariciar los castaños rizos del pequeño cuando se detuvo. ___ observó las
emociones que cruzaban por su rostro antes de que él recuperara su actitud estoica y retirara la
mano.
Sin decir una palabra, volvió al aparcamiento.
- ¿Nick? -lo llamó, apresurándose para darle alcance-. ¿De verdad estás bien?
- No te preocupes por mí, ___. Mis huesos no se rompen, y rara vez sangro -en esta ocasión, la
amargura de su voz era indiscutible-. Es un regalo de la maldición. Las Parcas prohibieron mi
muerte para que no pudiera escapar a mi castigo.
___ se encogió al ver la angustia que reflejaban sus ojos.



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