martes, 2 de agosto de 2011

Un amante de ensueño. Capitulo 4

- Créeme; si pudiese irme, lo haría.-dijo nick
___ titubeó ante sus palabras, ante su significado.
- ¿Quieres decir que no puedo ordenarte que te marches?, ¿ni que regreses al libro?
- Creo que la expresión que usaste fue: "bingo".
___ guardó silencio.
Nick se puso de pie lentamente y la miró. Durante todos los siglos que llevaba condenado, ésta la primera vez que le sucedía una cosa así. El resto de sus invocadoras habían sabido lo que él significaba, y habían estado más que dispuestas a pasar todo un mes en sus brazos, utilizando felizmente su cuerpo para obtener placer.
Jamás en su vida, mortal o inmortal, había encontrado a una mujer que no le deseara físicamente.
Era...
Extraño.
Humillante.
Casi embarazoso.
¿Sería un indicio de que la maldición se debilitaba?, ¿de que quizás pudiera liberarse?
No. En el fondo sabía que no era cierto, aun cuando su mente se esforzaba en aferrarse a la idea. Cuando los dioses griegos decretan un castigo, lo hacen con un estilo y con un ensañamiento que ni siquiera dos milenios pueden suavizar.
Hubo una época, mucho tiempo atrás, en la que había luchado contra la condena. Una época en la que había creído que podría liberarse. Pero después de dos mil años de encierro y tortura despiadada, había aprendido algo: resignación.
Se merecía este infierno personal y, como el soldado que una vez había sido, aceptaba el castigo.
Sentía un nudo en la garganta y tragó para intentar deshacerlo. Extendió los brazos a los lados y ofreció su cuerpo a ___.
- Haz conmigo lo que desees. Sólo tienes que decirme cómo puedo complacerte.
- Entonces deseo que te marches.
Nick dejó caer los brazos.
- En eso no puedo complacerte.
Frustrada, ___ comenzó a caminar nerviosa de un lado a otro. Finalmente, sus hormonas habían regresado a la normalidad y, con la cabeza más despejada, se esforzó por encontrar una solución. Pero por mucho que la buscaba, no parecía haber ninguna.
Un dolor punzante se instaló en sus sienes.
¿Qué iba a hacer un mes -un mes entero- con él?
De nuevo, una visión de Nick tumbado sobre ella, con el pelo cayéndole a ambos lados del rostro, formando un dosel alrededor de sus cuerpos mientras se introducía totalmente en ella, la asaltó.
- Necesito algo... -a Nick le falló la voz.
___ se dio la vuelta para mirarle, con el cuerpo aún suplicándole que cediera a sus deseos.Sería tan fácil rendirse ante él... Pero no podía cometer ese error. Se negaba a usar a Nick de ese modo. Como si...
No, no iba a pensar en "eso". Se negaba a pensar en eso.
- ¿Qué? -preguntó ella.
- Comida -contestó Nick-. Si no vas a utilizarme de forma apropiada, ¿te importaría si como algo?
La expresión avergonzada y teñida de desagrado que adoptó su rostro le indicó a ___ que no le gustaba tener que pedir.
Entonces cayó en la cuenta de algo; si para ella esto resultaba extraño y difícil, ¿cómo demonios se sentiría él después de haber sido arrancado de donde quiera que estuviese, para ser arrojado a su vida como si fuese un guijarro lanzado con un tirachinas? Debía ser terrible.
- Por supuesto -le dijo mientras se ponía en movimiento para que él la siguiera-. La cocina está aquí -lo guió por el corto pasillo que llevaba a la parte trasera de la casa.
Abrió el frigorífico y se apartó para que él echara un vistazo.
- ¿Qué te apetece?
En lugar de meter la cabeza para buscar algo, se quedó a medio metro de distancia.
- ¿Ha quedado algo de pizza?
- ¿Pizza? -repitió ___ asombrada. ¿Cómo sabría él lo que era una pizza?
Nick se encogió de hombros.
- Me dio la impresión de que te gustaba mucho.
A ___ le ardieron las mejillas mientras recordaba el tonto jueguecito al que se dedicaron mientras comían. Yare había hecho otro comentario acerca de reemplazar el sexo con la comida, y ella había fingido un orgasmo al saborear el último trozo de pizza.
- ¿Nos escuchaste?
Con una expresión hermética, él contestó en voz baja.
- El "esclavo sexual" escucha todo lo que se dice en las proximidades del libro.
Si las mejillas le ardieran un poco más, acabarían explotando.
- No quedó nada -dijo rápidamente, desando meter la cabeza en el congelador para enfriársela-.
Tengo un poco de pollo que me sobró de ayer, y también pasta.
- ¿Y vino?
Ella asintió con la cabeza.
- Está bien.
El tono despótico que utilizó Nick hizo estallar su furia. Era uno de esos tonillos usados por un
típico Tarzán que en el fondo quería decir: "Yo soy el macho, nena. Tráeme la comida." Y había
conseguido que le hirviera la sangre.
- Mira, tío, no soy tu cocinera. Como te pases conmigo te daré de comer Alpo[{}][1] .
Él arqueó una ceja.
- ¿Alpo?
- Olvídalo -aún irritada, sacó el pollo y lo preparó para meterlo en el microondas.
Nick se sentó a la mesa con ese aura de arrogancia tan masculina que acababa con todas sus buenas
intenciones. Deseando tener una lata de Alpo, ___ sirvió un poco de pasta en un cuenco.
- De todos modos, ¿cuánto tiempo has estado encerrado en ese libro? ¿Desde la Edad Media? -al
menos su forma de actuar correspondía a la de la época.
Él permaneció sentado, tan quieto como una estatua. Nada de mostrar sus emociones. Si no lo
hubiese conocido mejor, habría pensado que se trataba de un androide.
- La última vez que fui convocado fue en el año 1899.
- ¿En serio? -___ se quedó con la boca abierta mientras metía el cuenco en el microondas- ¿En
1899? ¿Estás hablando en serio?
Él asintió con la cabeza.
- ¿En qué año te metieron en el libro?, la primera vez quiero decir.
La ira se adueñó de su rostro con tal intensidad que ___ se asustó.
- Según tu calendario, en el año 149 a.C.
___ abrió los ojos de par en par.
- ¿En el año 149 antes de Cristo? ¡Jesús, María y José! Cuando te llamé Nicholas de Macedonia
era cierto. Eres "de"Macedonia.
Él asintió con un gesto brusco.
Los pensamientos de ___ giraban como un torbellino mientras cerraba el microondas y lo ponía en
marcha. Era imposible. ¡Tenía que ser imposible!
- ¿Cómo te metieron en el libro? A ver, según tengo entendido, los antiguos griegos no tenían
libros, ¿verdad?
- Originalmente fui encerrado en un rollo de pergamino que más tarde fue encuadernado como medida
de protección -dijo con un tono sombrío y el rostro impasible-. Y con respecto a qué fue lo que
hice para que me castigaran: invadí Alexandria.
___ frunció el ceño. Aquello no tenía ni pizca de sentido; como el resto de todo lo que estaba
sucediendo.
- ¿Y por qué ibas a merecerte un castigo por invadir una ciudad?
- Alexandria no era una ciudad, era una sacerdotisa virgen del dios Príapo.
____ se tensó ante el comentario, y ante la magnitud del castigo que implicaba «invadir» a una
mujer. Encerrar al autor de la invasión para toda la eternidad era un poco excesivo.
- ¿Violaste a una mujer?
- No la violé -contestó mirándola con dureza-. Fue de mutuo consentimiento, te lo aseguro.
Vale, ése era un tema sensible para él. Se percibía claramente en su gélida conducta. No le
gustaba hablar del pasado. Tendría que ser un poquito más sutil en su interrogatorio.
Nick escuchó el extraño timbre, y observó cómo ___ apretaba un resorte que abría la puerta de
la caja negra donde había introducido su comida.
Ella sacó el humeante cuenco de comida y lo colocó ante él, junto con un tenedor plateado, un
cuchillo, una servilleta de papel y una copa de vino. El cálido aroma se le subió a la cabeza e
hizo que el estómago rugiera de necesidad.
Se suponía que debía estar perplejo por el modo tan rápido en que ella había cocinado, pero
después de haber oído hablar de artefactos con nombres extraños como "tren, cámara, automóvil,
fonógrafo, cohete y ordenador", Nick dudaba que cualquier cosa pudiese tomarlo por sorpresa.
En realidad, no quedaba ningún sentimiento en él, aparte del deseo; hacía mucho que había
desterrado todas sus emociones.
Su existencia no era más que una sucesión de fragmentos temporales a lo largo de los siglos. Su
única razón de ser era la de obedecer los deseos sexuales de sus invocadoras.
Y, si algo había aprendido en los dos últimos milenios, era a disfrutar de los escasos placeres
que podía obtener en cada invocación.
Con ese pensamiento, cogió una pequeña porción de comida y saboreó la deliciosa sensación de
los tibios y cremosos tallarines sobre su lengua. Era una pura delicia.
Dejó que el aroma de las especias y del pollo invadiera su cabeza. Había pasado una eternidad
desde la última vez que probó la comida. Una eternidad sufriendo un hambre atroz. Cerró los ojos
y tragó. Acostumbrado como estaba a la privación en lugar de a los alimentos, su estómago se
cerró ante el primer bocado. Nick apretó con fuerza el cuchillo y el tenedor mientras luchaba por
alejar el terrible dolor.
Pero no dejó de comer. No lo haría mientras hubiese comida en el cuenco. Había esperado demasiado
tiempo para poder aplacar su hambre y no estaba dispuesto a detenerse ahora.
Después de unos cuantos bocados más, los retortijones disminuyeron y le permitieron disfrutar
plenamente de la comida.
Una vez su estómago se calmó, tuvo que echar mano de todas sus fuerzas para comer como un humano y
no zamparse la comida a puñados, tal era el hambre que le devoraba las entrañas.
En momentos como éste, le resultaba muy difícil recordar que aún era humano, y no una bestia
desbocada y feroz que había sido liberada de su jaula.
Hacía siglos que había perdido la mayor parte de su condición humana. Y estaba decidido a
conservar lo poco que le quedaba.
___ se apoyó en la encimera y lo observó mientras comía. Lo hacía lentamente, de forma casi
mecánica. No dejaba entrever si le gustaba la comida, pero aún así, continuaba comiendo.
Lo que realmente le sorprendió fueron los exquisitos modales europeos que demostraba. Ella nunca
había sido capaz de comer de ese modo, y fue entonces cuando comenzó a preguntarse dónde habría
aprendido a utilizar el cuchillo para mantener la pasta en el tenedor, y evitar que se cayera.
- ¿Había tenedores en al antigua Macedonia? -le preguntó.
Nick dejó de comer.
- ¿Disculpa?
- Me preguntaba cuándo se inventó el tenedor. ¿Ya lo utilizaban en...?
*¡Estas desvariando!* Le gritó su mente.
*¿Y quién no lo haría en esta situación? Mira al tipo. ¿Cuántas veces crees que alguien ha
actuado como un imbécil y ha acabado devolviendo la vida a una estatua griega? ¡Especialmente una
estatua con ese cuerpo!*
No muy a menudo.
- Creo que se inventó a mediados del sigo XV.
- ¿En serio? -preguntó ella-. ¿Tú estabas allí?
Con una expresión ilegible, alzó los ojos y a su vez le preguntó:
- ¿A qué te refieres, al momento en que inventaron el tenedor o al siglo XV?
- Al siglo XV, por supuesto. -Y pensándolo mejor, añadió:- No estabas allí cuando se inventó el
tenedor, ¿verdad?
- No. -Nick se aclaró la garganta y se limpió la boca con la servilleta-. Fui convocado en cuatro
ocasiones durante ese siglo. Dos veces en Italia, una en Francia y otra en Inglaterra.
- ¿De verdad? -Intentó imaginarse cómo debía ser el mundo en aquella época-. Apuesto a que has
visto todo tipo de cosas a lo largo de los siglos.
- No tantas.
- ¡Oh, venga ya! En dos mil años...
- He visto mayormente dormitorios, camas y armarios.
Su tono seco hizo que ___ se detuviera y él continuó comiendo. Una imagen de Robert se le clavó
el corazón. Ella sólo había conocido a un imbécil egoísta y despreocupado. Pero parecía que
Nick tenía más experiencia en ese terreno.
- Cuéntame entonces, ¿qué haces mientras estás en el libro, te tumbas y esperas que alguien te
convoque?
Él asintió.
- ¿Y qué haces para pasar el tiempo?
Nick se encogió de hombros y ___ cayó en la cuenta de que, en realidad, no demostraba poseer un
gran número de expresiones.
Ni de palabras.
Se acercó a la mesa y se sentó en un taburete frente a él.
- A ver, de acuerdo con lo que me has dicho tenemos que estar juntos durante un mes, ¿qué tal si
nos dedicamos a charlar para hacerlo más agradable?
Nick levantó la mirada, sorprendido. No podía recordar la última vez que alguien quiso conversar
con él, excepto para darle ánimos o hacerle sugerencias que lo ayudaran a incrementar el placer
que les proporcionaba. O para pedirle que volviera a la cama.
Había aprendido a una edad muy temprana que las mujeres sólo querían una cosa de él: "esa" parte
de su cuerpo enterrada profundamente entre sus muslos.
Con esa idea en la mente, paseó lentamente la mirada por el cuerpo de ___, deteniéndose en sus
pechos, que se endurecieron bajo su prolongado escrutinio.
Indignada, ___ cruzó los brazos sobre el pecho y esperó a que él la mirara a los ojos. Nick casi
soltó una carcajada. Casi.
- A ver -dijo él utilizando sus mismas palabras-. Hay cosas que hacer con la lengua mucho más
placenteras que charlar: como pasártela por los pechos desnudos y por la garganta -bajó la mirada
hacia el lugar donde, aproximadamente, quedaría su regazo a través de la mesa-. Sin mencionar
otras partes que podría visitar.
Por un instante, ___ se quedó sin habla. Y después le encontró la gracia al asunto. Y un momento
más tarde empezó a ponerse "muy" cachonda.
Como terapeuta, había oído cosas mucho más sorprendentes que ésa, se recordó.
Sí, claro, pero no lo había dicho una persona con la que "ella"quería hacer otras cosas aparte de
hablar.
- Tienes razón, hay otras muchas cosas que se pueden hacer con una lengua; como, por ejemplo,
cortarla -le dijo, y se regodeó en la sorpresa que
reflejaron sus ojos-. Pero soy una mujer a la que le gusta mucho hablar, y tú estás aquí para
complacerme, ¿verdad?
Su cuerpo se tensó de forma muy sutil, como si se resistiera a aceptar su papel.
- Es cierto.
- Entonces, cuéntame lo que haces mientras estás en el libro.
___ sintió como sus ojos la atravesaban con una intensidad tan abrasadora que la dejó intrigada,
desconcertada y un poco asustada.
- Es como estar encerrado en un sarcófago -contestó él en voz baja-. Oigo voces, pero no puedo
ver la luz ni ninguna otra cosa. No puedo moverme. Simplemente me limito a esperar y a escuchar.
___ se horrorizó ante la simple idea. Recordaba el día, mucho tiempo atrás, en que se había
quedado encerrada accidentalmente en el armario de las herramientas de su padre. La oscuridad era
total y no había modo de salir. Aterrorizada, había sentido que se le oprimían los pulmones y que
la cabeza empezaba a darle vueltas por el miedo. Chilló y pataleó contra la puerta hasta que tuvo
las manos llenas de moratones.
Finalmente, su madre la escuchó y la ayudó a salir.
Desde entonces, ___ sentía una ligera claustrofobia debido a la experiencia. No podía imaginarse
lo que sería pasar siglos enteros en un lugar así.
- Es horrible -balbució.
- Al final te llegas a acostumbrar. Con el tiempo.
- ¿De verdad? -no estaba muy segura, pero dudaba que fuese cierto.
Cuando su madre la sacó del armario, descubrió que sólo había estado encerrada media hora; pero
a ella le había parecido una eternidad. ¿Qué se sentiría al pasar realmente una eternidad
encerrado?
- ¿Has intentado escapar alguna vez?
La mirada que le dedicó lo decía todo.
- ¿Qué sucedió? -preguntó ___.
- Obviamente, no tuve suerte.
Se sentía muy mal por él. Dos mil años encerrado en una cripta tenebrosa. Era un milagro que no
se hubiera vuelto loco. Que fuera capaz de sentarse con ella y hablar.
No era de extrañar que le hubiese pedido comida. Privar a una persona de todos los placeres
sensoriales era una tortura cruel y despiadada.
Y entonces supo que iba a ayudarlo. No sabía muy bien cómo hacerlo, pero tenía que haber algún
modo de liberarlo.
- ¿Y si encontráramos el modo de sacarte de ahí?
- Te aseguro que no hay ninguno.
- Eres un tanto pesimista, ¿no?
La miró divertido.
- Estar atrapado durante dos mil años tiene ese efecto sobre las personas.
___ lo observó mientras acababa la comida, con la mente en ebullición. Su parte más optimista se
negaba a escuchar su fatalismo, exactamente igual que la terapeuta que había en ella se negaba a
dejarlo marchar sin ayudarlo. Había jurado aliviar el sufrimiento de las personas, y ella se tomaba
sus juramentos muy en serio.
Quien la sigue, la consigue.
Y aunque tuviese que atravesar océanos o cruzar el mismo infierno, ¡encontraría el modo de
liberarlo!
Mientras tanto, decidió hacer algo que dudaba mucho que alguien hubiese hecho por él antes: iba a
encargarse de que disfrutara de su libertad en Nueva Orleáns. Las otras mujeres lo habían
mantenido encerrado en los confines de sus dormitorios o de sus vestidores, pero ella no estaba
dispuesta a encadenar a nadie.
- Bien, entonces digamos que esta vez vas a ser tú el que disfrute, tío.
Él alzó la mirada del cuenco con repentino interés.
- Voy a ser "tu" sirvienta - continuó ___-. Haremos cualquier cosa que se te antoje. Y veremos todo
lo que se te ocurra.
Mientras tomaba un sorbo de vino, curvó los labios en un gesto irónico.
- Quítate la camisa.
- ¿Cómo? -preguntó ___.
Nick dejó a un lado la copa de vino y la atravesó con una lujuriosa y candente mirada.
- Has dicho que puedo ver lo que quiera y hacer lo que se me antoje. Bien, pues quiero ver tus
pechos desnudos y después quiero pasar la lengua por...
- ¡Oye grandullón!, ¡relájate! -le dijo ___ con las mejillas ardiendo y el cuerpo abrasado por
el deseo-. Creo que vamos a dejar claras unas cuantas reglas que tendrás que cumplir estés aquí.
Número uno: nada de "eso".
- ¿Y por qué no?
"Sí", le exigió su cuerpo entre la súplica y el enfado. "¿Por qué no?"
- Porque no soy ninguna gata callejera con el rabo alzado para que cualquier gato venga, me monte y
se largue.
Nick alzó una ceja ante la cruda e inesperada analogía. Pero más que las palabras, lo que le
sorprendió fue el tono amargo de su voz. Debieron utilizarla en el pasado. No era de extrañar que
se asustase de él.
Una imagen de Selena le pasó por la mente y sintió una punzada de dolor en el pecho, tan feroz que
tuvo que recurrir a su firme entrenamiento militar para no tambalearse.
Tenía muchos pecados que expiar. Algunos habían sido tan grandes que dos mil años de cautiverio
no eran más que el principio de su condena.
No es que fuese un bastardo de nacimiento; es que, tras una vida brutal, plagada de desesperación y
traiciones, había acabado convirtiéndose en uno.
Cerró los ojos y se obligó a alejar esos pensamientos. Eso era, nunca mejor dicho, historia
antigua y esto era el presente. __________era el presente.
Y estaba en él por ella.
Ahora entendía lo que yalerlis quería decir cuando le habló sobre____. Por eso le convocaron.
Para mostrarle a _____ que el sexo podía ser divertido.
Nunca antes se había encontrado en una situación semejante.
Mientras la observaba, sus labios dibujaron una lenta sonrisa. Ésta sería la primera vez que
tendría que perseguir a una mujer para que lo aceptara. Anteriormente, ninguna había rechazado su
cuerpo.
Con la inteligencia de ____ y su testarudez, sabía que llevársela a la cama sería un reto
comparable al de tender una emboscada al ejército romano.
Sí, iba a saborear cada momento.
Igual que acabaría saboreándola a ella. Cada dulce y pecoso centímetro de su cuerpo.
______ tragó saliva ante la primera sonrisa genuina de Nick . La sonrisa suavizaba su expresión y
lo hacía aún más devastador.
¿Qué demonios estaría pensando para sonreír así?
Por enésima vez, sintió que se le subían los colores al pensar en su crudo discursito. No lo
había hecho a propósito; en realidad no le gustaba desnudar sus sentimientos ante nadie,
especialmente ante un desconocido.
Pero había algo fascinante en este hombre. Algo que ella era percibía de forma perturbadora.
Quizás fuese el disimulado dolor que reflejaban de vez en cuando esos celestiales ojos azules,
cuando lo pillaba con la guardia baja. O tal vez fuesen sus años como psicóloga, que le impedían
tener un alma atormentada en su casa y no prestarle ayuda.
No lo sabía.
El reloj de pared del recibidor de la escalera, dio la una.
- ¡Dios mío! -dijo asombrada por la hora-. Tengo que levantarme a las seis de la mañana.
- ¿Te vas a la cama?, ¿a dormir?
Si el humor de Nick no hubiese sido tan huraño, el espanto que mostró su rostro habría hecho
reír a ______ de buena gana.
- Tengo que irme.
Él frunció el ceño...
¿Dolorido?
- ¿Te ocurre algo? -preguntó ella.
Nick negó con la cabeza.
- Bueno, entonces voy a enseñarte el sitio donde vas a dormir y...
- No tengo sueño.
A _____ le sobresaltaron sus palabras.
- ¿Qué?
Nick la miró, incapaz de encontrar las palabras exactas para describirle lo que sentía. Llevaba
atrapado tanto tiempo en el libro, que lo único que quería hacer era correr o saltar. Hacer algo
para celebrar su repentina libertad de movimientos.
No quería irse a la cama. La idea de permanecer tumbado en la oscuridad un solo minuto más...
Se esforzó por volver a respirar.
- He estado descansando desde 1895 -le explicó-. No estoy muy seguro de los años que han
transcurrido, pero por lo que veo, han debido ser unos cuantos.
- Estamos en el año 2009 -le informó____-. Has estado «durmiendo» durante 114 años. -No, se
corrigió ella misma. No había estado durmiendo.
Él le había dicho que podía escuchar cualquier conversación que tuviera lugar cerca del libro;
lo que significaba que había permanecido despierto durante su encierro. Aislado. Solo.
Ella era la primera persona con la que había hablado, o estado cerca, después de cien años.
Se le hizo un nudo en el estómago al pensar en lo que debía haber soportado. Aunque la prisión de
su timidez nunca había sido tangible para ella, sabía lo que era escuchar a la gente y no ser
parte de ellos. Permanecer como una simple espectadora.
- Me gustaría poder quedarme despierta -dijo, reprimiendo un bostezo-.
De verdad; pero si no duermo lo suficiente, mi cerebro se convierte en gelatina y se queda sin
batería.
- Te entiendo. Al menos entiendo lo esencial, aunque no sé que son la gelatina ni la batería.
___ todavía percibía su desilusión.
- Puedes ver la televisión.
- ¿Televisión?
Cogió el cuenco vacío y lo limpió antes de regresar con Nick a la sala de estar. Encendió el
televisor y lo enseñó a cambiar los canales con el mando a distancia.
- Increíble -susurró él mientras hacía zapping por primera vez.
- Sí, es algo muy útil.
Eso lo mantendría ocupado. Después de todo, los hombres sólo necesitaban tres cosas para ser
felices: comida, sexo y un mando a distancia. Dos de tres deberían mantenerlo satisfecho un rato.
- Bueno -dijo mientras se dirigía a las escaleras-. Buenas noches.
Al pasar a su lado, Nick le tocó el brazo. Y, aunque su roce fue muy ligero, ___ sintió una
descarga eléctrica.
Con el rostro inexpresivo, sus ojos dejaban ver todas las emociones que lo invadían. ___ percibió
su sufrimiento y su necesidad; pero sobre todo, captó su soledad.
No quería quedarse solo.
Humedeciéndose los labios -se le habían secado de forma repentina-, dijo algo increíble.
- Tengo otro televisor en mi habitación. ¿Por qué no ves allí lo que quieras, mientras yo
duermo?
Nick le dedicó una sonrisa tímida.
Fue tras ella mientras subían las escaleras, totalmente sorprendido por el hecho de que ___ lo
hubiera comprendido sin palabras.
Había tenido en cuenta su necesidad de compañía, sin preocuparse de sus propios temores.
Eso le hizo sentir algo extraño hacia ella. Una rara sensación en el estómago.
¿Ternura?
No estaba seguro.
__ lo llevó hasta una enorme habitación presidida por una cama con dosel, situada en la pared
opuesta a la puerta de entrada. Enfrente de la cama había una cómoda y, sobre ella, una ¿cómo lo
había llamado ___?, ¿televisión?
Observó cómo Nick paseaba por su dormitorio, mirando las fotografías que había en las paredes y
sobre los muebles; fotografías de sus padres y de sus abuelos, de Yare y ella en la facultad, y una
del perro que tuvo cuando era pequeña.
- ¿Vives sola? -le preguntó.
- Sí -dijo, acercándose a la mecedora que estaba junto a la cama. Su camisón estaba sobre el
respaldo. Lo cogió y después miró a Nick y a la toalla verde que aún llevaba alrededor de sus
esbeltas caderas. No podía dejar que se metiera en la cama con ella de aquella forma.
*Seguro que puedes.*
*No, no puedo.*
*¿Por favor?*
*¡Shh! Parte irracional de mí, cállate y déjame pensar.*
Aún guardaba los pijamas de su padre en el dormitorio que había pertenecido a sus progenitores;
allí estaban todas sus pertenencias y para ___, era un lugar sagrado. Teniendo en cuenta la anchura
de los hombros de Nick, estaba segura de que las camisas no le servirían, pero los pantalones
tenían cinturas ajustables y, aunque le quedasen cortos, al menos no se le caerían.
- Espera aquí -le dijo-. No tardaré nada.
Después de verla marcharse como una exhalación, Nick se acercó a los ventanales y apartó las
cortinas de encaje blanco. Observó las extrañas cajas metálicas -que debían ser automóviles-
mientras pasaban por delante de la casa con aquel zumbido tan extraño que no cesaba un instante,
semejante al ruido del mar. Las luces iluminaban las calles y todos los edificios; se parecían a
las antorchas que había en su tierra natal.
Qué insólito era este mundo. Extrañamente parecido al suyo y, aun así, tan diferente.
Intentó asociar los objetos que veía con las palabras que había escuchado a lo largo de las
décadas; palabras que no comprendía. Como "televisión y bombilla."
Y por primera vez desde que era niño, sintió miedo. No le gustaban los cambios que percibía, la
rapidez con la que las cosas habían evolucionado en el mundo.
¿Cómo sería todo la siguiente vez que lo convocaran?
¿Podrían las cosas cambiar mucho?
O lo que era más aterrador, ¿y si jamás volvían a invocarlo?
Tragó saliva ante aquella idea. ¿Y si acababa atrapado durante toda la eternidad? Solo y
despierto. Alerta. Sintiendo la opresiva oscuridad en torno a él, dejándolo sin aire en los
pulmones mientras su cuerpo se desgarraba de dolor.
Y si no volvía a caminar de nuevo como un hombre? ¿O a hablar con otro ser humano, o a tocar a
otra persona?
Esta gente tenía cosas llamadas ordenadores. Había escuchado al dueño de la librería hablar
sobre ellos con los clientes. Y unos cuantos le habían dicho que, probablemente, los ordenadores
sustituirían un día a los libros.
¿Qué sería de él entonces?
Vestida con su camisola de dormir rosa, ___ se detuvo en la habitación de sus padres, junto a la
puerta de espejo del vestidor, donde guardó los anillos de boda el día posterior al funeral.
Podía ver el débil resplandor del diamante marquise()[1] de medio quilate.
El dolor hizo que se le formara un nudo en la garganta; luchó contra las lágrimas que pugnaban por
brotar de sus ojos.
Con veinticuatro años recién cumplidos en aquella época, había sido lo suficientemente arrogante
como para pensar que era una persona madura y capaz de hacer frente a cualquier cosa que la vida le
pusiera por delante. Se había creído invencible. Y en un segundo, su vida se derrumbó.
La muerte le arrebató todo aquello que una vez tuvo: la seguridad, la fe, su creencia en la
justicia y, sobre todo, el amor sincero de sus padres y su apoyo emocional.

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