domingo, 7 de agosto de 2011

Placeres Nocturnos. Capitulo 10

Y ahora, como Cazador Oscuro, esos deseos no eran más que sueños irrealizables.

Nick no podía ni imaginarse el horror que Julian debía sentir cada vez que recordara a sus hijos. Dudaba mucho de que cualquier otro hombre pudiera amar a unos niños tanto como su amigo. Recordaba el día en que Atolycus, con cinco añitos, había cambiado la cola de caballo del yelmo de Julian por unas plumas, como regalo para su padre antes de cabalgar a la batalla. Julian había sido uno de los generales más temidos de todo el ejército macedonio, pero por no herir los sentimientos de su hijo, había llevado su regalo con orgullo delante de todos sus hombres.

Nadie se atrevió a reírse. Ni siquiera Nick.

Se aclaró la garganta y desvió la mirada de la de su amigo.

-Enterré a Calista y a Atolycus en el huerto desde el que se veía el mar, donde solían jugar. La familia de Penélope se hizo cargo de su cuerpo, y envié el cadáver de Jasón a casa de su padre.

-Gracias.

Nick asintió con la cabeza.

-Era lo menos que podía hacer. Eras un hermano para mí.

Julian se rió con tristeza.

-Supongo que eso explica por qué tenías esa fijación por hacerme la vida imposible.

-Alguien tenía que hacerlo. Con veintitrés años eras demasiado duro y serio.

-No como tú.

Nick apenas recordaba al hombre que una vez fue y del que Julian estaba hablando. Despreocupado y siempre listo para la batalla. De sangre caliente y con cabeza de chorlito. Era un milagro que Julian no lo hubiese matado. La paciencia de ese hombre no tenía límites.

-Mis gloriosos días de desperdiciada juventud -dijo Nick con melancolía.

Mirándose el hombro, comenzó a extender la crema sobre la quemadura. Dolía, pero ya estaba acostumbrado al dolor físico. Y se había enfrentado a sufrimientos mucho peores que ese minúsculo dolor.

Julian arqueó una ceja y lo miró de forma inquisitiva.

-Los romanos te capturaron por mi culpa, ¿no es cierto?

Nick se detuvo al ver el remordimiento en los ojos de su amigo. Después, siguió extendiéndose la crema.

-Siempre fuiste muy duro contigo mismo, Julian. No fue por tu culpa. Tras tu desaparición continué con la sangrienta cruzada contra sus ejércitos. Me forjé mi propio destino en ese aspecto, y tú no tuviste nada que ver.

-Pero si hubiese estado allí, podría haber evitado que te cogieran.

Nick resopló.

-Eras muy bueno sacándome de los problemas, no hay duda. Pero ni quisiera tú podrías haberme salvado de mí mismo. Si hubieses estado allí, los romanos habrían tenido a otro general macedonio al que crucificar. Créeme, estabas mucho mejor en ese pergamino que enfrentándote al destino que Escipión y Valerius tenían en mente para nosotros.

A pesar de sus palabras, Nick aún veía la culpa reflejada en el rostro de su amigo, y quería librarlo de ella.

-¿Qué sucedió? -preguntó Julian-. Según los historiadores Valerius te capturó en plena batalla. Pero no puedo creerlo. No luchando como luchabas.

-Y la historia dice que tú fuiste asesinado por los hombres de Escipión. Los ganadores escriben su versión de los hechos.

Por primera vez desde hacía siglos, Nick dejó que los recuerdos lo transportaran de vuelta a aquel aciago día del pasado. Apretó los dientes cuando una oleada de angustia y rabia lo invadió al recordar vívidamente por qué había encerrado esos recuerdos en el fondo de su mente.

-Ya sabes que las Parcas son unas putas traicioneras. No fui capturado por Valerius; me tendieron una trampa y me ofrecieron a él como un regalo.

Julian frunció el ceño.

-¿Cómo?

-Mi pequeña Clytemnestra[1] . Mientras tú y yo luchábamos contra los romanos, mi esposa los recibía en su lecho, en nuestra casa.

El rostro de Julian perdió el color.

-No puedo creer que Theone hiciese algo así, después de todo lo que sacrificaste por ella.

-Toda buena acción tiene un precio.

Julian miró a Nick con el ceño nuevamente fruncido ante la amargura de sus palabras. Éste no era el mismo hombre que había conocido en Macedonia. Nicholas de Treciasiempre había estado lleno de alegría, generosidad y ternura. El hombre que se alzaba ante él carecía de entusiasmo. Se mantenía en guardia. Era muy suspicaz y su comportamiento rayaba en la frialdad.

-¿Te convertiste en un Cazador Oscuro a causa de la traición de tu esposa? -le preguntó Julian.

-Sí.

Julian cerró los ojos cuando sintió que la compasión por su amigo se abría paso hacia su corazón de la mano de la ira. Veía a su amigo en sus recuerdos tal y como había sido siglos atrás. Sus ojos siempre habían tenido una mirada alegre y traviesa. Nick amaba la vida como muy pocas personas lo hacían. De espíritu generoso, amable por naturaleza y de corazón valeroso, Nick siempre lograba desarmarlo y, en incontables ocasiones, había deseado poder odiar al malcriado muchacho.
Pero le había resultado imposible.

-¿Qué te hizo Valerius? -preguntó Julian.

Nick respiró hondo.
-Créeme, no te gustaría conocer todos los detalles.

Julian observó cómo Nick hacía un leve gesto de dolor cuando un repentino recuerdo asaltó su
mente.

-¿Qué pasa?

-Nada -contestó Nick malhumorado.

Los pensamientos de Julian volvieron a la esposa de Nick. Pequeña y rubia, Theone había sido más
hermosa que Helena de Troya. Sólo la había visto una vez, y de lejos. Pero aún así, supo al
instante lo que había llamado la atención de Nick. Theone poseía un aura irresistible que hablaba
a las claras de su amplia experiencia sexual y de su habilidad en esos menesteres. Cuando la
conoció, con apenas veintidós años, el joven Nick se había enamorado de ella al instante; de una
mujer ocho años mayor que él. No le importó lo que los demás dijeran sobre ella; Nick jamás
escuchaba a nadie. Había amado a esa mujer con locura, con toda su alma.

-¿Qué pasó con Theone? -preguntó Julian-. ¿Descubriste por qué lo hizo?
Nick arrojó el paquete de hielo a la bolsa.

-Me dijo que lo hacía por temor a que no pudiera protegerla.
Julian soltó una maldición.

-Yo dije algo más fuerte -contestó Nick en voz baja-. Estuve tres semanas allí tendido,
intentando descubrir qué era lo que ella odiaba tanto de mí como para entregarme a mi peor
enemigo. Jamás me había dado cuenta antes de lo imbécil que fui.

Nick mantuvo la mandíbula fuertemente apretada al recordar la mirada de su esposa mientras
comenzaba su ejecución. Lo había mirado frente a frente, sin demostrar ni pizca de remordimiento.

Fue entonces cuando se dio cuenta de que, aunque él le había dado lo mejor de sí mismo, todo su
corazón y su alma, ella no le había dado nada. Ni siquiera su ternura. Si sus ojos hubiesen
mostrado ese día un pequeño destello de remordimiento, un poco de pena...

Pero su rostro sólo reflejaba una morbosa curiosidad.

Y eso había destrozado su corazón. Si Theone no fue capaz de amarlo después de todo lo que él le
había dado, sólo podía significar una cosa: que no era digno de ser amado.
Su padre había estado en lo cierto.

«Ninguna mujer puede amar a un hombre de tu posición y riqueza. Afróntalo. Muchacho, para ellas
sólo serás un bolsillo bien repleto.»

Desde entonces, su corazón sangraba por la verdad que encerraban esas palabras. Jamás volvería a
permitir que una mujer tuviese ese tipo de poder sobre él. Se negaba a que el amor -o cualquier
otro motivo- lo cegara, apartándolo de sus necesidades. Su trabajo era lo único que importaba.

-Lo siento muchísimo -susurró Julian.

Nick se encogió de hombros.

-Todos tenemos algo de lo que arrepentirnos -le contestó mientras recogía la camisa.

-Escúchame -le dijo Julian, deteniéndolo-, ¿por qué no te das una ducha y me dejas que te preste
algo de ropa?

-He desaparecido en mitad de una cacería.
-No te ofendas Nick, pero estás hecho un desastre. Reconozco que hace mucho que no participo en una
lucha, pero sé que es mucho más fácil enfrentarse a la batalla después de un baño caliente y
con el estómago lleno.

Nick dudó.

-¿Quince minutos?

-De acuerdo, que sea rápido.



Nick dejó que el agua caliente relajara su magullado cuerpo. La noche aún era joven, pero estaba
muy cansado. El hombro le daba punzadas y no dejaba de dolerle y la herida en el costado no estaba
mucho mejor.

Pero aún dolorido, toda su atención estaba puesta en la mujer que lo esperaba escaleras abajo.

¿Por qué lo atraía tanto? Había salvado a numerosos humanos a lo largo de los siglos y no había
sentido nada por ellos, aparte de una simple curiosidad.
Pero esta mujer, con su mirada franca y abierta y su sonrisa hechicera, le había llegado al
corazón. Un corazón que había perdido siglos atrás. Pero no lo necesitaba. A los Cazadores
Oscuros se les prohibía mantener una relación estable. En caso de necesidad, sus encuentros
sexuales se limitaban a una sola noche.

Volvían a nacer para caminar en soledad a lo largo de los siglos. Todos y cada uno de ellos lo
tenía muy presente. Lo habían jurado.

Y nunca antes le había molestado que fuese así.

Sólo había habido una ocasión, a lo largo de su vida, en la que la sonrisa de una mujer le había
provocado esta extraña y vertiginosa sensación en la boca del estómago.

Lanzó una maldición ante el recuerdo.

-Venga, Nick -se dijo a sí mismo mientras se duchaba-. Sal de esta casa, mata a Desiderius y vuelve
a tu hogar. Olvida que la has visto.

La mera idea de no volver a verla nunca más hacía que el dolor lo partiera en dos. Pero tenía muy
claro lo que debía hacer. Ésta era su vida y adoraba la oscuridad de la noche a la que estaba
ligado por un juramento. Sus obligaciones eran su única familia. Su juramento, su corazón.
Su trabajo era su amor y lo seguiría siendo durante toda la eternidad.



-¿________?

Alejando su pensamiento del atractivo Cazador Oscuro, ________ miró a Grace, que estaba sentada en
el sillón.

-¿Te importaría subir a la habitación de los gemelos y traerme un pañal? -le preguntó Grace-.
Si subo esas escaleras de nuevo creo que no volveré a bajar.

________ se rió.

-Claro. No tardaré.

Subió las escaleras y atravesó el pasillo. Pasó por delante de la puerta del baño en el mismo
instante en que Nick salía de él con una toalla alrededor de la cintura. Y chocaron.

Hunter le puso las manos sobre los hombros para sujetarla y las pupilas se le dilataron al
reconocerla.

________ se quedó helada cuando se dio cuenta de que el brazalete de plata que llevaba en la
muñeca se había trabado en uno de los flecos de la toalla de Hunter.

Y, lo que era aún peor, se le estaba haciendo la boca agua al contemplar toda aquella piel morena y
sensual, al sentir sus fuertes manos sobre ella.
El poder y la fuerza que emanaban de él hacían que se le acelerara el corazón. Y el aroma fresco
y limpio de su piel... Llevaba el pelo húmedo peinado hacia atrás, lo que dejaba los fuertes
rasgos del rostro bien a la vista, y dudaba mucho de que pudiese haber un hombre más apuesto.

Los ojos oscuros de Hunter, rodeados de pestañas pecaminosamente largas, la miraban con intensidad.
El deseo voraz que se leía en ellos la puso a cien e hizo que se estremeciera. Tenía todo el
aspecto de poder devorarla y, de hecho, ________ deseaba que la devorara. Completamente. Por entero.

Y que la saboreara.

-Esto sí que se pone interesante -dijo él con un asomo de diversión en la voz.

________ no sabía qué hacer, allí de pie, con la muñeca peligrosamente cerca de la súbita
protuberancia que había surgido bajo la toalla. ¿Qué pasaba con ellos que acababan unidos cada
dos por tres? Deslizó la mirada por la multitud de cicatrices que cubrían el cuerpo de Hunter y no
pudo evitar preguntarse cuántas de ellas habrían sido causadas por la tortura que le había
mencionado a Julian un rato antes.
-La mayoría -le susurró mientras alzaba un brazo para posar la mano sobre su nuca.

________ sintió cómo sus dedos le acariciaban el cabello. La otra mano, que aún estaba sobre su
hombro, la sujetó con más fuerza, aunque de modo muy sutil.

-¿Qué? -le preguntó ella alzando la vista.

-La mayoría de las cicatrices son de los romanos.

Ella frunció el ceño.

-¿Cómo sabías lo que estaba pensando?

-Estaba espiando tus pensamientos, del mismo modo que tú hiciste con Julian y conmigo.

Un escalofrío recorrió la espalda de ________ al caer en la cuenta de los poderes psíquicos de
Hunter.

-¿De verdad puedes hacer eso?

Él asintió sin mirarla a la cara. Tenía los ojos clavados en el lugar donde su mano le acariciaba
el cabello, como si estuviese memorizando su tacto.

La miró a los ojos de forma tan repentina que ________ emitió un jadeo.
-Y con respecto a la pregunta que temes formular, lo único que tienes que hacer es mover el brazo y
lo sabrás.

-¿Saber qué?

-Si cuando me quite la toalla voy a estar igual de bueno que con ella.

________ se ruborizó intensamente al escuchar sus aterradores pensamientos en boca de Hunter. Antes
de que pudiera moverse, él la soltó y dejó caer la toalla, que quedó colgando de su brazalete.

Al ver a Hunter completamente desnudo delante de ella, se quedó con la boca abierta. Su cuerpo, de
músculos duros y perfectamente definidos, parecía obra de un escultor. Y al instante descubrió
que su piel era de color dorado en todos sitios. No era producto de la exposición al sol, sino
natural.

________ lo deseaba de forma desesperada.

Lo único que tenía en mente era llevarlo a la habitación y tirar de él para tenerlo encima,
luego al lado y luego debajo durante el resto de la noche.

¡Ay! La de cosas que quería hacerle a este hombre.
Una ligera sonrisa curvó los labios de Hunter y, por el brillo que adquirieron sus ojos, ________
descubrió que estaba leyéndole el pensamiento. Otra vez.

Él se inclinó hacia delante hasta que sus mejillas se tocaron y su cálido aliento le rozó el
cuello, abrasándola.

-El nudismo nunca fue un problema para los antiguos griegos -le susurró al oído.

Los pezones de ________ se endurecieron.

Muy lentamente, Hunter movió la mano y le alzó la barbilla. Sus ojos la atraparon; daba la
sensación de querer sondear su mente en busca de algo. Antes de que ella pudiese reaccionar, bajó
la cabeza y la besó.

________ gimió al sentir el roce de sus labios. Este beso era muy diferente al anterior. Era
tierno. Dulce.

Y la hacía arder.

Hunter abandonó sus labios y dejó un reguero de abrasadores besos desde el mentón hasta el
cuello, mientras su lengua le humedecía la piel con suaves caricias. ________ colocó los brazos
sobre sus hombros desnudos y apoyó todo su peso sobre él.
-Eres tan tentadora -susurró Hunter antes de trazar la curva de su oreja con la lengua-. Pero tengo
trabajo que hacer, y tú odias todo lo que no sea humano. Y todo lo relacionado con el mundo
paranormal. -Se alejó un poco y la miró apesadumbrado-. Es una lástima.

Desenganchó la toalla del brazalete y, echándosela sobre un hombro, comenzó a andar hacia la
habitación. ________ apretó los dientes al contemplar ese delicioso y magnífico trasero.

Con el cuerpo en llamas, recordó el pañal.

Tan pronto como pensó en él, Hunter abrió la puerta, le arrojó uno y cerró de nuevo.



Nick se apoyó contra la puerta cerrada, luchando contra el ardiente deseo que lo atravesaba. Era
una sensación voraz y traicionera que le hacía anhelar cosas que jamás podría tener. Cosas que
sólo conseguirían acrecentar su sufrimiento. Y ya había sufrido el equivalente a diez mil vidas
humanas.

Tenía que sacársela de la cabeza.
Pero mientras estaba allí plantado, la soledad de su existencia se posaba sobre él con saña.

«Muchacho, te dejas guiar por el corazón con demasiada frecuencia. Algún día te llevará a la
ruina.»

Se encogió al recordar la advertencia de su padre. Ninguno de los dos sabía en aquel momento lo
ciertas que acabarían siendo esas palabras.

Soy un Cazador Oscuro.

Tenía que aferrarse a la realidad. Era lo único que se interponía entre ________ y lo que sería
su aniquilación.

Desiderius estaba ahí fuera y él debía detenerlo.

Pero lo que en realidad deseaba hacer, era bajar las escaleras, alzar a ________ entre sus brazos y
llevarla hasta su casa donde pasaría la noche entera explorando cada centímetro de su cuerpo con
los labios, con las manos. Con la lengua.

-Soy un imbécil -masculló mientras se obligaba a ponerse la ropa que Julian le había prestado.

No volvería a pensar en ________ ni en el pasado. Tenía algo mucho más importante que hacer. Algo
que no podía dejar de lado. Protegía a la gente. Y viviría y moriría protegiéndolos, lo que
significaba que los deseos físicos que despertaba una mujer como ________ estaban estrictamente
prohibidos.
Unos minutos después, vestido con unos vaqueros de Julian y un jersey negro de cuello de pico,
salió de la habitación con el abrigo de cuero sobre el hombro y bajó hasta el recibidor, donde lo
esperaban Julian, Grace, ________ y los niños.

Julian le ofreció una pequeña bolsa de papel.

-¡Jolines! -dijo Nick al cogerla-, gracias papi. Te prometo que seré un buen chico y que me
portaré bien con los otros niños.

Julian soltó una carcajada.

-Payaso.

-Es mejor que ser un hazmerreír. -Nick mantuvo la compostura cuando miró a ________ y sintió que
el deseo lo abrasaba. ¿Qué tenía esa mujer que le resultaba imposible mirarla sin desear probar
sus labios o sentir su cuerpo entre los brazos? Se aclaró la garganta antes de hablar-. Aseguraos
de que se queda aquí hasta que amanezca. Los Daimons no podrán entrar sin una invitación.

-¿Y qué pasará mañana por la noche? -preguntó Grace.

-Desiderius estará muerto para entonces.

Julian asintió.

Nick se dio la vuelta para marcharse, pero, antes de que llegar a la puerta, ________ lo agarró del
brazo con suavidad y lo detuvo.
-Gracias -le dijo.

Él inclinó la cabeza.

Márchate. Porque si no lo hacía, acabaría sucumbiendo a la exigente necesidad que sentía en su
interior.

Apartó los ojos de ________ y miró a Grace.

-Ha sido un placer conocerte, Grace.

-Lo mismo digo, general.

Antes de que pudiera moverse para acercarse a la puerta, ________ volvió a sujetarlo y tiró de él
hasta que quedó frente a ella y, sin saber muy bien lo que hacía, le dio un beso en la mejilla.

-Ten cuidado -le dijo en un susurro mientras se alejaba de él.

Petrificado, Nick sólo atinó a parpadear. Pero lo que más lo conmovió fue la preocupación que
vio en esos ojos de un azul cristalino; la preocupación que ________ sentía en su corazón. No
quería que le hicieran daño.

Desiderius está esperando.

Ese pensamiento pasó veloz por su mente. Tenía que marcharse.

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