viernes, 12 de agosto de 2011

Obsesión. Capitulo 2

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Edimburgo, Escocia

Dos semanas después...

–Realmente no es necesario que me compres un nuevo par de pantalones, Joe –Luisa le sonrió mientras entraban a la tienda Jenners– me doy cuenta de que no fue tu intención derramar el vaso de jugo sobre mi traje de tweed. De veras, quizás todavía se puede sacar la mancha

–No es molestia, Luisa –inclinó su cabeza mientras se dirigían a la sección de mujeres– arruiné un par de pantalones en perfectas condiciones con mi torpeza y me parece más que justo reemplazarlos

–Qué amable de tu parte –dijo tímidamente.

Joe no hizo ningún comentario mientras se acercaban a un perchero con elegantes vestidos de marca.
Había una voluptuosa mujer de mediana estatura en el pasillo siguiente, revisando los distintos
modelos con sus uñas color rojo sangre. Su mano se posó sobre un vestido Calvin Klein negro que
apenas se veía, luego pasó los dedos lentamente por la tela para probar cómo se sentía bajo su
piel.

Las uñas rojo sangre hicieron su elección, sacando el escaso pedazo de tela negra. La mujer
desapareció tan rápido como había aparecido, y Joe notó que sentía una extraña curiosidad con
respecto a su apariencia. Desde donde él estaba, sólo vio una mano bronceada y una serie de uñas
largas color carmesí. Los percheros de ropa habían bloqueado el resto.

–Estos vestidos son todos una porquería –Luisa frunció los labios con desaprobación– el
tipo de ropas que sólo una ramera podría ponerse

A Joe se le ocurrió que el origen de su enojo era un modelo mostrado con mucha clase de Donna
Karan, pero no dijo una palabra. Después de todo, Luisa era conservadora para vestirse.

–Creo que los pantalones están dos pasillos más allá –la tomó del codo y la condujo en la
dirección correcta– estoy seguro de que encontrarás algo apropiado por aquí

–Ah, sí. Ahora esto está mejor –al llegar a su destino, Luisa levantó un par de pantalones
color camel y sonrió– este pantalón es una preciosidad, ¿no te parece?

Joe hizo una mueca mentalmente. A pesar de que los aburridos pantalones de tweed marrón le
parecían cualquier cosa menos fascinantes, declinó hacer el comentario. Luisa tenía derecho a
vestirse como creyera adecuado. Sin mencionar el hecho de que los pantalones se verían muy
diferentes en ella de lo que aparentaban en el perchero.

Además, se recordó Joe, él muchas veces usaba pantalones de tweed para dar clases. El
cavernícola socialmente retrógrado que había en él, sin embargo, deseaba que a la mujer que
había estado cortejando le gustara una ropa más femenina.

–Excelente –él sonrió– ¿Te gustaría probártelos? ¿Para ver si te quedan bien?

Ella se mordió el labio.

–¿No te molesta esperar? –le preguntó dubitativa.

Joe suspiró para sus adentros. Por un lado, se conocía a sí mismo y conocía su personalidad
dominante lo suficiente como para darse cuenta de que no objetaba completamente que Luisa consultara
todo con él, pero por otra parte, a veces le molestaba que fuera tan tímida que le diera miedo
expresar opinión alguna. Ése era un dilema. Pero no quería ponerse a pensar en él ahora

–Para nada

Diez minutos después, Joe controló su reloj, preguntándose cuánto tiempo podría llevar probarse
un par de pantalones de tweed. Pero era un hombre paciente, entonces se paró afuera del área de
probadores de mujeres sin chistar. Unos segundos después, escuchó que se abría la puerta del
probador. Miró, creyendo que era Luisa. No lo era.
Primero apareció una mano bronceada y uñas color rojo sangre, lo que hizo que los latidos del
corazón de Joe se aceleren inexplicablemente. La mano atractivamente arreglada abrió la puerta de
par en par, revelando una mujer hermosa con cabello Rojo vestida con un vestido Calvin Klein que
apenas se veía.

Como hombre de ciencias que era, no dejó de notar que cuanto más se le acercaba la mujer, más
rápido le latía el corazón. Nunca había tenido una reacción tan básica, tan primaria a una
mujer. El delgado y transparente vestido llegaba a la mitad de los muslos, caía en picado en el
frente para revelar un escote bien redondeado, y se sostenía de los hombros con delgadas tiras de
encaje.

Caminaba de forma provocativa, sensual como sin quererlo. Cuando se acercaba al lugar donde él
estaba, pasó muy cerca de él para usar el espejo triple a su lado, y lo llevó por delante
accidentalmente, sin haber notado su presencia.

–Ay, lo siento mucho

Humeante. Su voz le recordaba a un espiral de humo aterciopelado. O a sábanas de seda y sexo
sudoroso. Tosió discretamente tapándose con la mano.

–No es nada –sonrió, mirándola a los ojos color verde claro. Un manchón de pecas sobre el
puente de su nariz debió haberla hecho menos atractiva, pero sólo servía para realzar su
apariencia exótica– debí haber sabido que no debía pararme frente al único espejo triple más
cercano a los probadores de las mujeres
Había hecho el comentario con toda seriedad, pero ella le miró cálidamente y se rió. Se
encontró retribuyéndole la sonrisa, satisfecho de haberla complacido sin querer.

–Pobre hombre. Corre el riesgo de ser pasado por encima por aquí

Tenía un sensual acento del sur de los Estados Unidos que recorrió el largo de su espina dorsal.

–Procuraré no terminar mal

Volvió a reírse. Apartó los ojos y tosió discretamente cubriéndose con la mano. La mujer
generaba en él la más primitiva de las fascinaciones.

–Bueno, buena suerte, entonces

Se alejó lentamente de él y se paró frente al espejo, analizando cómo le quedaba el vestido
desde todos los ángulos. Él podría haberle dicho cómo le quedaba si se lo hubiera preguntado.
Pecaminosamente fascinante.

Cuando se paró frente al espejo para mirarse, Joe pudo ver sin ningún problema que llevaba un
tanga blanco debajo del vestido. Su trasero estaba moldeado alrededor del escaso trozo de tela, como
si hubiera sido hecho para él, dos globos de carne seguramente bronceada divididos por un pedacito
de encaje blanco.

Miró rápidamente para otro lado, levantando sus lentes de alambre dorado sobre el puente de su
nariz mientras lo hacía. Resopló, con el pene erecto.

Una vendedora interrumpió, por suerte, sus pensamientos lascivos, sonriendo alegremente mientras se
acercaba a la mujer americana. Volvió a respirar hondo y exhaló. Quería que Luisa se apurara.

–¡Te ves absolutamente divina! –dijo la vendedora con demasiado entusiasmo, de la forma en que
los que trabajan a comisión son capaces. Sin embargo, la vendedora no mentía. La americana de ojos
de esmeralda, con labios gruesos y senos pulposos realmente se veía divina. Se preguntó ocioso
cuánto era el vestido y cuánto era simplemente la mujer en sí.

–¿Eso crees? –arrugó la nariz y volvió a mirarse en el espejo– pensaba que estaba bien,
pero no estaba segura

–¡Perfecto! –irrumpió la vendedora de cabellos rubios– mucho mejor que el anterior.
Absolutamente increíble

La americana sonrió lentamente, como si comprendiera qué perseguía la empleada. La pequeña rubia
quería hacer una venta.

–Genial. Entonces me lo llevo
Diez minutos después, Luisa salió del probador, habiéndose decidido por un sensato par de pantalones de tweed color marrón camel, notablemente parecidos a los primeros que se había probado. Le sonrió antes de dirigirse a la caja donde la americana peliroja y la rubia todavía estaban charlando de todo y de nada. La rubia estaba muy animada, ya que la americana estaba gastando mucho dinero.

–Te verás absolutamente cautivadora en la fiesta de Ballast con ese vestido

La americana solamente sonrió.

–Gracias –le dio su tarjeta Visa– a todo esto, ¿cuándo empieza el festival? Tenía la impresión de que duraba todo el mes de agosto, pero parece que no

–La semana que viene –contestó la rubia mientras aceptaba la Visa en su palma– dura tres semanas, no cuatro –dijo a modo de explicación.

Su cliente suspiró.

–Me pregunto qué haré de mi vida hasta entonces. Quizás me vaya en coche hasta las montañas –dijo con nostalgia– nunca las he visto

–Excelente idea –la rubia pasó la tarjeta de crédito, casi salivando cuando volvió aceptada– hay un complejo de playas genial en Strathy Point que atrae mucho turismo –se inclinó para acercarse a la americana y le susurró confidencialmente mientras le entregaba el recibo para que lo firmara– escuché decir que te permiten pavonearte por ahí en topless en los meses de verano –ella guiñó el ojo– a mí me parece un gran programa

Joe podía sentir cómo Luisa se tensaba a su lado. Sin duda, la rubia había ofendido su sentido de las buenas costumbres sin quererlo.

–Tienes razón –dijo la americana sin vueltas– suena divertido. ¿Cómo era el nombre del lugar otra vez?

–Strathy Point

Ella asintió con la cabeza.

–Creo que ya sé adónde me dirigiré por unos días. Gracias por el dato

La rubia hizo un gesto con la mano, restándole importancia, mientras tomaba el recibo de vuelta.

–No pienses en nada, ¡ay, caramba!

La cabeza dorada de la americana se levantó rápidamente. Miró a la vendedora extrañada.

–¿Eres __________ Elliot Jhonson? ¿La mujer que escribe esos thrillers de suspense sensuales?

Las orejas de Joe se entusiasmaron. Él mismo había leído un par de novelas suyas.

–Ella misma

–¡Me encanta tu trabajo! ¿Cuándo sale el próximo libro?

La americana se sonrojó levemente. Un efecto que a Joe le pareció extrañamente encantador.

–A fin de mes

–¡Excelente!

Un minuto y un autógrafo después, la dorada Americana con las uñas rojo sangre se retiraba de Jenners, cargando bolsas con compras. Joe la miró irse, de su vida para siempre, y deseó que saberlo no lo hubiera hecho reaccionar de ninguna forma.

–Joe –dijo Luisa dubitativa– debemos hablar

La siguió al living formal de su madre, e inclinó la cabeza.

–Cómo no –tomó asiento donde ella le indicó, preguntándose de qué podría tratarse esto.

Luisa se tomó su tiempo para llegar al tema central, quitando una pelusa imaginaria de sus pantalones nuevos mientras juntaba coraje. Joe la miró curioso, sin saber qué estaba pasando.

–¿Luisa? –la alentó gentilmente con el codo.

Ella lo miró, siempre como un ratón nervioso.

–Joe, lamento decir esto, pero yo… –su voz se apagaba mientras miraba hacia otro lado.

–¿Qué? ¿Qué pasa?

Sus mejillas se pusieron rosadas mientras lo miraba. "

–Me temo que esto no está funcionando para mí –suspiró

Él se paralizó, todo su cuerpo permaneció inmóvil por un largo rato.

–¿Perdón? –juntó las cejas– pensé que nos estábamos llevando admirablemente bien–Ah, eso es cierto –se apuró, y levantó su cabeza marrón arratonado rápidamente– es sólo que …que …

–¿Sí?

Suspiró.

–Joe, déjame decírtelo directamente

Él asintió.

–¿Cuáles son tus intenciones? –volvió a la tarea de quitar la pelusa invisible de sus pantalones. Sus mejillas ardieron, de rosa a carmesí– ¿Planeas casarte conmigo?

–Luisa, yo …

–¡Discúlpame! –replicó– es que, Joe, voy a cumplir treinta y dos la semana que viene. Mi
reloj biológico marcha a un ritmo enloquecedor –cerró sus ojos por un instante, avergonzada–
entonces necesito conocer tus intenciones –dijo con un chillido.

En ese momento, supo que no podía casarse con ella, lo que lo hizo sentir un poco triste. Había
estado dudando todo el tiempo, sin querer hacerse cargo de sus sentimientos al respecto. Pero ahora,
encerrado en el famoso rincón por Luisa, le quedó claro como el agua que no podían estar juntos
toda una vida.

A Joe le gustaba y la respetaba de veras, pero las diferencias entre ellos eran enormes. Era
demasiado santurrona, demasiado tímida. Él era demasiado autoritario, demasiado brusco o por lo
menos comparado con ella. Pero era una buena mujer, y una mujer que merecía que le digan la verdad.

Joe suspiró, con el ánimo por el suelo. Maldición, realmente apreciaba a Luisa. Lo último que
quería en el mundo era lastimarla. Buscó su mano y la tomó entre las suyas.

–Eres muy valiosa, y maravillosa –le dijo suavemente– pero yo… –respiró hondo y se
preparó para darle la verdad que estaba buscando– pero no creo que funcionáramos como matrimonio
–terminó suavemente.

Luisa asintió, pero no dijo nada.

–Lo siento muchísimo. Quizás si tomáramos las cosas con un poquito más de calma, le diéramos
un poco más de tiempo a nuestra relación…

Ella lo detuvo con un gesto de su mano.
–Ya he desperdiciado dos meses y medio de mi vida contigo, Dr. Jonas –estaba más enojada de lo
que la había visto nunca– creo que es mejor que simplemente te vayas

Joe dudó por un instante antes de ceder. Se puso de pie, y la miró.

–Que te vaya bien, Luisa.

Ella cerró los ojos.


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