martes, 2 de agosto de 2011

Un amante de ensueño. Capitulo 2

Capitulo 2
___ se encogió de hombros, en un esfuerzo por olvidar la hoguera que abrasaba su cuerpo. Pero sus ojos volvieron a demorarse en las perfectas formas del hombre.
- Se parece a un paciente que tuvo cita ayer.
Bueno, no era exactamente cierto... el chico que había estado en su consulta era medianamente atractivo, pero nada que ver con el hombre del dibujo.
¡Jamás había visto algo así en toda su vida!
- ¿De verdad? -los ojos de Yare adquirieron un matiz oscuro que pronosticaba el comienzo de su sermón sobre las oportunidades de conseguir una cita y la intervención del destino.
- Sí -dijo cortando a Yare antes de que pudiese comenzar a hablar-. Me dijo que era una lesbiana atrapada en el cuerpo de un hombre.
Yare abrió la boca, muda de asombro. Cogió el libro, quitándoselo a ___ de las manos, y lo cerró con fuerza mientras la miraba furiosa.
- Siempre conoces a las personas más extrañas.
___ alzó una ceja.
- Ni se te ocurra decirlo -dijo Yare mientras ocupaba su sitio habitual tras la mesa. Colocó el libro a su lado-. Te lo advierto; esto -dijo, dando dos golpecitos al libro- es lo que estás buscando.
___ miró fijamente a su amiga mientras pensaba en lo absolutamente convincente que parecía Madam Yarelys -autoproclamada Señora de la Luna-, sentada tras sus cartas de tarot, con aquella mesa morada, y el misterioso libro bajo las manos. En ese momento, casi podía creer que Yare era en realidad una esotérica gitana.
Si creyera en esas cosas.
- Vale -dijo ___ dándose por vencida-. Deja de hablar con rodeos y dime qué tienen que ver ese libro y ese dibujo con mi vida sexual.
El rostro de Yare adoptó una expresión bastante seria.
- El tipo que te he enseñado... Nicholas... es un esclavo sexual griego que está obligado a cumplir los deseos de aquélla que le invoque, y a adorarla.
___ se rió con ganas. Sabía que estaba siendo muy maleducada, pero no pudo evitarlo. ¿Cómo demonios iba creer Yare, una licenciada en historia antigua y en física, premiada con la beca Rhodes[2] , y con un doctorado en filosofía, en algo tan ridículo, aun con todas sus excentricidades?
- No te rías. Lo digo en serio.
- Ya lo sé, eso es lo que me hace gracia -se aclaró la garganta y se serenó-. Vale, ¿qué tengo que hacer?, ¿quitarme la ropa y bailar desnuda en Pontchartrain a medianoche? -un leve intento de sonrisa curvó sus labios, sin importarle que los ojos de Yare se oscurecieran a modo de aviso-. Tienes razón, me encargaré de conseguir una buena sesión de sexo, pero no creo que sea con un espléndido esclavo sexual griego.
El libro se cayó de la mesa.
Yare dio un grito, se levantó de un salto y tiró la silla.
___ jadeó.
- Lo empujaste con el codo, ¿verdad?
Yare negó con la cabeza muy despacio; tenía los ojos abiertos como platos.
- Confiésalo, Yare.
- No fui yo -dijo con una expresión mortalmente seria-. Creo que lo ofendiste.
Moviendo la cabeza ante aquella necedad, ___ sacó del bolso las gafas de sol y las llaves. Bien, estupendo, esto se parecía a la época de la facultad, cuando Yare le habló de usar una Ouija, y lo amañó todo para que le dijese que se iba a casar con un dios griego cuando cumpliera los treinta años, y que iba a tener seis hijos con él.
Hasta el día de hoy, Yare se negaba a admitir que había sido ella la que dirigiera el puntero.
Y, en este preciso momento, hacía demasiado calor bajo el implacable sol de agosto como para discutir.
- Mira, necesito regresar al despacho. Tengo una cita a las dos en punto y no quiero coger un atasco -le dijo mientras se ponía las Ray-Ban-. ¿Vendrás entonces esta noche?
- No me lo perdería por nada del mundo. Llevaré el vino.
- Bien, te veo a las ocho. -E hizo una larga pausa para añadir:- Dile a Joe que hola y que gracias por dejarte visitarme por mi cumpleaños.
Yarelys la observó alejarse y sonrió.
- Espera a ver tu regalo -susurró, y recogió el libro del suelo. Pasó la mano por la suave tapa de cuero repujado, y quitó unas motas de polvo.Volvió a abrirlo y observó de nuevo el maravilloso dibujo; aquellos ojos habían sido dibujados con tinta negra, y aun así, daban la impresión de ser de un profundo marron claro.
Por una sola vez su hechizo iba a funcionar. Estaba segura.
- Te gustará ___, Nicholas -murmuró dirigiéndose al hombre mientras recorría con los dedos su
cuerpo perfecto-. Pero debo advertirte algo: acabaría con la paciencia de un santo. Y traspasar sus
defensas va a resultar más duro que abrir una brecha en la muralla de Troya. No obstante, si
alguien puede ayudarla, ése eres tú.
Sintió que el libro desprendía una súbita oleada de calor bajo su mano, y supo instintivamente
que era la forma que Nicholas elegía para darle la razón.
___ pensaba que estaba loca a causa de sus creencias, pero siendo la séptima hija de una séptima
hija, y con la sangre gitana que corría por sus venas, Yarelys sabía que había ciertas cosas en
la vida que desafiaban cualquier explicación. Ciertas corrientes de energía misteriosa que pasaban
desapercibidas, esperando que alguien las canalizara.
Y esa noche habría luna llena.
Devolvió el libro a la seguridad del carrito de la compra y lo cerró con llave. Estaba segura que
había sido cosa del destino que el libro llegara hasta ella. Había sentido su llamada tan pronto
como se acercó a la estantería donde yacía.
Puesto que llevaba dos años felizmente casada, supo que no estaba destinado a ella. La usaba para
llegar donde lo necesitaban.
Hasta ___.
Su sonrisa se ensanchó. Cómo sería tener a este increíblemente apuesto esclavo sexual griego a
tu disposición y disponer de él durante todo un mes...
Sí. Éste era, definitivamente, un regalo de cumpleaños que ____ recordaría durante el resto de
su vida.
Unas horas más tarde, ___ suspiró al abrir la puerta de su dúplex y poner el pie en el suelo
encerado del vestíbulo. Dejó el montón de cartas que llevaba en la mano sobre la antigua mesa de
alas abatibles, que decoraba el rincón adyacente a la escalera, y cerró la puerta tras ella,
echando el pestillo. Las llaves fueron a parar al lado de la correspondencia.
Mientras se quitaba a tirones los zapatos negros de tacón, el silencio le golpeó los oídos y se
le formó un nudo en la garganta. Todas las noches la misma rutina tranquila: entrar a un hogar
vacío, clasificar el correo, leer un libro, llamar a Yare, comprobar el contestador e irse a la
cama.
Yare tenía razón, la vida de ___ era una aburrida y escueta investigación sobre la monotonía.
A los veintinueve años, ___ estaba muy cansada de su vida.
¡Demonios!, incluso Jamie -el incansable buscador de tesoros nasales- comenzaba a parecer
atractivo.
Bueno, quizás Jamie no. Y menos su nariz, pero seguro que había alguien ahí afuera, en algún
lugar, que no era un cretino.
¿O no?
Mientras subía las escaleras, decidió que vivir de forma independiente no era tan espantoso. Al
menos, tenía mucho tiempo para dedicar a sus entretenimientos favoritos.
O también podría buscar nuevos pasatiempos, pensaba mientras caminaba por el pasillo que llevaba a
su dormitorio. Algún día, encontraría un entretenimiento divertido.
Cruzó la habitación y dejó caer los zapatos junto a la cama. No tardó nada en cambiarse de ropa.
Acababa de recogerse el pelo en una coleta cuando sonó el timbre.
Bajó de nuevo las escaleras para dejar pasar a Yare.
Tan pronto como abrió la puerta, su amiga le soltó enojada:
- No irás a ponerte eso esta noche, ¿verdad?
___ echó un vistazo a los vaqueros llenos de agujeros y después se fijó en su enorme camiseta de
manga corta.
¿Desde cuándo te preocupa mi aspecto? -Y entonces lo vio; en la enorme cesta de mimbre que
Yarelys utilizaba para llevar las compras-. ¡Uf! No. Ese libro otra vez, no.
Con una expresión ligeramente irritada, Yare le contestó:
- ¿Sabes cuál es tu problema, ___?
___ miró al techo, rogando a los cielos un poco de ayuda. Desafortunadamente, no la escucharon.
- ¿Cuál? ¿Que no me trastorna la luz de la luna y que no arrojo mi gordo y pecoso cuerpo sobre
cualquier hombre que conozco?
- Que no tienes ni idea de lo encantadora que eres en realidad.
Mientras ___ se quedaba allí plantada, muda de asombro ante el poco frecuente comentario, Yare
llevó el libro a la salita de estar y lo colocó sobre la mesita de café. Sacó el vino de la
cesta y se dirigió a la cocina.
___ no se molestó en seguirla. Había encargado una pizza antes de salir del trabajo, y sabía que
Yare estaría buscando unas copas.
Empujada por un resorte invisible, ___ se acercó a la mesita donde estaba el libro.
Espontáneamente, extendió la mano y tocó la suave cubierta de cuero. Podría jurar que había
sentido una caricia en la mejilla.
Qué ridiculez.
*No crees en esta basura.*
___ pasó la mano por el cuero y notó que no había título, ni ninguna otra inscripción. Abrió
la tapa.
Era el libro más extraño que había visto en su vida. Las páginas parecían haber formado parte,
originariamente, de un rollo de pergamino, que más tarde había sido transformado en un libro
El amarillento papel se arrugó bajos sus dedos al pasar la primera página; en ella había un
elaborado símbolo hecho a mano, formado por la intersección de tres triángulos y la atrayente
imagen de tres mujeres unidas por varias espadas.
___ frunció el ceño esforzándose por recordar si aquello podía ser una especie de antiguo
símbolo griego.
Aún más intrigada que antes, pasó unas cuantas páginas y descubrió que estaba completamente en
blanco, excepto aquellas tres hojas...
*Qué extraño...*
Debía de haber sido algún tipo de cuaderno de bocetos de un pintor, o de un escultor, decidió.
Eso sería lo único que explicase que las páginas estuviesen en blanco. Algo tuvo que suceder
antes de que el artista tuviera oportunidad de añadir algo más al libro.
Pero eso no acababa de explicar por qué las páginas parecían mucho más antiguas que la
encuadernación...
Retrocedió hasta llegar al dibujo del hombre, y observó con atención la inscripción que había
sobre él, pero no pudo sacar nada en claro. Al contrario que Yare, ella evitó las clases de
lenguas antiguas en la facultad como si fueran veneno; y si no hubiese sido por su amiga, jamás
habría superado aquella parte fundamental en su currículum.
- Definitivamente, creo que es griego -dijo sin aliento cuando volvió a mirar al hombre.
Era sorprendente. Absolutamente perfecto e incitante.
Increíblemente fascinante.
Cautivada por completo, se preguntó cuánto tiempo se tardaría en hacer un dibujo tan perfecto.
Alguien debía haber pasado años dedicado a la tarea; porque aquel tipo parecía estar preparado
para saltar del libro y meterse en su casa.
Yare se detuvo en la entrada y observó cómo ___ miraba fijamente a Nicholas. Nunca la había visto
tan extasiada desde que la conocía.
Bien.
Quizás Nicholas pudiese ayudarla.Cuatro años eran demasiado tiempo.
Pero Robert había sido un cerdo narcisista y desconsiderado. Se había comportado de un modo tan
cruel con ___ y con sus sentimientos, que incluso la había hecho llorar la noche que perdió la
virginidad.
Y ninguna mujer merecía llorar. No cuando estaba con alguien que había prometido cuidar de ella.
Nicholas sería definitivamente bueno para ___. Un mes con él y olvidaría todo lo referente a
Robert. Y, una vez que descubriera lo bien que sabía el sexo compartido y real
se liberaría de la crueldad de Robert para siempre.
Pero, primero, tenía que conseguir que su testaruda amiguita fuese un poco más obediente.
- ¿Has encargado la pizza? -le preguntó mientras le ofrecía una copa de vino.
___ la cogió con un gesto distraído. Por alguna razón, no podía apartar los ojos del dibujo.
- ¿___?
Parpadeó y se obligó a mirar hacia arriba.
- ¿Hum?
- Te pillé mirandolo -bromeó Yare.
___ se aclaró la garganta.
- ¡Oh, por favor!, no es más que un pequeño dibujo en blanco y negro.
- Cielo, en ese dibujo no hay nada pequeño.
- Yarelys, eres mala.
- Completamente cierto. ¿Más vino?
Y como si hubiesen estado esperando el momento preciso, sonó el timbre. - Yo voy -dijo Yarelys,
colocando el vino en la mesita del teléfono para dirigirse al recibidor.
Unos minutos después, volvió a la salita. Hasta ___ llegó el maravilloso aroma de la enorme pizza
de pepperoni y sus pensamientos dejaron a un lado el libro. Y al hombre cuya imagen parecía haberse
grabado en su subconsciente.
Pero no resultó fácil.
De hecho, cada minuto que pasaba parecía más difícil.
¿Qué demonios le pasaba? Era la Reina de Hielo. Ni siquiera Brad Pitt o Brendan Fraser despertaban
sus deseos. Y a ellos los veía en color.
¿Qué había de extraño en aquel dibujo?
¿En él?
Mordisqueó la pizza y se cambió de asiento. Se acomodó en un sillón en la otra punta de la sala,
a modo desafío personal. Sí. Demostraría a Yare y al libro que ella dominaba la situación.
Después de cuatro porciones de pizza, dos pastelitos de chocolate, cuatro copas de vino y una
película, se reían a más no poder tumbadas en el suelo sobre los cojines del sofá mientras
veían Dieciséis velas.
- «Dices que es tu cumpleaños» -comenzó Yarelys a cantar, y acto seguido golpeó el suelo como
si de unos bongos se tratara- «También es el mío».
___ le golpeó la cabeza con un cojín y le dio la risa tonta al comprobar los efectos del vino.
- ¿___? -dijo Yarelys burlona-. ¿Estás borracha?
___ volvió a reírse.
- Más bien, agradablemente contenta. Maravillosamente contenta.
Yare se rió de ella y le deshizo la coleta.
- Entonces, ¿estás dispuesta a hacer un pequeño experimento?
- ¡No! -gritó ___ con énfasis, sujetándose los mechones de pelo tras las orejas-. No quiero
utilizar la Ouija, ni hacer lo del péndulo y te juro que si veo una sola carta del Tarot o una
runa, te vomitaré encima los pastelitos.
Mordiéndose el labio, Yare cogió el libro y lo abrió.
*Las doce menos cinco.*
Sostuvo el dibujo para que ___ lo observara y señaló aquel increíble cuerpo.
- ¿Qué opinas de él?
___ lo miró y sonrió.
- Está para relamerse, ¿verdad?
Bueno, definitivamente la cosa iba progresando. No conseguía recordar la última vez que ___ le
había dedicado un cumplido a un hombre. Movió juguetonamente el libro frente al rostro de su
amiga.
- Venga, ___. Admítelo. Deseas a este bombón.
- Si te digo que no le dejaría salir de mi cama ni a cambio de unas galletas saladas, ¿me
dejarías en paz?
- Puede. ¿A qué más renunciarías por mantenerlo en tu cama?
___ puso los ojos en blanco y apoyó la cabeza sobre un cojín.
- ¿A comer sesos de mono a la plancha?
- Ahora soy yo la que va a vomitar.
- No estás prestando atención a la película.
- Lo haré si pronuncias este hechizo tan cortito.
___ alzó las manos y suspiró. Sabía que no merecía la pena discutir con Yare... tenía aquella
expresión. No se detendría hasta salirse con la suya, ni aunque cayese un meteorito sobre ellas en
ese mismo momento.
Además, ¿qué había de malo? Ya hacía mucho tiempo que sabía que ninguno de los estúpidos
rituales y encantamientos de Yare funcionaban.
- Vale, si así me dejas de molestar, lo haré.
- ¡Sí! -gritó Yare y la agarró de un brazo para ponerla en pie-. Necesitamos salir al porche.
- Muy bien, pero no voy a cortarle el cuello a un pollo, ni voy a beber nada asqueroso.
Con la sensación de ser una niña a la que habían dejado dormir en casa de una amiga, y que
acababa de perder en el juego de Verdad-Atrevimiento, dejó que Yare la precediera a través de la
puerta corredera de cristal que daba al porche. El aire húmedo llenó sus pulmones, escuchó a los
grillos cantar y descubrió miles de estrellas brillando sobre su cabeza. ___ supuso que era una
noche perfecta para invocar a un esclavo sexual.
Se rió por lo bajo.
- ¿Qué quieres que haga? -le preguntó a Yare-. ¿Pedir un deseo a un planeta?
Yare negó con la cabeza y la colocó en mitad de un rayo de luna que se colaba entre los árboles y
el alero del tejado. Le ofreció el libro.
- Apóyalo en el pecho y abrázalo con fuerza.
- ¡Oh, nene! -dijo ___ con fingido deseo mientras envolvía amorosamente el libro con sus brazos y
lo acercaba a su pecho, como si de un amante se tratara-. Me pones tan cachonda... No puedo esperar
a hundir mis dientes en ese maravilloso cuerpo que tienes.
Yare se rió. - Para. ¡Esto es serio!
- ¿Serio? Por favor. Estoy aquí fuera en mitad del porche, el día de mi trigésimo cumpleaños,
descalza, con unos vaqueros a los que mi madre les prendería fuego y abrazando un estúpido libro
para invocar a un esclavo sexual griego que está en el más allá -miró a Yare-. Sólo conozco una
manera de hacer que esto sea aún más ridículo...
Sosteniendo el libro con una sola mano, extendió los brazos a ambos lados, echó la cabeza hacia
atrás y comenzó a rogar al oscuro cielo:
- ¡Oh! Fabuloso esclavo sexual, llévame contigo y hazme todas las cosas escandalosas que sepas. Te
ordeno que te levantes -dijo, alzando las cejas.
Yare resopló.
- Así no es como debes hacerlo. Tienes que decir su nombre tres veces.
___ se enderezó.
- Esclavo sexual, esclavo sexual, esclavo sexual.
Con los brazos en jarras, Yare le lanzó una furiosa mirada.
- Nicholas de Macedonia.
- ¡Oh! Lo siento -dijo ___ volviendo a apretar el libro sobre el pecho, y cerrando los ojos-. Ven y
alivia el dolor que siento en mis partes bajas, ¡Oh! Gran Nicholas de Macedonia, Nicholas de
Macedonia, Nicholas de Macedonia -se giró para mirar a Yare-. ¿Sabes? Esto es un poco difícil de
pronunciar tres veces seguidas, y tan rápido.
Pero su amiga no le prestaba la más mínima atención. Estaba muy ocupada mirando por todos lados,
esperando la aparición de un apuesto extraño.
___ acababa de poner otra vez los ojos en blanco, cuando un ligero soplo de viento cruzó el patio y
un suave aroma a sándalo las envolvió. Volvió a inhalar para recrearse de nuevo en el agradable
olor antes de que se evaporara, y entonces la brisa desapareció, dejando de nuevo el caluroso y
húmedo bochorno, típico de una noche de agosto.
De repente, se escuchó un débil sonido procedente del patio trasero, y las hojas de los arbustos
se movieron.
Arqueando una ceja, __ contempló como las plantas se mecían. Y entonces, el diablillo que había
en ella cobró vida.
- ¡Oh, Dios mío! -farfulló y señaló a un arbusto del patio trasero-. ¡Yare, mira allí!
Yare se giró a toda prisa ante el nerviosismo de ___. Un enorme seto se mecía como si hubiese
alguien detrás.
- ¿Nicholas? -lo llamó Yare, y dio un paso hacia delante.
El arbusto se inclinó y, súbitamente, un siseo y un miau rompieron el silencio, un segundo antes
de que dos gatos cruzaran el patio como una exhalación.
- Mira, Yare. Es el señor Don Gato que viene a poner fin a mi celibato -sostuvo el libro con un
brazo y se llevó el dorso de la mano a la frente, en un simulacro de desmayo-. ¡Oh, ayúdeme
Señora de la Luna! ¿Qué voy a hacer con las atenciones de tan desacertado pretendiente? Ayúdeme
rápido, antes de que me mate a causa de la alergia.
- Dame ese libro -le espetó Yare quitándoselo de un tirón. Regresó a la casa mientras pasaba las
páginas-. ¡Joder!, ¿qué he hecho mal?
___ abrió la puerta para que Yare pasara al fresco interior de la sala.
- No hiciste nada mal, cielo. Esto es absurdo. ¿Cuántas veces tengo que decirte que hay un
viejecillo sentado en la parte trasera de un almacén, escribiendo toda esta porquería? Apostaría
a que ahora mismo está partiéndose de la risa por lo imbéciles que hemos sido.
- Quizás era necesario hacer algo más. Me juego lo que sea a que hay algo en los primeros
párrafos que no puedo interpretar. Debe ser eso.
___ cerró la puerta de cristal y suplicó un poco más de paciencia.
*Y me llama testaruda, ¡a mí!*
El teléfono sonó en ese instante y, al contestarlo, ___ escuchó la voz de Joe preguntado por
Yare.
- Es para ti -dijo alargándole el auricular.
Yare lo cogió.
- ¿Sí? -se mantuvo en silencio unos minutos. ___ podía escuchar la voz nerviosa de Joe. Por la
repentina palidez del rostro de su amiga, dedujo que algo había pasado.
- Vale, vale. Llegaré enseguida. ¿Estás seguro de que te encuentras bien? Vale, te amo. Voy de
camino... no hagas nada hasta que yo llegue. ___ sintió un horrible nudo en el estómago. Una y otra vez, volvía a ver al policía en la puerta
de su dormitorio, y a escuchar su desapasionada voz: *Siento mucho informarle...*
- ¿Qué pasa? -preguntó ___.
- Joe se ha caído jugando a baloncesto y se ha roto un brazo.
Dejó escapar el aliento más tranquila. *Gracias Señor, no ha sido un accidente de coche.*
- ¿Se encuentra bien?
- Dice que sí. Sus amigos le llevaron a un médico de guardia que le hizo una radiografía antes de
que se marcharan. Me dijo que no me preocupara, pero creo que es mejor que vuelva a casa.
- ¿Quieres que te lleve en mi coche?
Yare negó con la cabeza.
- No, has tomado demasiado vino; yo he bebido menos. Además, estoy segura de que no es nada serio.
Pero ya sabes lo aprensiva que soy. Quédate aquí y disfruta de lo que queda de película. Te
llamaré mañana por la mañana.
- Vale. Avísame si es grave.
Yare cogió el bolso y sacó las llaves. Se detuvo a mitad de camino y le alargó el libro a ___.
- ¡Qué demonios! Quédatelo. Supongo que en los próximos días te ayudará a reírte a carcajadas
cada vez que te acuerdes de lo idiota que soy.
- No eres idiota. Simplemente, un poco excéntrica.
- Eso es lo que decían de Mary Todd Lincoln[*][1] . Hasta que la encerraron.
___ cogió el libro, riéndose a carcajadas, y observó como Yare caminaba hacia su coche.
- Ten cuidado -gritó desde la puerta-. Y gracias por el regalo, y por lo que esté por venir.
Yare le dijo adiós con la mano antes de subirse a su Jeep Cherokee de color rojo brillante y
alejarse.
Con un suspiro de cansancio, ___ cerró la puerta, echó el pestillo y arrojó el libro al sofá.
- No te vayas a ningún lado, esclavo sexual.
___ se rió de su propia estupidez. ¿Acabaría alguna vez Yare con todas aquellas majaderías?
Apagó el televisor y llevó los platos sucios al fregadero. Mientras lavaba las copas, vio un
repentino fogonazo.
Durante un segundo, pensó que se trataba de un relámpago.
Hasta que se dio cuenta de que había sido dentro de la casa.
- ¿Qué dem...?







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