miércoles, 3 de agosto de 2011

Un amante de ensueño. Capitulo 11

- Puede que no fuese yo el que le quitara la vida, pero fui el responsable, después de todo. Si no... -su voz se desvaneció mientras cerraba los ojos con fuerza.
- ¿Qué? -preguntó ___-. ¿Qué ocurrió?
- Forcé mi destino, y el suyo. Y al final, las Parcas me castigaron.
___ no pensaba quedarse así.
- ¿Cómo murió?
- Enloqueció cuando descubrió lo que le hice. Lo que Eros había hecho... -Nick enterró la cara entre las manos mientras los recuerdos lo asaltaban-. Fui un estúpido al creer que Eros podía conseguir que alguien me amara.
___ alargó el brazo y le pasó la mano por el rostro. Él la miró. Estaba increíblemente hermosa allí sentada. La ternura de sus ojos no dejaba de sorprenderlo. Ninguna mujer lo había mirado nunca de ese modo.
Ni siquiera Selena. Siempre había faltado algo cuando su mujer lo miraba, o cuando lo acariciaba.
Su corazón, comprendió con un sobresalto. ___ estaba en lo cierto. Era muy diferente cuando el corazón no estaba involucrado. Era algo muy sutil, pero siempre había percibido el vacío en las caricias de Selena, en sus palabras; y eso había hecho que su alma ennegrecida sufriera aún más.
Súbitamente, Cupido se materializó junto a Yare y miró a Nick con una tímida sonrisa.
- Olvidé decirte algo.
Nick dejó escapar un suspiro encolerizado.
- No sé por qué tienen la costumbre de olvidarse de algo. Y, suele ocurrir, que ese "algo" es siempre lo más importante. ¿Qué has olvidado "esta vez"?
Cupido no fue capaz de enfrentar la mirada de su hermano.
- Como muy bien sabes, estás condenado a, digámoslo así, sentirte forzado a complacer a la mujer que te invoque.
Nick lanzó una rápida mirada a ___ y su miembro se tensó malévolamente en respuesta.
- Soy muy consciente de ese hecho.
- ¿Pero eres consciente de que con cada día que pase sin poseerla, tu cordura irá desapareciendo? Para cuando el mes esté llegando a su fin, serás un loco desesperado por la falta de sexo y la única forma de sanarte será ceder a tus deseos. Si no lo haces, hermano, sufrirás una agonía tan dolorosa que el castigo de Prometeo a tu lado parecerá una estancia en los Campos Elíseos.
Yare jadeó.
- ¿Prometeo no es el dios que supuestamente entregó el fuego a la humanidad? -preguntó ___.
- Sí -respondió Cupido.
___ miró nerviosa a Nick.
- ¿El que fue encadenado a una roca y condenado a que todos los días un águila se comiese sus
entrañas?
- Y a que cada noche se recuperara para que el pájaro pudiera seguir comiendo al día siguiente
-acabó Nick en su lugar. Los dioses sabían cómo castigar a aquéllos que los fastidiaban.
Una ira amarga se extendió por sus venas mientras observaba a Cupido.
- Los odio.
Cupido asintió.
- Lo sé. Ojalá no hubiese hecho nunca lo que me pediste. Lo siento mucho. Lo creas o no, mami y yo
estamos muy arrepentidos.
Con las emociones revueltas, Nick no fue capaz de decir nada. Desolado, lo único que veía era el
rostro de Selena en su mente, y la visión le hacía encogerse de dolor.
Una cosa era que su familia lo castigara a "él", pero nunca deberían haber tocado a los que eran
inocentes.
Cupido depositó una cajita en la mesa, frente a él.
- Si no quieres abandonar la esperanza, vas a necesitar esto.
- Cuídate de los regalos de los dioses -dijo Nick amargamente, mientras abría la caja para
encontrar dos pares de grilletes de plata y un juego de diminutas llaves, colocadas sobre un lecho
de satén azul oscuro. Al instante reconoció el intrincado estilo de su padrastro.
- ¿Hefesto?
Su hermano asintió.
- Ni Zeus puede romperlas. Cuando sientas que pierdes el control, te aconsejo que te encadenes a
algo realmente sólido y que te mantengas... -esperó un momento mientras miraba fijamente a ___-
alejado de "ella".
Nick tomó aire. Podría reírse ante la ironía, pero ni siquiera era capaz de reunir fuerzas. De
una u otra manera, en cada invocación, siempre acababa encadenado a algo.
- Eso es inhumano -balbució ___.
Cupido le dedicó una mirada feroz.
- Nena, hazme caso; si no lo encadenas, lo lamentarás.
- ¿Cuánto tiempo tardará? -preguntó Nick.
Él se encogió de hombros.
- No lo sé. Depende mucho de ti y del autocontrol del que dispongas -espetó Cupido-.
Conociéndote, es bastante posible que ni siquiera las necesites.
Nick cerró la caja. Podía ser muy fuerte, pero no tenía el optimismo de su hermano. Lo había
perdido hacía mucho, lenta y dolorosamente.
Eros le palmeó la espalda.
- Buena suerte.
Nick no dijo nada mientras su hermano se alejaba. Miraba fijamente la caja mientras las palabras de
Cupido resonaban en su cabeza. Si algo había aprendido a lo largo de los siglos, era a dejar que
las Parcas se salieran con la suya.
Era una estupidez pensar que tenía la oportunidad de ser libre. Era su penitencia y debía
aceptarla. Era un esclavo, y un esclavo seguiría siendo.
- ¿Nick? -le llamó ___-. ¿Qué te pasa?
- No podemos hacerlo. Llévame a casa, ___. Llévame a casa y déjame que te haga el amor. Vamos a
olvidarlo antes de que alguien, seguramente tú, salga herido.
- Pero ésta es tu oportunidad de ser libre. Podría ser la única que tengas. ¿Has sido convocado
antes por alguna mujer que llevara el nombre de Alejandro?
- No.
- Entonces, debemos hacerlo.
- No lo entiendes -le dijo entre dientes-. Si lo que Eros dice es cierto, para cuando llegue esa
noche, no seré yo mismo.
.- ¿Y quién serás?
- Un monstruo.
___ le miró con escepticismo.
- No creo que pudieras serlo.
Él la observó, furioso.
- Tú no tienes ni idea de lo que soy capaz de hacer. Cuando la locura de los dioses se abate sobre
alguien, no hay manera de encontrar ayuda, ni esperanza de hallarla -el estómago se le contrajo con
un nudo-. No deberías haberme convocado, ___ -concluyó, alargando el brazo para coger su vaso.
- ¿Te has parado a pensar que quizás todo esto estaba predestinado? -preguntó ella súbitamente-.
Quizás fui "yo" la que te invocó porque estaba dispuesto que "yo" te liberara.
Nick contempló a Yari a través de la mesa.
- Me convocaste porque Yari te engañó. Lo único que quería era que tuvieras unas cuantas noches
placenteras para que pudieras olvidarlo todo y buscases a un hombre decente, sin temor a que pudiera
hacerte daño.
- Pero es posible que...
- No hay peros que valgan, ___. No estaba predestinado.
Ella bajó la mirada hasta su muñeca. Acercó la mano y acarició la inscripción en griego que
ascendía por la cara interna del brazo.
- ¡Qué bonito! -exclamó-. ¿Es un tatuaje?
- No.
- ¿Y qué es? -insistió.
- Príapo lo grabó a fuego -respondió él, ignorando la pregunta.
Yari se incorporó un poco y le echó un vistazo.
- Dice: «Maldito seas por toda la eternidad y más allá».
___ dejó la mano sobre la inscripción y miró a Nick a los ojos.
- No puedo imaginar todo lo que has debido sufrir durante tanto tiempo. Y más me cuesta entender
que fuese tu propio hermano quien te hiciese algo así.
- Como dijo Cupido, sabía que no debía tocar a una de las vírgenes de Príapo.
- ¿Y por qué lo hiciste entonces?
- Porque fui un estúpido.
___ rechinó los dientes; tenía unas ganas horribles de estrangularlo. ¿Por qué nunca contestaba
a lo que se le preguntaba?
- ¿Y qué te hizo...?
- No me apetece hablar del tema -le espetó.
Ella le soltó el brazo.
- ¿Alguna vez has dejado que alguien se te acerque, Nick?
Apuesto a que siempre has sido uno de esos tipos que no abren su corazón porque no confían en
nadie. Uno de ésos que preferirían que les cortasen la lengua antes de que alguien descubriera
que no son seres insensibles, sino todo lo contrario. ¿Te comportaste así con Selena?
Nick apartó la mirada mientras los recuerdos le embargaban.
Recuerdos de una infancia plagada de hambre y privaciones.
Recuerdos de noches agónicas deseando...
- Sí -respondió sencillamente-. Siempre estuve solo.
___ sufría por él. Pero no podía permitir que se conformara.
De algún modo tenía que encontrar la forma de llegar hasta su corazón. De animarlo a que luchara
por romper la maldición.
Debía haber algún modo de hacerle luchar.
Y en ese momento juró encontrarlo.
Nick y ___ ayudaron a Yari a desmontar el puestecillo ambulante y a guardarlo todo en el jeep, antes
de regresar a casa sorteando el tráfico típico de un viernes por la noche.
- Has estado muy callado -le dijo ella mientras se detenía en un semáforo en rojo.
Observó cómo la mirada de Nick seguía el movimiento de los automóviles que pasaban junto a
ellos. Parecía perdido, como alguien que se debatiera en el límite entre la fantasía y la
realidad.
- No sé qué decir -respondió tras una breve pausa.
- Dime cómo te sientes.
- ¿Sobre qué?
___ se rió.
- Definitivamente, eres un hombre -le dijo-. ¿Sabes? Las sesiones con los hombres son las más
difíciles. Llegan y pagan ciento veinticinco dólares para no decir prácticamente nada. Jamás
lograré entenderlo.
Nick bajó la vista hasta su regazo, y ella observó el modo en que acariciaba distraídamente su
anillo con el pulgar.
- Dijiste que eras una sexóloga, ¿qué es eso exactamente?
El semáforo se puso en verde y se internaron de nuevo en el tráfico.
- Tú y yo estamos en el mismo negocio, más o menos. Ayudo a las personas que tienen problemas con
sus parejas. Mujeres que tienen miedo de tener relaciones íntimas con los hombres, o mujeres a las
que les gustan los hombres un poco más de la cuenta.
- ¿Ninfómanas?
___ asintió.
- He conocido a unas cuantas.
- Apuesto a que sí.
- ¿Y los hombres? -preguntó él.
- No son fáciles de ayudar. Como ya te he dicho, no suelen hablar mucho. Tengo un par de pacientes
que sufren de miedo escénico...
- ¿Y eso qué es?
- Algo que estoy completamente segura que tú no padecerías jamás -le contestó, pensando en la
continua y arrogante persecución a la que él le sometía. Se aclaró la garganta y se lo
explicó-. Son hombres que tienen miedo de que sus compañeras se rían de ellos cuando están en la
cama.
- ¡Ah!
- También tengo un par que abusan verbalmente de sus parejas, y otros dos que quieren cambiarse de
sexo...
- ¿Se puede hacer eso? -preguntó Nick, totalmente pasmado.
- ¡Claro! -respondió ___ con un gesto de la mano-. Te sorprendería saber de lo que son capaces
los médicos hoy en día.
Tomó una curva y se adentraron en su vecindario.
Nick permaneció callado tanto rato que estaba a punto de enseñarle lo que era la radio cuando, de
repente, él preguntó:
- ¿Por qué quieres ayudarlos?
- No lo sé -le respondió con franqueza-. Supongo que se remonta a mi infancia, una época de
muchas inseguridades para mí. Mis padres me querían mucho, pero no sabía relacionarme con otros
niños. Mi padre era profesor de historia y mi madre ama de casa...
- ¿Qué es un ama de casa?
- Una mujer que se queda en casa y hace las cosas típicas de las madres. En el fondo, nunca me
trataron como a una niña, por eso, cuando estaba cerca de otros niños, no sabía cómo
comportarme. Ni qué decir. Me asustaba tanto que me ponía a temblar. Finalmente, mi padre comenzó
a llevarme a un psicólogo y, después de un tiempo, mejoré bastante.
- Excepto con los hombres.
- Ésa es una historia totalmente diferente -le dijo, suspirando-. De adolescente era una chica
desgarbada, y los chicos del instituto no se acercaban a mí, a menos que quisieran burlarse.
- ¿Burlarse de ti?, ¿por qué?
___ se encogió de hombros con un gesto indiferente. Por lo menos, esos viejos recuerdos habían
dejado de molestarla. Finalmente los había superado.
- Porque estaba plana, tenía orejas de soplillo y un montón de pecas.
- ¿Que estabas plana?
- No tenía pecho.
___ hubiese jurado que podía sentir el calor que desprendía la mirada de Nick mientras
inspeccionaba sus pechos.
Mirándolo de reojo, confirmó sus sospechas. De hecho, la estaba observando como si se hubiese
quitado la camisa y estuviera en mitad de...
- Tus pechos son muy bonitos.
- Gracias -le respondió con torpeza, aunque curiosamente se sentía halagada por un cumplido tan
poco convencional-. ¿Y tú?
- Yo no tengo pechos.
Lo dijo con un tono tan inexpresivo y serio que ___ no pudo evitar estallar en carcajadas.
- No era eso a lo que me refería, y lo sabes muy bien. ¿Cómo fue tu adolescencia?
- Ya te lo he dicho.
Ella lo miró furiosa.
- En serio.
- En serio, luchaba, comía, bebía, me acostaba con mujeres y me bañaba. Normalmente, en ese
orden.
- Todavía tenemos problemas con esto de la falta de confianza, ¿no? -preguntó ella de forma
retórica.
Asumiendo su papel de psicóloga, cambió a un tema que a él le resultara más fácil.
- ¿Por qué no me cuentas qué sentiste la primera vez que participaste en una batalla?
- No sentí nada.
- ¿No estabas asustado?
- ¿De qué?
- De morir, o de que te hirieran.
- No.
La sinceridad de su sencilla respuesta consiguió desconcertarla.
- ¿Y cómo es que no tenías miedo?
- No tienes miedo a morir cuando no tienes nada por lo que seguir viviendo.
Impresionada por sus palabras, ___ tomó el camino de entrada a su casa.
Decidiendo que sería mejor dejar un tema tan serio por el momento, bajó del coche y abrió el
maletero.
Nick cogió las bolsas y la siguió hasta la casa.
Se dirigieron a la planta alta. ___ sacó sus cómodos vaqueros del vestidor e hizo sitio en los
cajones para poder guardar la ropa nueva de Nick.
- Veamos -dijo, arrugando las bolsas vacías para arrojarlas a la papelera de mimbre, colocada junto
al armario-. Es viernes por la noche. ¿Qué te gustaría hacer? ¿Te apetece una noche tranquila o
prefieres dar una vuelta por la ciudad?
Su hambrienta mirada la recorrió de la cabeza a los pies, haciendo que ardiera al instante.
- Ya conoces mi respuesta.
- Vale. Un voto a favor de arrojarse al cuello de la doctora, y otro en contra. ¿Alguna otra
alternativa?
- ¿Qué tal una noche tranquila en casa, entonces?
- De acuerdo -respondió ___, mientras se acercaba a la mesita de noche para coger el teléfono-.
Déjame que compruebe los mensajes y después prepararemos la cena.
Nick siguió colocando su ropa, mientras ella llamaba al servicio de contestador y hablaba con
ellos.
Acababa de doblar la última prenda cuando percibió una nota de alarma en la voz de ___.
- ¿Dijo qué quería?
Nick se giró para poder observarla. Tenía los ojos ligeramente dilatados, y sujetaba el teléfono
con demasiada fuerza.
- ¿Por qué le dio mi número de teléfono? -preguntó enfadada-. Mis pacientes jamás deben saber
mi número privado. ¿Puedo hablar con su superior?
Nick se acercó a ella.
- ¿Algo va mal?
___ alzó la mano, indicándole que permaneciera en silencio para poder escuchar lo que la otra
persona le estaba diciendo.
- Muy bien -dijo tras una larga espera-. Tendré que cambiar el número de nuevo. Gracias -colgó el
teléfono, frunciendo el ceño por la preocupación.
- ¿Qué ha pasado? -le preguntó él.
___ resopló irritada mientras se frotaba el cuello.
- La compañía acaba de contratar a esta chica y, como es nueva, le dio mi número privado a uno de
mis pacientes.
Hablaba tan rápido que a Nick le costaba trabajo seguirla.
- Bueno, en realidad, no es "mi" paciente -prosiguió sin detenerse-. Jamás habría aceptado a un
hombre así, pero Luanne, la doctora Jenkins, no es tan selectiva. La semana pasada tuvo que
marcharse de la ciudad a toda prisa, por una emergencia familiar. Así es que Beth y yo tuvimos que
repartirnos sus pacientes para atenderlos mientras ella está fuera. Aún así, no quise quedarme
con este hombre tan horripilante, pero Beth no pasa consulta los viernes, y él tiene que acudir los
miércoles y los viernes debido al régimen de libertad condicional.
___ lo miró con el pánico reflejado en sus pálidos ojos grises.
- Pero yo no quise atenderlo, y el supervisor de su caso me juró que no habría ningún problema.
Dijo que el tipo no representaba una amenaza para nadie.
Nick sentía que le palpitaba la cabeza por la cantidad de información que ___ estaba soltando, y
que él era incapaz de comprender en su mayor parte.
- ¿Eso es un problema?
- Es un poquito espeluznante -dijo con las manos temblorosas-. Es un acosador. Acaban de darle el
alta de un hospital psiquiátrico.
- ¿Un acosador? ¿Un hospital psiquiátrico? ¿Qué es eso?
Al escuchar la explicación, Nick no pudo evitar quedarse con la boca abierta.
- ¿Permiten que estas personas se muevan a su antojo?
- Bueno, sí. La idea es ayudarlos.
Nick estaba horrorizado. ¿Qué clase de mundo era ése en el que los hombres se negaban a proteger
a sus mujeres y niños de la depravación?
- En mi época, no permitíamos que personas así se acercaran a nuestras familias. Nos
asegurábamos de que no andaran sueltos por nuestras calles.
- ¡Bienvenido al siglo veintiuno! -exclamó ___ con amargura-. Aquí hacemos las cosas de un
modo... distinto.
Nick movió la cabeza, ensimismado, mientras pensaba en todas las cosas de ésta época que le
resultaban extrañas. No podía entender a esta gente, ni su modo de vida.
- No encajo en este mundo -masculló.
- Nick...
Se alejó cuando vio que ___ se acercaba a él.
__, sabes que es así. Supongamos que rompemos la maldición; ¿de qué me va a servir? ¿Qué se
supone que voy a hacer aquí? No puedo leer tu idioma, no sé conducir y no tengo posibilidades de
trabajar. Hay demasiadas cosas que no entiendo. Me siento perdido...
Ella se estremeció ante la evidente angustia que Nick intentaba ocultar con todas sus fuerzas.
- Sólo estás un poco agobiado. Pero lo haremos pasito a pasito. Te enseñaré a conducir y a leer.
Y con respecto al trabajo... sé que eres capaz de hacer muchas cosas.
- ¿Como qué?
- No lo sé. Además de ser un soldado, ¿a qué otra cosa te dedicabas en Macedonia?
- Era un general, ___. Lo único que sé hacer es dirigir a un antiguo ejército en una batalla.
Nada más.
___ tomó su cara entre las manos y lo miró con dureza.
- No te atrevas a abandonar ahora. Me has dicho que no tenías miedo a luchar, ¿cómo puedes
asustarte por esto?
- No lo sé, pero me asusta.
Algo extraño ocurrió entonces; ___ percibió que Nick le había permitido acercarse. No de forma
muy íntima, pero por la expresión de su rostro se daba cuenta de que estaba admitiendo su
vulnerabilidad ante ella. Y, en el fondo, sabía que no era el tipo de hombre que admite fácilmente
ese hecho.
- Yo te ayudaré.
La duda que reflejaban los ojos marrones hizo que se le revolviera el estómago.
- ¿Por qué?
- Porque somos amigos -le respondió con ternura, mientras le acariciaba la mejilla con el pulgar-.
¿No fue eso lo que le dijiste a Cupido?
- Ya escuchaste su respuesta. No tengo amigos.
- Ahora sí.
Él se inclinó y la besó en la frente, atrayéndola hacia su cuerpo para darle un fuerte abrazo.
El cálido aroma del sándalo la inundó mientras escuchaba cómo el corazón de Nick latía
frenéticamente bajo su mejilla rodeada por sus bíceps tostados por el sol. Fue un gesto tan tierno
que a ___ le llegó al alma.
- De acuerdo, ___ -le dijo en voz baja-. Lo intentaremos. Pero prométeme que no dejarás que te
haga daño.
Ella lo miró ceñuda.
- Estoy hablando en serio. Una vez que me pongas los grilletes, no me sueltes bajo ninguna
circunstancia. Júralo.
- Pero...
- ¡Júralo! -insistió él con brusquedad.
- Muy bien. Si no puedes controlarte, no te liberaré. Pero yo también quiero que me prometas una
cosa.
Él se apartó un poco y la miró con escepticismo. No obstante, siguió abrazándola.
- ¿Qué?
___ apoyó las manos sobre sus fuertes bíceps y sintió cómo la piel de Nick se erizaba bajo su
contacto. Él bajó la mirada hacia sus manos, con una de las expresiones más tiernas que ella
había visto nunca.
- Prométeme que no vas a desistir -le dijo-, que vas a intentar acabar con la maldición.
La miró con una sonrisa extraña.
- Está bien. Lo intentaré.
- Y lo lograrás.
Nick sonrió al escuchar su comentario.
- Tienes el optimismo de una niña.
___ le devolvió la sonrisa.
- Como Peter Pan.
- ¿Peter qué?
Ella se alejó de sus brazos de mala gana. Tomándolo de la mano, lo llevó hasta la puerta del
dormitorio.
- Acompáñame, esclavo macedonio mío, y te contaré quiénes son Peter Pan y los Niños Perdidos.

- Entonces, ¿ese chico nunca se hizo mayor? -preguntó Nick mientras preparaban la cena.


No hay comentarios:

Publicar un comentario