lunes, 22 de agosto de 2011

Dominada por el Deseo. Capitulo 18

—Shhh, no vamos a hablar ahora del cuarto de juegos. Sólo quiero darte un beso, cher. He echado de menos abrazarte esta noche.
Las lágrimas cayeron de los ojos de _____________, resbalando por sus mejillas. A Nick se le encogió el estómago al verlas, y se las enjugó con los pulgares.
—No digas eso.
—Es la verdad —susurró contra su boca—. ¿Me has echado tú de menos también?
—No tiene sentido —confesó inclinando la cabeza, luego se mordió los labios como para contener sus sentimientos—. No puedo hacerlo, no puedo ser lo que tú quieres que sea.
Nick no estaba de acuerdo. Estaba seguro de lo contrario. Y se lo demostraría.
—Ni siquiera sé para qué sirven la mitad de las cosas de ese cuarto —añadió _____________.
—Y eso, además de echarme de menos, ha hecho que te sientas como una idiota. —Sonrió con ternura, intentando tranquilizarla. La inocente respuesta de _____________ lo había complacido sobremanera—. Pues yo soy mucho más idiota que tú. No es sólo que te echara de menos, deseaba abrazarte. Ardía en deseos de tocarte, de cualquier manera que quisieras. Con o sin juguetes.
Y esa necesidad iba en aumento, ahogando por completo todo lo demás, incluyendo el sentido común. Tensó la mano en su nuca, metiendo los dedos en su pelo. Por lo general, el autocontrol de Nick era algo conocido y legendario. Con _____________, resistirse a una mujer que deseaba tan ardientemente, no sólo parecía un auténtico sinsentido, sino que era absolutamente imposible.
Inclinando la boca sobre los suaves labios de _____________, el instinto se hizo cargo de la situación. Con una pasión apenas contenida, Nick alternó entre exigir y complacer, intentando persuadirla para que abriera la boca. Se sintió aliviado y excitado cuando ella le dejó entrar y se tragó tanto sus objeciones como su aliento.
Nick la reclamó, dejando que la necesidad ardiera en su vientre y poniendo toda su alma en el beso. _____________ era como una droga. Ahuecando la cara de la mujer entre sus manos, Nick se sintió nuevamente asombrado por la sedosa calidez de su piel. El perfume a frambuesas de _____________ casi le hacía perder la cabeza.
El dulce sabor del beso lo dejó sin fuerzas. Una mezcla de azúcar y canela, sedosa calidez y deseo femenino. Nick se hundió en su boca, en su ser. Con cada aliento, saboreó la confusa pasión de _____________ y su renuente necesidad. Penetró aún más en su húmeda cavidad, determinado a absorber todas las dudas e incertidumbres de _____________, y devolverle a cambio tranquilidad y plena dedicación. Con ese propósito le arrasó la boca, mordisqueándole suavemente el labio inferior, alimentándola con el sabor de la ávida lujuria masculina, y declarando su determinación de hacerla suya para nunca dejarla ir.
Ella jadeó y lo abrazó estrechamente, presionando los pechos contra él. Las lágrimas que empapaban sus mejillas mojaron la cara de Nick, haciendo palpitar su corazón una vez más.
Nick le pasó los dedos por los sedosos cabellos de fuego y fue dejando un cálido reguero de besos sobre la mandíbula de _____________, dirigiéndose hacia la oreja.
—¡Oh, Nick!, no puedo ser lo que tú quieres que sea.
—Ya lo eres. —Le mordisqueó el lóbulo de la oreja. Bajo la acometida de sus labios, la respiración de _____________ se aceleró. El pulso le latía desenfrenado en la base del cuello mientras palpitaba de deseo. Nick cubrió ese lugar con su boca, lamiéndolo con la lengua. Ella le recompensó con un gemido, arqueando la garganta en una muda invitación.
Nick podía oler ahora el deseo de ella, sabía que estaba mojada. Eso lo puso condenadamente duro. Tanto, que era como si no se hubiera desahogado en las profundidades femeninas desde hacía semanas o meses.
Era una completa y absoluta locura.
Nick gimió apretándola contra el acero inquebrantable de su erección. Había tenido intención de esperar, de cortejarla, de seducirla. Pero no podía. Tenía que entrar en ella ya. Cualquier otra cosa era inaceptable. Necesitaba sentir la cálida estrechez de su dulce sexo cerrándose alrededor de su miembro mientras él se tragaba sus gritos con la boca. Tenía que ver cómo se sometía ese cuerpo suave, esa mirada, la húmeda invitación de su vagina.
De un tirón, le desgarró la camisa hasta el estómago. ¡Vaya premio! Esos pechos firmes, bañados por los dorados rayos del sol, lo llamaban. Nick no se lo pensó dos veces. Se inclinó y capturó un pezón arrugado con la boca para comenzar a chuparlo con fuerza y dureza.
_____________ jadeó, y se arqueó hacia él, alentándolo en silencio. Metió los dedos entre los
cabellos de Nick para atraerlo más hacia ella. No era necesario; él no pensaba ir a ningún sitio
por el momento. Con la mano libre, Nick apretó la dura cima del otro pecho, retorciendo el pezón y
tirando de él.
-¡Sí!
A Nick le encantó ese grito, pero le pellizcó con los dientes la sensible carne para recordarle su
error.
—Sí, señor —se corrigió ella.
—Parfait—dijo él, recompensándola con el roce de su lengua sobre el duro pico inflamado—.
Perfecto.
Nick movió los dedos sobre los pequeños pezones turgentes. Mierda, ya estaba deseando saborearlos
de nuevo. Pero el hombre dominante que había en él deseaba también otras cosas. Ella olía a
cielo, se había humedecido por él en un instante. Hubiera apostado lo que fuera a que ella sabía
a puro pecado.
—_____________, siéntate en la barandilla.
Un poco renuente, ella se subió a la barandilla de madera del porche. La lógica le decía a Nick
que no la presionara. Pero la necesidad que sentía no le daba otra opción.
Le dio una ligera palmada en el trasero.
—¿A quién debes obedecer?
La confusión y la sorpresa asomaron en los ojos azules y llenos de lágrimas de _____________. Se
esforzaba en conciliar las necesidades de su cuerpo con su vena independiente. Siempre pensaba
demasiado, pero así era ella.
Con la otra mano, le zurró la otra nalga.
—A ti, señor.
Al menos no lo había negado. Si lo hubiera hecho... Nick supuso que podría haberse contenido. En
cualquier caso, su control peligraba ante la determinación de llevar a _____________ a un sudoroso
y estridente orgasmo.
Con un gruñido, desgarró el resto de la camisa de _____________, exponiendo cada curva delicada y
pálida de su cuerpo. Excelente, no llevaba bragas. Los
húmedos pliegues rosados de su sexo estaban sólo cubiertos por el vello rojizo. Pero él quería
ver más, necesitaba ver más.
Sujetándola por la espalda con una mano, Nick le abrió las piernas con la otra. Con una mirada vio
cuan mojada estaba. ¡Sí! Los resbaladizos pliegues de su carne se hinchaban y empapaba más a cada
momento que pasaba. Delicioso.
«¡Mía!», exclamó instintivamente la bestia que habitaba en su interior.
—Sujétate —le ordenó, colocándole las manos en el borde de la barandilla al lado de su
caderas.
— ¿Señor?
—Sin peros, _____________ —gruñó él—. Toma lo que te dé. Haz lo que te digo. Córrete
cuando te dé permiso.
—Estamos al aire libre. Si pasa un bote nos verán. —Cerró las piernas.
—Estamos en medio de la nada, así que no importa. Deja que sea yo quien me preocupe por tu
bienestar. Yo te cuidaré. Confíame tu cuerpo. ¿Lo harás?
_____________ quería hacerlo. Nick podía ver cómo la turbulenta necesidad luchaba contra la
modestia en esa ansiosa mirada. No desconfiaba de él, sino de sí misma.
—Todo irá bien —la tranquilizó—. Deja que me encargue de todo.
Con un entrecortado suspiro y tras una larga pausa, asintió vacilante con la cabeza.
Nick contuvo a duras pena un grito de alegría y la necesidad de devorarla en el acto. Le había
dicho que sí a él, no porque se lo exigiera o la provocara para hacerlo, sino porque había
querido.
—Bien. Sujetate. Abre bien las piernas.
Con manos temblorosas, _____________ accedió a sus demandas apoyando las manos en la barandilla.
Lentamente, casi con demasiada lentitud, separó de nuevo los muslos.
Era absolutamente bella y perfecta.
«¡Mía!»
Nick se arrodilló y le besó el interior de los muslos. Ella contuvo el aliento y tensó el cuerpo.
Le acarició suavemente los muslos, y le apretó las caderas contra la barandilla para mantenerla
quieta. Luego, simplemente la miró fijamente, aspirando
el dulce perfume almizclado del deseo de _____________. Ella estaba sonrojada, húmeda y temblorosa.
Le costó cada pizca de autocontrol no sumergirse en ese delicioso buffet. Quería saborearla por
todas partes: los pliegues brillantes que escondían sus más profundos secretos, el clítoris que
se ocultaba bajo un delicado capuchón o dentro del cálido canal tenso que contenía sus jugos.
—Dime dónde te gusta que te lama. Indícame justo el punto —le exigió, sabiendo que pensaba
dejar ese destino para el final.
—No lo sé. En cualquier parte.
—Nadie te ha llevado al orgasmo lamiéndote aquí. —Nick no lo preguntó. Estaba seguro de la
respuesta.
_____________ negó con la cabeza.
Asombroso. Otro acto íntimo en que él sería el primero. Tan estimulante pensamiento envió una
flecha de fuego a su miembro. ¿Es que _____________ sólo había salido con eunucos? A él le
encantaba ese sabor íntimo. Ese toque perfecto que tanto excitaba a una mujer. No había manera
más rápida de que se rindiera, de hacerla implorar.
De hacerla suya.
Nick bajó la mirada al sexo hinchado. Tal vez... tal vez podría conseguir que _____________
asociara el placer del sexo con él. No sería suficiente para retenerla, pero sí un principio. El
resto se resolvería hora a hora, día a día, hasta que ella no recordara quién era Brandon.
—Te vas a correr, _____________. Pero no hasta que yo te lo diga. ¿Entendido?
—Sí, señor.
La perfecta y susurrante respuesta provocó que su miembro se endureciera hasta el punto de
correrse. Pronto...
—Ma belle, si douce —murmuró él sobre el clítoris—. Dulce y hermosa mujer.
El corazón de _____________ latió a toda prisa mientras miraba fijamente su cuerpo casi desnudo, y
a Nick arrodillado entre sus muslos temblorosos. El deseo la atravesaba. Sentía los miembros laxos
y la cabeza en una nube. Se le tensó el sexo, dolorido. Había algo diferente en las caricias de
Nick; algo diferente entre ellos dos. Dios, ¿qué le estaba ocurriendo? Tragó para ahogar un
gemido de necesidad.
Él le agarró los muslos, abriéndoselos y exponiéndola aún más. Luego, con los pulgares, le
abrió el sexo bajo su atenta mirada.
_____________ tembló; no se había sentido jamás tan vulnerable, ni más excitada. Estaba
empapada. Se arqueó contra él y esperó conteniendo el aliento. A Nick no le cabría duda de que
respondía a sus demandas, a la manera en que le separaba las piernas con fuerza, y clavaba los ojos
en su sexo como si tuviera intención de comerla como un melocotón maduro.
Y su cordura... ¿dónde estaba? Se suponía que estaba comprometida, por amor de Dios. Se suponía
que no le gustaba la ruda dominación de Nick. No era la mujer depravada que Andrew le había
acusado de ser. No entendía por qué una parte de ella respondía excitada a las órdenes de Nick.
La brisa fría de la mañana le atravesó la piel, pero en vez de hacerla temblar de frío, el aire
fresco sobre su cuerpo caliente la excitaba.
—Me encanta ver cómo te mojas por mí. Siento cómo te tiemblan los muslos. Veo cómo se hinchan
todos los pliegues de tu sexo, cher.
Ella apretó los ojos cerrados, incapaz de dejarse llevar y disfrutar.
—No.
Como respuesta, Nick simplemente le deslizó el pulgar sobre el clítoris. Se le endureció en un
nudo que latía de pura necesidad.
Podría haber pronunciado una nueva negativa, pero su cuerpo la traicionó. Una vez más. Jamás le
había respondido a nadie de la manera en que le respondía a Nick, ardiente, dolorida, dispuesta a
hacer cualquier cosa que él quisiera. Temblaba de necesidad sólo con pensar en lo que había en el
cuarto de juegos, artículos de los que había oído hablar vagamente y que sólo había usado en su
imaginación.
Todo eso estaba allí, al final del pasillo, al alcance de un hombre que seguramente
sabía utilizar cada objeto con devastadora habilidad.
—¿No qué? —se burló él—. ¿No, que no te gusta? ¿No, que no te folle de todas las manera
posibles hasta que te hayas corrido tantas veces que tu cuerpo caiga rendido de placer? ¿A qué
dices que no?
Esas palabras y las imágenes electrizantes y sexuales que evocaron bombardearon su cerebro y
mellaron su resistencia como la capota de un coche bajo una granizada cruel. Pero _____________
sabía que si se dejaba llevar, Nick sólo la haría desear unas caricias más ardientes, nuevas y
asombrosas sensaciones que añadir a sus vergonzosas fantasías nocturnas después de que los dos
siguieran caminos diferentes.
— ¿O te dices que no a ti misma? —murmuró él, rozándole con la lengua la parte superior de
su hendidura, provocándole un placer tan agudo que pareció apretar su sexo en un puño.
— ¿Quieres negar lo bien que te haría sentir mi lengua hundida en la humedad de tus pliegues?
«¡Sí! ¡No!» Maldita sea, debía de ser tan transparente como un envoltorio de plástico para
que leyera en ella con tanta facilidad. Forzándose a abrir los ojos, bajó la vista hacia él justo
a tiempo de ver cómo hundía la lengua entre sus pliegues. La visión de esas manos callosas
acunando la delicada carne en la unión de sus muslos, con esa piel mucho más oscura que la de
ella, la sacudió con un deseo tan puro que crepitó de arriba abajo por su espalda y le estalló en
el vientre.
«¡Dios mío, ayúdame!»
Mientras pensaba eso, la cubrió el húmedo calor de la boca masculina. El placer ardió dentro de
ella mientras él lamía toda la hendidura hacia el clítoris y luego acariciaba éste como si
estuviera intentando saciar su sed con los jugos de _____________.
—Cher, qué bien sabes.
Su voz sonaba áspera y ronca, mitad gruñido y mitad gemido y minó las defensas de _____________,
destruyendo la poca resistencia que le quedaba.
La lamió de la misma manera otra vez, sólo que con más avidez. Ahora no era una caricia
exploradora de la lengua, era una demanda voraz. Con un gruñido, atrapó el clítoris entre los
labios y lo chupó.
Ella se quedó sin aliento, una vez, dos veces... cada vez que él chupaba el sensible brote. Las
protestas que cruzaban por su mente se ahogaron frente a las demandas de su cuerpo. La tortura
exquisita de la boca de Nick la conducía más allá de su innato decoro. Desesperada porque
profundizara aún más, se arqueó contra él, agarrándose con fuerza a la barandilla,
implorándole en silencio mientras abría aún más las piernas.
—Muy bonito —la elogió él, con voz ronca y cruda—. Y tan dulce.
Le invadió el canal con la lengua mientras le oprimía el clítoris con el pulgar. El placer se
fundió dura y rápidamente entre sus piernas, de una manera casi dolorosa. _____________ sintió
cómo sus pliegues se hinchaban de necesidad, y que su carne sensible se tensaba con cada estocada
de su lengua. El azote de la brisa de febrero sobre sus pezones duros como diamantes no hacía nada
para enfriarla.
Nick continuó con su fiesta, y sus gemidos de aprecio resonaron en los oídos de _____________.
Cuando más comía de ella, más mojada estaba.
Luego él se detuvo.
—Si quieres que siga, invítame a saborearte más. —Le mordió el muslo—. Dime que quieres
correrte en mi lengua.
_____________ apretó los labios para no decir las palabras. Pero sentía un dolor entre las piernas
que palpitaba con cada desbocado latir de su corazón. Cada molécula de su cuerpo deseaba lo que
Nick quería darle. ¿Por qué demonios se resistía a tan asombroso placer? Una reputación
mancillada o el riesgo a la humillación parecía un pequeño precio a pagar por esas sensaciones
maravillosas.
La expresión cálida y ansiosa de la cara de Nick la incitaba a ceder. No había ternura en ese
rostro. Nick no estaba interesado en corazones y flores. La apasionada intensidad de esa mirada
oscura contra la luz dorada de la mañana le decía que él quería más. Que deseaba poseerla. En
su cara se reflejaba un agudo deseo de iniciarla en cada lujuriosa sensación que alguna vez había
imaginado y obligarla a reservar sus reacciones exclusivamente para él.
La escandalosa certeza de pertenecerle, de ofrecerle su cuerpo sólo a él y dejarle hacer cualquier
cosa que él quisiera —que ambos quisieran— la llevó más allá de sus límites.
Aunque una parte de su mente la instaba a decir que no, el resto de su ser suplicaba dolorosamente
que dijera sí.
—Saboréame —cada sílaba sonó como un susurro tembloroso—, señor.
_____________ sabía que había dado un paso gigantesco y que no había marcha atrás. Quería
cometer todos esos pecados que la obsesionaban. Nick había reemplazado sus escrúpulos con una
necesidad pura y candente que ya no podía negar. La había tentado con la idea de someterse a él.
Una salvaje expresión de victoria apareció en el rostro masculino.
-¿Y...?
—Quiero... —_____________ tragó, jadeó, buscando el coraje y el aire necesarios para
continuar.
Nick le rodeó con un dedo la pequeña abertura de su sexo, recogiendo gotas de su jugo, que
extendió sobre su clítoris. Una flecha de fuego cruzó el cuerpo de _____________ y explotó en su
vientre.
Dios mío, no podría soportar más estímulo. Al borde de la locura y a punto de perder el control
de su cuerpo, _____________ jadeó. La necesidad tiraba de ella, le hervía la sangre. No podía
pensar.
Nick la había reducido a un estado puramente primitivo. _____________ siempre se había imaginado
que llegar a tal estado era imposible. Pero no, eso había sido antes de que sucumbiera ante ese
hombre sexy que a pesar de ser un desconocido, conocía cada uno de sus deseos ocultos, cada uno de
sus pecaminosos pensamientos. No sólo los comprendía, sino que se los concedía, y al mismo tiempo
que la hacía sentirse perfectamente maravillosa.
—Quiero correrme en tu lengua —farfulló ella.
—Perfecto, cher. —La recompensó bebiendo de su clítoris—. Eres una buena chica, y sabes muy
bien. Voy a darte lo que quieres.

_____________ estaba magnífica. El sol naciente derramaba su luz dorada sobre la pura y pálida
piel, iluminando cada una de sus sexy pecas color canela. Las sombras danzaban entre las depresiones
y montículos de su delicioso cuerpo, tentándolo a levantarse para obtener una mirada completa.
Para su deleite personal.
Nick se sentía demasiado feliz para hacer caso a ese impulso. La temblorosa admisión de
_____________ aún resonaba en su mente, incitándolo a agarrar esos temblorosos muslos para
abrirlos un poco más y lamer la satinada carne rosada que tenía delante.
Dios mío, ella era como una droga. Era como si cada parte de su cuerpo tuviera un perfume exótico
o un nuevo sabor. El hueco de su cuello olía a mujer madura con un leve indicio de frambuesas. El
sabor de su boca lo convertía en un adicto al azúcar y la canela. Y su sexo... tenía la esencia
del almizcle, dulce y limpio. Ah, _____________ sabía a puro deseo. Algo único y cautivador.
Podría pasarse la mañana allí, bebiendo de ella y aún así sentiría el impulso de saborearla
eternamente hasta descubrir qué tenía ella que tentaba su lengua de esa manera.
El jadeo entrecortado de _____________ atrajo su atención. Los muslos femeninos estaban tensos bajo
su presa. Él sonrió contra su sexo, luego bajó la lengua a su vulva, lamiéndole el clítoris de
vez en cuando. No con una presión constante. Sólo lo justo para llevarla cada vez más alto.
Luego, mientras introducía un dedo en su interior, ella tembló.
Los jugos manaban de ella. El rubor cubría su piel cuando echó la cabeza hacia atrás, y le
temblaron las piernas. El sexo de _____________ se hinchó todavía más mientras clavaba las uñas
en la vieja madera de la barandilla y gemía.
Distraídamente, Nick se preguntó cuánto tiempo podría tenerla así, justo en el borde, a punto
de alcanzar el dulce clímax, pero sin dejar que llegara. La idea de reducirla a una masa temblorosa
y suplicante lo tentó. No porque no hubiera oído nunca antes a una mujer implorar. Lo había hecho
con frecuencia. Pero _____________ y esa modestia propia de una joven de buena familia lo atraían
como el gas al fuego. Y cuando la llevara más allá de sus inhibiciones, ella los haría arder a
los dos. Incluso ahora, la gruesa erección presionaba inquieta contra los vaqueros, reclamando la
atención de la carne inflamada y dulce que tenía bajo la lengua.
—Nick —jadeó _____________—. Señor.
El temblor de su voz le indicaba que el orgasmo crecía cálido y rápido en su interior. Él
sonrió, abandonando el duro nudo del clítoris para centrar la atención en los labios hinchados
que se cerraban en torno a su dedo.
—¿Cher? —respondió perezosamente, tragándose el nudo de lujuria que amenazaba con despojarle
de su autocontrol.
Antes de que ella pudiera contestar, él la penetró con otro dedo. _____________ dio un grito
ahogado de asombro que resonó en el porche y en el pantano.
Cerrando los ojos con fuerza, ella no dijo nada. Sólo se concentró en el placer, justo como él
quería que hiciera.
Nick comenzó a sacar los dedos del apretado canal. Ella murmuró una protesta, pero él supo
exactamente lo que ella quería decir, cuando su cuerpo se aferró a sus dedos y los succionó. Dios
mío, no era de extrañar que le arrebatara tan rápido el control cuando la penetraba con su
miembro.
Dejando las conjeturas aparte, sacó la húmeda mano de su sexo. Sus fluidos goteaban de los dedos
de Nick. Esa imagen y su perfume se le subieron directos a la cabeza, como si fueran alcohol puro,
dejando su libido por los suelos. Tuvo que contener el deseo de bajarse los pantalones hasta las
rodillas y penetrar profundamente en ella.
En su lugar, deslizó los dedos sobre los brotes rosados de sus pezones y los recubrió con sus
jugos. La brisa azotaba el cuerpo de _____________, contrayendo todavía más las cimas de los
pechos, tentando a Nick, hasta que no pudo resistirse ni un segundo más a saborearlo.
Agarrándole las caderas, Nick la apretó contra la protuberancia de su miembro, restregándola con
lujuria y regocijo. Le encantaba cómo estaba ella en ese momento, sonrojada, suspirando y gimiendo
por él.
Lentamente, cerró la boca sobre uno de esos pezones que le hacían la boca agua. Hum, frambuesa y
almizcle juntos. Piel suave como el terciopelo sobre unas puntas duras que imploraban ser chupadas,
mordidas y atenazadas.
Bebió de ella, lamiéndola y mordiéndola, prodigando atención a sus pezones hasta que se
hincharon en su boca. Por si el aliento jadeante de _____________ no era
suficiente prueba, una rápida caricia con su mano libre le dijo que estaba tan mojada como siempre.
Ese hecho —toda ella en realidad— lo atraía como el canto de una sirena. No había forma de
resistirse.
Volvió a introducir con fuerza un par de dedos en sus ardientes profundidades, y luego le rozó el
clítoris con el pulgar. Asombrosamente, ella se tensó de inmediato contra los dedos, apresándolos
y estremeciéndose ante la inminente explosión.
La satisfacción inflamó a Nick mientras volvía la atención al otro pezón y lo envolvía en la
cálida caverna de su boca. No podía esperar para sentir la magnitud de ese climax. Apostaría lo
que fuera a que ella estaba más que dispuesta a rogarle para conseguir la liberación.
Dándole un último pellizco en el duro pezón, Nick subió con un reguero de besos hasta
acariciarle el cuello con la nariz. Sus dedos jugaban ahora con ese sensible lugar de su canal,
justo detrás del clítoris, mientras con el pulgar rozaba el pequeño y duro botón con un ritmo
pausado. Aunque se preguntaba si alguna vez volvería a sentir la sangre en los dedos, la
satisfacción lo invadió cuando ella volvió a cerrarse en torno a ellos una vez más.
—Cher—susurró en su oído—. ¿Qué quieres?
—Lo quiero ahora —jadeó ella mientras él frotaba las yemas de sus dedos justo en ese dulce
lugar de su interior—. Dios, por favor. Necesito...
—¿Qué me detenga?
—No. ¡No, señor! —Su exclamación fue rápida y fuerte en medio de sus jadeantes suspiros.
El rubor le inundó las mejillas, y la luz del sol llovió sobre la piel clara hasta que relució
como si fuera una llama incandescente.
Dios lo ayudara, porque Nick tenía intención de tomarla, no sólo en la cama, sino en su cuarto de
juegos y haciéndola llegar tantas veces y tan dulcemente que ella no volvería a tener escrúpulos
para implorarle lo que quería y para buscarlo cada vez que lo necesitara.
Un salvaje ramalazo de lujuria asaltó su miembro ante el pensamiento de verla correrse, entregando
su cuerpo, su mente y su voluntad sólo a él. Ese pensamiento lo excitaba como ninguna otra cosa.
—Dime lo que necesitas —murmuró en su oído—. Y recuerda cómo decirlo.
—Quiero correrme en tu lengua. Por favor, señor. —Lo asió por los hombros, clavándole las
uñas en la piel por su necesidad urgente—. Por favor, señor.
—Imploras muy dulcemente, cher. ¿Cómo podría resistirme?
_____________ enterró los dedos con frenesí en el pelo de Nick y tiró de el; unos dardos de dolor
estallaron en su cabeza. Que Dios la ayudara cuando finalmente la tuviera debajo de él. La iba a
embestir con tal ferocidad, enterrándose sin piedad en ese dulce sexo hasta que ella se corriera
una y otra vez, y él con ella.
—¡Ahora!
La voz de _____________ tenía una nota de pánico. Su sexo se aferraba a los dedos de Nick con tal
fuerza que apenas los podía mover. Ella estaba al borde del precipicio. Y llevaba allí un rato, el
tiempo suficiente como para que su cuerpo hubiera tomado el control de su mente.
—Ruegas como una descarada —bromeó Nick mientras le rozaba el lóbulo de la oreja y le frotaba
aquel sensible punto en el interior de su sexo—. Te prometí que te daría lo que quisieras. Una
vez que te lo haya dado, ¿me seguirás a mi cuarto de juegos para que pueda atarte y poseerte a mi
entero placer?
—Sí —sollozó ella—. ¡Sí, señor!
—Buena chica. Voy a acostarte sobre la mesa y a tomar ese pequeño sexo caliente varias veces.
Luego aprenderás a rogarme y correrte cuando yo te lo diga, cher. Y más tarde... —jadeó contra
la piel de _____________ mientras comenzaba a descender por su cuerpo con una serie de caricias y
mordiscos—, voy a abrir ese precioso trasero tuyo para que mi miembro se dé un larga y placentera
cabalgada.
Las últimas palabras las susurró contra su clítoris. Un largo gemido escapó de los labios de
_____________. Los músculos de sus muslos temblaban de la tensión. El resbaladizo paraíso de su
sexo le oprimía los dedos, mientras le tiraba desesperadamente del pelo.
Perfecto. Como si fuera una fantasía. _____________ respondía a sus caricias, a sus escandalosas
sugerencias susurradas, tal y como él había soñado. Una vez que acabara con sus inhibiciones, y
la hiciera consciente de esa sexualidad inexplorada, _____________ se sometería dulcemente al
hombre que la había amaestrado.
Era como si ella lo hubiera estado esperando.
Ese pensamiento atravesó su miembro como un rayo.
—Córrete para mí —le exigió contra su sexo empapado.
Con rapidez, sacó los dedos de su interior y se los deslizó por el clítoris. En el siguiente
latido, introdujo la lengua dentro de su canal y alcanzó con la punta el sensible lugar que ya
había tocado antes.
Ella soltó un grito que resonó en el pantano. Agarrándole del pelo, apretó su cara contra su
sexo. Los jugos se derramaron en la boca de Nick y él los bebió con avidez, sintiéndose
triunfante y deseando penetrarla con desesperación, someterla, atarla a él. Todo su ser clamaba de
necesidad.
«Tómala. Reclámala. Es tuya».
Sí, y ¿qué diría Brandon al respecto? ¿Qué diría la propia _____________? Esperaba que ella
dijera que sí, pero una vez que pasara a formar parte de su vida, no quería ser sólo un buen
polvo para ella. Quería que cada caricia significara algo.
«¿Por qué ella? ¿Por qué ahora? ¿Qué ha sucedido para que mi venganza, que una vez ardió
como el metal fundido me haya estallado en la cara?»
Nick frunció el ceño ante ese pensamiento.
Momentos más tarde, sintió que el sexo de _____________ se relajaba en torno a su lengua, y le
soltaba el pelo. Nick dio un último lametazo, prometiéndose repetirlo más tarde y se puso de pie.
Ella parecía aturdida, sonrojada y conmocionada ante su propia respuesta.
Había una sensualidad innata en ella, algo que sólo podría alcanzar un hombre fuerte, alguien que
la quisiera lo suficiente para ocuparse de su seguridad y su tranquilidad de espíritu. Pero
_____________ no había descubierto cuánta pasión encerraba en su interior.
Aún.
Y maldición, quería ser el hombre que se lo revelara.
—Buenos días —murmuró.
Le dio un suave beso en la boca temblorosa, acercándose a sus labios abiertos y deslizándole la
lengua en el interior con una caricia lenta e invitadora. Al instante, _____________ se echó hacia
atrás al degustar su propio sabor en los labios de Nick. Pero él le tomó la cabeza entre las
manos, y la obligó a saborear la dulce perfección de sí misma con un beso largo y profundo. Al
final, ella se relajó contra él, abriendo la boca, y degustando en su lengua el sabor de su propio
sexo.
Nick se sintió impresionado ante esa rápida aceptación. No sólo impresionado sino también
orgulloso, algo que lo alegraba y lo preocupaba al mismo tiempo. Por un lado se alegraba porque
_____________ era dulce, y podría doblegarla hasta convertirla en una sumisa que lo tentaría más
allá de sus más salvajes fantasías. Con el tiempo, podría ayudarla a aceptar esa parte de sí
misma que se empeñaba en negar, pues ella no sería realmente feliz hasta que lo hiciera.

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