domingo, 21 de agosto de 2011

Dominada por el Deseo. Capitulo 13

_____________ quiso decirle que se quedaría vestida tal y como estaba, pero ya se había puesto el sol y tenía frío. Y la ropa que vestía no era la más apropiada para mantener las distancias con Jack. Eso sin mencionar que el tanga que llevaba puesto estaba demasiado mojado y se adhería a sus pliegues carnosos... un recordatorio constante del deseo que la embargaba.
—Gracias —murmuró.
Él gruñó mientras buscaba la bata y unos calcetines en el armario, se los tiró y se marchó.
_______________ cogió los artículos que parecían menos provocativos. Cruzó el pasillo y entró en el baño con el tanga y el bustier dorados en la mano para cambiarse.
El nuevo tanga era diminuto. Una tira le rodeaba la cadera, y la otra le dividía las nalgas hasta unirse con el minúsculo trozo de encaje que le cubría escasamente el sexo. El espejo del baño le mostraba de manera explícita que esa prenda tan escandalosamente femenina sólo servía para enmarcar los rizos rojos de su pubis, del mismo color fogoso de su pelo. Estaba diseñado para atraer de inmediato los ojos de un hombre hacía el montículo de una mujer. Los ojos de Nick.
Una mezcla de miedo y deseo colisionaron en su vientre.
«No, eso no está bien».
Mortificada, _____________ se quitó el sujetador que Alyssa le había dejado. El bustier cubría todavía menos que el sujetador, si es que eso era posible. También con un ribete dorado, era muy escotado, quedándole sólo un centímetro por encima de los pezones. Tenía aros que ofrecían un suave soporte bajo los senos, y realzaba su escote. Un delicado ribete de encaje decoraba el borde superior e inferior de la prenda, y acababa recogido en forma de lazo entre los pechos, acentuando los tensos pezones contra la fina tela.
_____________ estaba segura de que jamás había vestido nada tan sexy en su vida. La seguridad de que Nick podría provocarle múltiples orgasmos la hacía sentir muy consciente de sí misma como mujer. E imaginar su reacción ante esa ropa... la excitaba sobremanera.
Su imaginación tenía que tomarse un descanso.
Sin embargo, por mucho que odiara admitirlo, era algo más que los orgasmos. Con Nick, había sentido una delirante libertad diferente a cualquier cosa que hubiera tenido con otro amante. La libertad de tener todo lo que ella deseara. La aceptación absoluta de sus deseos. A pesar de que su cabeza le decía que esas necesidades no eran correctas, le dolía todo el cuerpo. Podía no comprender totalmente lo que deseaba con tanta desesperación, pero Nick sí lo sabía. Ese conocimiento se reflejaba en el fuego de los ojos masculinos, y en las cosas que le decía. Nick podría darle todo aquello con lo que ella había fantaseado. Además de la seguridad que sentía aquí con él, como si el acosador estuviera a un millón de kilómetros, animándola a explorar ese lado oscuro con su enigmático y enfurecido protector.
Tenía que controlarse. Las fantasías sólo eran fantasías, y en realidad ella no quería realizar todos esos actos que surgían en lo más profundo de su imaginación. De veras que no.
Con manos temblorosas, ___________ se envolvió en la bata de Nick. Se anudó el cinturón, y se puso los enormes calcetines antes de dirigirse a la cocina para cenar, esperando parecer muy poco deseable.
Al llegar a la cocina, vio que Nick había preparado una espesa sopa con arroz y trozos de carne, y había dispuesto además el pan casero de su tía y un plato con mantequilla. Había ensalada en otra fuente. Y un gran vaso de agua helada al lado de su plato.
Nick, por otro lado, agarraba una botella de whisky y la miraba como si fuera algo tentador, incapaz de ocultarle por completo el hambre feroz que brillaba en sus ojos y que le decía que quería desnudarla, enterrarse en ella hasta hacerla gritar. Al parecer, la bata le parecía de lo más atractiva.
—He hecho pollo con gumbo —dijo con voz ronca mientras deslizaba la mirada por su cara hasta el cuello y la escasa piel visible del escote. Nick se acomodó en su silla—. ¿Has probado el gumbo alguna vez?
Ella negó con la cabeza, preguntándose —aunque no quería hacerlo—, si él estaría tan increíble y apetitosamente duro.
—Es espeso y picante.
Como el aire que había entre ellos. Como la carne con que la había llenado esa misma mañana.
Temblando, _____________ apartó la mirada y se concentró en el gumbo. Tenía que dejar de pensar en ese tipo de cosas. Pero no podía comer, era demasiado consciente de la mirada de Nick mientras seguía sujetando la botella de whisky en la mano.
_____________ tragó y sintió que se le aceleraba el pulso.
—Me estás mirando fijamente.
Él asintió con la cabeza.
—Así es, cher.
—Pues lo único que vas a ver es esta enorme bata.
Nick dejó el whisky a un lado. De repente, ella sintió que Nick arrastraba su silla sobre el suelo
de madera para acercarla a él. Bajó la vista y vio que él había enganchado el pie en la pata de
la silla para atraerla a su lado e inundarla con ese olor cálido y picante.
—Bueno, claro que te miro fijamente. En primer lugar, soy un hombre, y tú eres una mujer muy
hermosa. En segundo lugar, no hago más que preguntarme cuál de esas prendas tan sexys llevas
puesta debajo de la bata. Y en tercer y último lugar, sé con exactitud qué se siente cuando te
corres en torno a mi polla.
_____________ contuvo el aire mientras el deseo se estrellaba contra ella, dejándola sin aliento.
Estaba claro que si alguien tenía que conservar el control aquí tendría que ser ella.
No eran buenas noticias, ya que no tenía demasiado.
Él se inclinó y le acarició con la nariz la sensible piel del oído. _____________ temblaba
cuando él le dijo:
—Te sentí húmeda y estrecha, cher. Fue un polvo espectacular. Te doblegaste a mis órdenes como
si hubieras nacido para someterte. Con naturalidad. No he pensado más que en atarte y en pasarme la
mañana, la tarde y la noche buscando maneras de hacer que te corras hasta que tengas la garganta en
carne viva por los gritos, y a pesar de ello sigas pidiéndome más.
Directo. Gráfico. Escandaloso. Sus palabras deberían de haberla repugnado. La feminista que había
dentro de ella debería sentirse ofendida de que la considerara un objeto sexual. Pero no fue tan
afortunada.
Nick era una tortura para su mente; arrogante, exigente, difícil. Pero también encarnaba todas sus
fantasías; caliente, indomable, decidido a tenerla y a obligarla a experimentar cada fantasía
picante que su mente febril había conjurado.
Una nueva humedad le empapó el tanga, y el clítoris comenzó a dolerle de nuevo.
_____________ cerró los ojos. Esto tenía que parar o si no acabaría cediendo. Y no estaba segura
de poder vivir con las consecuencias —o consigo misma— si lo hacía
— Nick, sólo quiero entrevistarte para un programa de televisión sobre el estilo de vida que
llevas, no invitarte a que me cuentes cada uno de esos pensamientos que acechan en los oscuros
recovecos de tu mente. Si no puedes guardártelos para ti mismo, deberías llevarme hasta mi coche.
Yo... regresaré a Houston y...
— ¿A esperar que te encuentre el acosador? ¿A esperar que te viole? ¿Qué te dispare? ¿Qué te
mate? Ya hemos discutido esto antes. Estás mucho más segura aquí, en medio del pantano, rodeada
de sofisticados sistemas de seguridad y con un guardaespaldas personal, mientras mi amigo Joe
realiza un perfil sobre él. En cuanto sepamos algo, podremos resolver quién es ese psicópata e ir
a por él. Hasta entonces, creo que lo más inteligente será que te quedes aquí. A no ser, claro
está, que estés más asustada del sexo que del acosador.
Maldita sea, había escogido el peor momento posible para ser razonable y lógico.
—Claro que no. Es que me haces sentir incómoda.
—La verdad es la que te hace sentir incómoda, yo sólo te la digo. Te deseo. Tú me deseas. Es
así de simple.
—Lo simplificas demasiado, grandullón.
Él agarró la botella de whisky y tomó otro largo trago. _____________ observó con fascinación
el movimiento oscilante de su nuez al tragar.
Cuando se acabó la botella, la dejó sobre la mesa.
—No puedes mentir, cher. Tus ojos me dicen que quieres ser atada y poseída a menudo. Y que
quieres que sea yo el que lo haga.
Intentando apartar la mente del deseo que le ardía en el cerebro, ___________ negó con la cabeza.
—Mira, los dos teníamos necesidades esta mañana y lo solucionamos. Después, echaste a correr
como si tuviera la lepra. Parecía que no eras capaz de poner la suficiente distancia entre los dos.
Si no lo has conseguido, yo lo haré. Hemos terminado.
— ¿En serio lo crees, nena? Lo hicimos, cierto, y fue impresionante —le dijo, taladrándola con
esa oscura mirada y obligándola a escuchar y a que comprendiera—. Si no me hubiera ido, te
habría llevado a la cama, te habría atado y no te habría soltado hasta que te hubiera tomado por
todos lados y haber descubierto cada uno de tus sensibles lugares secretos, y la forma de hacerte
perder la cabeza.
_____________ se quedó sin aliento. Eso no debería excitarla. La idea de él tocándola por todas
partes, exigiéndole una mamada y, si lo había entendido bien, sexo anal, no debería hacerla
temblar de excitación. La curiosidad y las fantasías calientes eran una cosa, la realidad... otra
muy diferente.
Pero no podía negar el deseo que la asaltaba con la fuerza de un invasor, haciendo que su clítoris
latiera con una necesidad ardiente, provocando que le dolieran los pezones.
Igual que no podía negar que si intentaba marcharse de allí y volver a Houston, el psicópata que
la perseguía podría intentar matarla otra vez. Y esa vez, podría tener éxito.
Soltó un suspiro tembloroso. Era un infierno, estaba atrapada con un hombre capaz de proporcionarle
un placer asombroso y de someterla a cada uno de los deseos prohibidos que se había negado hasta
ese momento. Maldita sea, ella se había estado negando esas necesidades desde que Andrew la
rechazara, había luchado contra ese lado oscuro hasta que le dolió. Pero simplemente no podía
pasar de todo y abrirse de piernas ante el primer desconocido, sin importar qué nuevas sensaciones
despertara éste en su cuerpo.
—No niego que estoy mucho más segura aquí que en Houston o en Los Angeles. No soy estúpida, y
sé que no puedo luchar contra un hombre que no he visto y no comprendo.
— ¿Pero?
—Quiero que las cosas se queden en un nivel platónico. Se supone que tengo que entrevistarte. Y
tú protegerme. No quiero más cosas de esas que dijiste antes. Nos pasamos de la raya esta mañana.
Nick se acercó más, hasta que ella sintió su aliento en la boca. Tenía un débil olor a whisky y
a especias.
— ¿Nivel platónico?
—Ya sabes. Algo educado y amistoso. —_____________ intentó apartar la silla. Él no se lo
permitió—. Nada de sexo.
—Sé lo que quieres decir, _____________. ¿Por qué crees que deberíamos negarnos a tener el
mejor sexo del mundo?
—No quiero lo mismo que tú. No me va... no me va tu rollo.
_____________ centró la atención en su comida. Las cosas serían más fáciles si ella pudiera
decirle que sus deseos eran retorcidos y depravados. Si lo hería, quizás consiguiera alejarlo de
ella con mayor rapidez. Pero tras haber sufrido ese tipo de comentarios en su propia carne, no
podía hacerle lo mismo a él.
«Tampoco tienes demasiado talento para mentir», le susurró una vocecita en su cabeza.
_____________ cerró los ojos para no oírla.
—Y... —continuó ella—, a pesar de lo que ocurrió esta mañana, no soy una persona a la que
le vaya el sexo indiscriminado.
Nick no abrió la boca durante un largo minuto. Sólo la miró fijamente, como intentando descifrar
cada uno de los pensamientos de _____________. No la tocó. Sólo la miró... una mirada dura,
ardiente, como si estuviera recopilando y procesando cada una de las fantasías que ella había
tenido. El deseo que se reflejaba en su cara derribaba las defensas de _____________, despertando su
rebelde imaginación, su clítoris, que aún palpitaba en silencio, y la inexplicable atracción que
su alma sentía por él.
Maldita sea, tenía que apartarse de él ya. _____________ se cerró las solapas de la bata con
intención de levantarse.
Nick le puso la mano en el brazo, manteniéndola en el lugar.
— ¿Son ésas las únicas razones? ¿Qué no te gusta el sexo indiscriminado y que vas a mentirte
a ti misma hasta convencerte que no te gusta la manera en que te follo?
—Quiero que dejes de decir esas cosas escandalosas y que recuerdes nuestra relación profesional.
— ¿Quieres decir que quieres que te prometa que no te voy a tocar? —Su presa se hizo más
fuerte.
—Sí, eso es lo que quiero decir.
Alzando la barbilla y con la determinación asomando a sus ojos, _____________ esperó resultar
convincente. Esperaba que Nick no tuviera ni idea de que el corazón amenazaba con salírsele del
pecho. Su cercanía, su olor y sus caricias le recordaban el placer y la euforia que había sentido
cuando lo había tenido profundamente enterrado en su interior.
—Sí, claro, eso es lo que tú dices, pero, simplemente, no me lo creo. — Nick se rió, fue una
risa irónica que se completó con una sonrisa burlona—. ¿Qué te da miedo, cher? Si no te
excito, entonces, cuando te toque, di que no. Si no te interesa no te resultará demasiado difícil
negarte.
— ¡No tengo por qué hacerlo! —le espetó _____________ —. No me gustas. ¿No puedes
comportarte como un caballero y aceptarlo?
—Con una química como la que hay entre nosotros, no. Incluso aunque quisiera mantener las manos
apartadas de ti, algo que no quiero, sólo sería cuestión de tiempo que acabara penetrándote
profundamente con mi polla, una y otra vez.
— ¡Para ya, maldita sea! Eso no es cierto. No voy acostándome con cualquier hombre que se me
ponga por delante.
Él le deslizó la mano por el brazo, hasta el hombro, luego se movió hacia el pecho. El pulgar de
Nick encontró un pezón duro y le dio un ligero toquecito, como para apostillar algo. Ella se
quedó sin aliento, luego se mordió los labios como si acabara de darse cuenta de su enorme error.
Nick le dirigió una sonrisa pícara, la clase de sonrisa que sólo la mojaba aún más. Entre eso y
su caricia, él la había excitado con la misma facilidad que si hubiera encendido la luz. El duro
latido entre los muslos era algo que ella no podía ignorar.
—Claro que no. Pero todas las cosas se pueden ver desde dos puntos de vista diferentes —le
dijo—. Tal y como yo lo veo, mi trabajo consiste en protegerte. Pero también voy a demostrarte lo
que tu cuerpo desea tan ardientemente y ayudarte a ser honesta contigo misma. Eso —le acarició
otra vez el duro centro de su seno— será todo un placer para mi.
Luego la soltó y se levantó, con el plato de gumbo en la mano.
—Tal vez te estés engañando sobre lo que quiero —barbotó mientras él se alejaba—. ¿Lo has
pensado? Tal vez estés completamente equivocado.
Nick se detuvo, se giró y la inmovilizó con una mirada tan afilada que le detuvo el corazón.
—Si ése fuera el caso, tu no estarías tan mojada por mí, y yo no sabría que ya has mojado dos
tangas en veinticuatro horas.


Era una mañana neblinosa. Los rayos del sol atravesaban el pantano con una luz difusa que iluminaba
el porche y a la pequeña figura femenina de cabellos fogosos que había en él, vestida con una
oscura camisa de hombre. Su camisa.
Sentía satisfacción y anhelo. Esperanza y deseo. Y lujuria. Todo eso lo provocaba ella con sólo
inclinar la cabeza. Ella curvó la boca en una sonrisa feliz. Y él quería verla así, feliz y
protegida.
Jamás había amado tanto a nadie en su vida.
Esa mujer misteriosa era suya. Nick lo sabía tan bien como conocía su propio nombre.
Sólo por una vez quería verle la cara. Después de seis meses de sueños fútiles y de despertarse
duro y dolorido, de sentir ese anhelo por una mujer que jamás había visto, necesitaba saber quién
era.
«Date la vuelta», exigió en silencio.
Lentamente, casi con demasiada lentitud, ella se volvió hacia él. Una delicada oreja, un cuello
grácil, una mandíbula terca, una piel blanca como la porcelana. Era más de lo que había visto
nunca de esa mujer, pero aún no estaba satisfecho. Quería verla entera. Ella siguió girándose
lentamente. Una mejilla sonrojada...
Nick se despertó de golpe. ¡Maldita sea! Esa vez había estado tan cerca. Tan cerca..., pero aún
no le había visto la cara.
Se revolvió en el sofá y abrió los ojos para echarle un vistazo al reloj de pulsera. Poco más de
medianoche. ¿Y ahora qué?
Estaba tumbado en el sofá, jadeando, rechinando los dientes ante la acerada erección que siempre
seguía a ese sueño. La maldita cosa lo atormentaba con frecuencia esos días, casi todas las
noches durante las últimas dos semanas. ¿Por qué?
No cabía duda de que su abuelo y sus locas teorías sobre amantes destinados a estar juntos para
siempre eran una sandez. Tenían que serlo. Si hubiera una mujer destinada para él, no se
torturaría con sueños. Sencillamente la buscaría y la reclamaría. Y probaría que ella no era
más que otra mujer a la que dejar al final. Fin de la historia.
Nick era perfectamente feliz con esa explicación, pero... ¿por qué si el sueño era irrelevante
la mujer tenía el pelo igual que _____________? ¿Por qué sentía que _____________ era algo más
que un medio para vengarse?
Dejando de lado esos pensamientos, Nick parpadeó, intentando despejarse. La noche anterior no
había dormido ni siquiera un par de horas. Esa noche no sería diferente. Tener esos sueños y a
_____________ bajo su techo no le ayudaría a mantenerse descansado.
Y a juzgar por la erección que pulsaba dentro de sus boxers como si fuera un insistente dolor de
muelas —sin olvidar su desvelo—, no iba a dormir mucho más esa noche.
Levantándose y desperezándose, Nick suspiró y se puso los vaqueros con una mueca de disgusto. De
inmediato, pensó en _____________.
¿Por qué no la podía dejar en paz? Ya había conseguido llevar a cabo una gran parte de la
venganza, y le había enviado el correo a Brandon Ross con la prueba de que había estado tan
adentro de la mujer de su enemigo como un hombre podía llegar a estarlo. Su venganza sería
completa tan pronto como _____________ le dijera a ese bastardo desleal que no pensaba casarse con
él.
Pero, ¿y si no lo hacía? Había montones de mujeres que darían cualquier cosa por casarse con uno
de los estimados hijos del senador Ross. Brandon tenía dinero, poder, buena apariencia y contactos,
pero jamás tendría una carrera política. Nick se iba a asegurar de que así fuera.
Sin embargo, eso no resolvía sus problemas. Si _____________ y Brandon no se distanciaban, la
venganza quedaría incompleta. Debía de ser por eso por lo que ahora no se sentía demasiado
victorioso.
Nick se paseó de arriba abajo, mientras se mesaba el pelo corto y despeinado, con frustración.
Tal vez estaba enfocando las cosas de manera equivocada. Brandon sólo tendría que echarle un
vistazo al vídeo que le había enviado esa mañana, para que los celos comenzaran a corroerle. No
tenía dudas. Cuando un hombre salía con una mujer como _____________, quería tenerla para él
solo y la idea de que disfrutara del sexo con otro hombre jamás se le pasaría por la cabeza. Una
vez que Brandon tuviera tiempo para atormentarse con la prueba visual de la infidelidad de
_____________ —con él, además—, su estúpido orgullo le exigiría que la dejara.
Frunciendo el ceño, Nick se dio cuenta del error táctico del plan. Si era Brandon quien la
abandonaba, _____________ podría salir herida. Sólo con pensar en la angustia que eso le
provocaría, le hacía querer desollarse a sí mismo con un látigo.
Que Brandon dejara a _____________ no sólo le haría daño a ella, sino que no satisfaría el odio
que sentía por Brandon. Para que Nick tuviera éxito, _____________ debía darse cuenta de que se
merecía a alguien mejor, alguien que la comprendiera, un hombre que pudiera darle lo que su mente y
su cuerpo deseaban tan ardientemente. Tendría que admitir que Brandon no podía satisfacerla. Y
Nick creía que debía ser él quien tuviera que demostrárselo.
¿Cómo podía convencerla de que dejara a Brandon?
Saliendo de la sala en dirección al único dormitorio de la cabaña, Nick abrió la puerta.
Maldición. _____________ había apartado inconscientemente las sábanas, y dormía destapada. Nick
deseó que estuviera desnuda. Y aunque no lo estaba, no le faltaba mucho. Sólo tenía puesto el
bustier y el tanga dorado a juego. La luz de la luna, que iluminaba la habitación, le bañaba los
dulces pezones suavemente rosados y el fogoso vello rojizo de su sexo con su suave luz plateada.
Resaltaba las cosas que más le gustaban de su cuerpo y que le hacían querer aullar a la luna.
Se moría por meterse en esa cama, en ese cuerpo, otra vez, era algo que necesitaba tanto como
respirar. Centró la vista en esas partes que se moría por tocar.
Pero su deseo no se detenía ahí. Y temía que comenzara a tratarse de algo más que una venganza.
Su miembro estaba deseoso de volver a poseer a _____________ de cualquier manera en que los hiciera
gritar a los dos de placer... El deseo era como una explosión candente que atravesaba su erección
y su mente. Era realmente extraño. No debía obsesionarse con ello. Una mujer dispuesta era una
buena manera de pasar un buen rato.
Esto... era algo más.
Perdía el control de su cuerpo al pensar en instruir a _____________ sobre su sexualidad, sobre
los deseos que la invadían hasta hacerla sudar y gemir de placer. Deseaba mostrarle cómo aceptar
cualquier cosa que a él se le antojara, que compartiera el placer físico y mental.
Las probabilidades de que eso ocurriera... Nick negó con la cabeza. _____________ no se rendiría
fácilmente sin luchar, y él no estaba dispuesto a obligarla. Sencillamente quería mostrarle la
satisfacción que encontraría en la sumisión.
Entrando en el dormitorio, Nick encendió algunas velas, luego se dejó caer en la silla de la
esquina y la miró fijamente, acomodando distraídamente la longitud inquebrantable de su miembro en
los vaqueros.
¿Cómo podría tentarla para que probara el lado salvaje con él y enseñarle de esa manera, que
podría sentirse libre y sumisa tal como ella quería y al mismo tiempo sentirse bien consigo misma?
¿Cómo podría convencerla de que dejara a Brandon y así poder lograr la venganza que llevaba
planeando tres malditos años? ¿Cómo obligarla a darle esa parte de sí misma que había reprimido
antes, la parte que —estaba seguro— no le había dado nunca a ningún hombre?
Una sonrisa traviesa curvó sus labios cuando se le ocurrió una idea. Simple, directa y efectiva.
Ansioso por llevarla a la práctica, se dirigió a su estudio y cogió un par de suaves cintas de
terciopelo.
Había llegado el momento de jugar...
_____________ se despertó lentamente, emergiendo de la neblina de un sueño erótico en el estaba
tumbada desnuda sobre la hierba bajo la luz de la luna, los brazos descuidadamente por encima de la
cabeza, mientras los tirones en sus sensibles pezones creaban una piscina de dulce placer entre sus
piernas. Se retorció. Los rayos plateados de la luna le acariciaban los brazos, el vientre, la
parte superior de sus muslos con una suave caricia. Gimió.
Las hojas de los árboles se movían con una ligera brisa veraniega, rozándole los pechos y los
sensibles pezones. Una y otra vez las hojas encontraban el camino a su cuerpo, un ligero roce que
avivaba lentamente su necesidad sensual.
Una hoja con un borde afilado le recorrió el cuerpo. Un pequeño aguijonazo en la dura cima de su
seno la sorprendió. Intentó apartar la hoja, pero fue reemplazada por una cálida caricia, y una
oleada repentina de deseo entre las piernas. Otra hoja le pellizcó el otro pezón y una nueva
oleada de deseo la atravesó. Se arqueó ante el suave dolor y de nuevo fue premiada con una
inundación de calor y humedad.
El dolor entre sus muslos se convirtió en un latido, un redoble de tambores dentro de su cuerpo que
exigía liberación. _____________ gimió, cambiando de posición.
Debajo de ella, la hierba le pareció extrañamente suave. Intentó incorporarse, pero fue incapaz
de moverse. Otra hoja se paseó por su seno izquierdo, suave, sedosa, ligeramente, tierna. Fue
seguida con rapidez por un brusco pellizco en el pezón.
El dolor duró un instante, y fue reemplazado por una necesidad despiadada y apremiante en las
tensas cimas de sus pechos. Se arqueó, buscando que se repitiera, mientras otra hoja bajaba por su
vientre y rozaba suavemente su monte de Venus.
Las sensaciones se amontonaron, una sobre otra, hasta que su cuerpo exigió más. Intentó moverse,
tocarse, sólo para descubrir que no podía. Otra hoja se prendió de un pezón, todavía con más
dureza que antes. Gimió. El sudor le humedeció la piel entre los senos y la espesa humedad se
convirtió en un latido interminable entre sus piernas.
_____________ abrió los ojos y se deshizo de los últimos vestigios de sueño, descubriendo con
rapidez que sus pechos no estaban siendo atormentados por las hojas, sino por la suave lengua de
Nick, seguida por eróticos mordisquitos de sus dientes.
Antes de saber siquiera qué hacía, _____________ se arqueó hacia arriba, ofreciendo
silenciosamente a un Nick de mirada ardiente los sensibles pezones, ignorando de esa manera
cualquier cosa que su mente pudiera haber decidido.
—Eso es, nena —murmuró él apasionadamente entre sus pechos.
La luz de las velas resplandecía suavemente sobre su piel cuando ella se recorrió el cuerpo con la
mirada y se dio cuenta de que él le había abierto el bustier, exponiendo por completo los
montículos gemelos y sus duras cimas.
Como a cámara lenta, _____________ lo observó bajar la boca hacia ella otra vez. Sus anchos y
fornidos hombros cubrieron la luz de la luna y la hicieron más consciente de él. Ella tiró de sus
brazos y piernas, desesperada por abrazarle, pero descubrió que estaba firmemente atada a los
cuatro postes de la cama de Nick.
Por Dios, estaba completamente a su merced. La comprensión la invadió con una especie de placer
oscuro que la asustó.
La alarma retumbó en su vientre como un trueno. El duro grillete del deseo amenazó con ahogarla.
Ese hombre la excitaba de tal manera que se le hacía difícil respirar y aniquilaba cualquier
pensamiento racional.
¿Por qué la afectaba tanto Nick y su manera de acariciarla?
Él ignoró sus contoneos y depositó sobre sus pechos un reguero de besos suaves, endureciendo y
humedeciendo las excitadas cimas con atrevidos golpecitos de su lengua. La calidez de su duro pecho
rozaba levemente su vientre, y el cuerpo femenino reaccionaba de manera febril ante la seda ardiente
de su piel, de su boca. Los pezones se tensaron aún más hasta que se convirtieron en dos cimas
enrojecidas y erectas, suplicándole que continuara haciéndoles cualquier cosa que él deseara.
Como respuesta, Nick le pellizcó los pezones, retorciéndolos ligeramente. Un amalgama de dolor y
placer le hicieron gritar su nombre.
—Aquí estoy, cher, para cumplir cada una de tus más íntimas fantasías.
El deseo sacudió el cuerpo de _____________ que se retorció bajo su boca cuando él reanudó la
sensual tortura en sus pezones. Ella contuvo el aliento cuando la lengua de Nick rodeó una de las
palpitantes cimas.
Gimió. Ese hombre conseguía que se le retorcieran las entrañas, convirtiéndola en una
ninfómana. En una mujer que estaba dispuesta a decir que sí a casi cualquier cosa.
Nick no quería simplemente darle placer; quería controlarla, someterla, convertirla en la lasciva
y depravada mujer que Andrew le había acusado de ser. Jamás se había considerado la esclava de
ningún hombre. Y no iba a empezar a serlo ahora.
—No —jadeó—. Detente. No he accedido a esto. Y tampoco lo quiero.
Él deslizó un par de dedos por la hendidura expuesta de su sexo. _____________ sabía que estaba
más que mojada. Estaba vergonzosamente húmeda e hinchada. Y dolorida. Su caricia sólo consiguió
que más humedad llenara su sexo.
Nick soltó una risita ronca y erótica. Su torso musculoso se tensaba con cada movimiento y la
parte más salvaje de _____________ ansiaba poner las manos sobre ese cuerpo para sentir toda su
vitalidad.
—Tu boca dice una cosa, pero tu cuerpo te desmiente —la desafió con un susurro burlón—.
¿Estás segura de que no quieres esto?
— ¿Acaso estás sordo? Te he dicho que no —lo acusó—. Aún crees que soy una sumisa.
—No, no lo creo.
_____________ arqueó una de sus cejas rojas, luchando contra los escalofríos de placer que
sacudían su cuerpo y aniquilaban su sentido común.
—Bueno. ¿Por fin un poco de sensatez?
—Cher, yo no creo que seas sumisa. Sé que lo eres.
Lo miró boquiabierta, luego cerró la boca de golpe. ¡Bastardo! Bien. Pues si él pensaba eso,
ella prefería quedarse con su propia opinión, muchas gracias.
Nick atrapó de nuevo sus pezones y se los pellizcó.
—Detente. No te he dado permiso.
Al instante, la sonrisa masculina desapareció.
—No pienso pedirte permiso, deja de hacerte la estrecha. La mujer valiente que corrió conmigo
después de que le disparasen, la mujer audaz que fue capaz de disfrazarse para desaparecer en una
ciudad extraña con un hombre que sólo conocía desde hacía unos minutos..., demonios, la mujer
que habla de sexo en la tele... ésa es la mujer que tú eres, no la que siempre está huyendo de
sí misma.
Sus palabras fueron como una bofetada en la cara. Se retorció otra vez, intentando liberarse con
todas sus fuerzas. ¡La había llamado cobarde por intentar mantenerse cuerda! Increíble.

—No estoy huyendo de mí misma. ¡Huyo de ti! Quiero que me protejas, no que me ataques.
Dirigiéndole una sonrisa afilada, Nick le bajó la mano por el estómago, sobre la cadera, en un
suave contraste con las inquebrantables ataduras que le sujetaban las muñecas y los tobillos. Que
lo condenaran por parecer tan cálido y viril sin camisa, y por confundirla. Podía hacer que lo
deseara y sentirse deseada a la vez. Y eso la enfurecía. ¡Maldición! Nick estaba utilizando su
experiencia para acorralarla, para nublarle el juicio, para reducir a añicos su sentido común.

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