jueves, 4 de agosto de 2011

Un amante de ensueño. Capitulo 16

Yari observaba cómo Nick se paseaba nervioso, por delante de su puesto, mientras hacía una tirada para un turista. ¡Dios santo!, podría pasarse todo el día observándolo caminar. Ese modo de andar hacía saltar los ojos de las órbitas, y a ella le entraban unos deseos terribles de salir corriendo a casa, agarrar a Joe y hacerle unas cuantas cosas pecaminosas.
Una y otra vez, las mujeres se acercaban a él, pero Nick no tardaba en quitárselas de en medio. Era ciertamente divertido ver a todas esas chicas pavoneándose a su alrededor mientras él permanecía ajeno a sus estratagemas. Nunca le había parecido posible que un hombre actuara así.
Pero claro, hasta ella podía llegar a aborrecer el chocolate si se daba un atracón.
Y por el modo en que las mujeres respondían a la presencia de Nick, dedujo que él ya había sufrido más de un dolor de tripa causado por un empacho. La verdad es que parecía muy preocupado.
Y Yari se sentía fatal por lo que les había hecho a ambos, a él y a ___. Su idea parecía bastante sencilla en un principio. Si hubiese reflexionado un poco más...
¿Pero cómo iba a saber quién era Nick? Claro, que su nombre podía haber hecho sonar algún timbre en su mente; de todos modos, su especialidad era la Edad de Bronce griega que, hasta para la época de Nick, era la Prehistoria.
Y tampoco había creído que el tipo del libro fuese realmente humano. Pensaba que era alguna clase de genio o criatura mágica, sin pasado ni sentimientos.
¡Señor!, cuando metía la pata lo hacía hasta el fondo.
Meneando la cabeza, observó cómo Nick rechazaba otra oferta, esta vez procedente de una atractiva pelirroja. El hombre era un verdadero imán de estrógenos.
Acabó la lectura.
Nick esperó unos minutos y se acercó a la mesa.
- Llévame con ___.
No era una petición, no. Estaba segura de que era el mismo tono de voz que empleaba para dirigir a su ejército en mitad de una batalla.
- Dijo que...
- No me importa lo que dijese. Necesito verla.
Yari envolvió la baraja en el pañuelo negro de seda. ¿Qué demonios? Tampoco es que necesitara que su mejor amiga volviera a hablarle.
- Vas directo a tu funeral.
- Ojalá -dijo en voz tan baja que ella no pudo estar segura de haber escuchado correctamente.
La ayudó a recoger sus trastos para meterlos en el carrito, y llevarlo todo hasta la pequeña caseta que tenía alquilada para guardarlo.
Sin pérdida de tiempo, llegaron a casa de ___.
Aparcaron en el camino del jardín justo cuando ___ estaba guardando sus maletas.
- ¡Hola, ___! -saludó Yari-. ¿Dónde vas?
Ella miró furiosa a Nick.
- Me marcho por unos días.
- ¿Dónde? -le preguntó su amiga.
___ no contestó.
Nick salió del coche y se acercó a ella. Iba a arreglar las cosas, costase lo que costase.
___ arrojó una bolsa al maletero y se alejó de Nick.
Él la cogió por un brazo.
- No has contestado a la pregunta.
Ella se zafó de su mano.
- ¿Y qué vas a hacer, pegarme si no lo hago? -le dijo, mirándolo con los ojos entrecerrados.
Nick se encogió ante el evidente rencor.
- ¿Y te extrañas de que quiera marcharme? -Entonces se dio cuenta. A ___ le estaba costando horrores contener las lágrimas. Tenía los ojos húmedos y brillantes. La culpa lo asaltó-. Lo siento, ___ -murmuró mientras cubría su mejilla con la mano-. No pretendía hacerte daño.
___ observó la batalla que mantenían el arrepentimiento y el deseo en el rostro de Nick. Su caricia era tan tierna y tan suave... Por un instante, estuvo a punto de creer que, en realidad, él se preocupaba por ella.
- Yo también lo siento -susurró-. Ya sé que no tienes la culpa.
Él soltó una brusca y amarga carcajada.
- En realidad, todo lo que sucede es culpa mía.
- ¡Eh! ¿Me puedo confiar de ustedes? -preguntó Yari.Nick miró a ___ con ardiente intensidad, atrapando su mirada y haciéndola temblar.
- ¿Quieres que me vaya? -le preguntó.
No, no quería. Ésa era la base de todo el problema. Que no quería que volviera a abandonarla. Jamás.
___ cogió las manos de Nick entre las suyas y las apartó de su rostro.
- Todo está solucionado, Yari.
- En ese caso, me voy a casa. Nos vemos.
__ apenas si fue consciente de que su amiga ponía en marcha el coche y se alejaba. Toda su atención estaba puesta en Nick.
- ¿Ahora me vas a decir dónde vas? -le preguntó.
Por primera vez, desde que la policía se marchó, ___ sintió que podía respirar. Con la presencia de Nick, el miedo se desvaneció como la niebla bajo el sol.
Se sentía segura.
- ¿Recuerdas lo que te conté sobre Jason Carmichael?
Él asintió.
- Estuvo aquí hace un rato. Él... él me inquieta.
La expresión gélida y severa que adoptó el rostro de Nick la dejó atónita.
- ¿Dónde está ahora?
- No lo sé. Se esfumó al llegar la policía. Por eso me marchaba. Iba a quedarme en un hotel.
- ¿Todavía quieres marcharte?
___ negó con la cabeza. Con él allí, se sentía completamente a salvo.
- Cogeré tu bolsa -le dijo. La sacó y cerró el maletero.
___ se encaminó hacia la casa.
Pasaron el resto del día en una apacible soledad. Al llegar la noche, se tumbaron delante del
sofá, reclinados sobre los cojines.
__ apoyó la cabeza en el duro vientre de Nick mientras acaba de leerle Peter Pan y hacía todo lo
posible para no distraerse con el maravilloso olor que desprendía su cuerpo. Y con lo
maravillosamente bien que estaba, apoyada sobre sus abdominales.
Tenía que echar mano de toda su fuerza de voluntad para no darse la vuelta y explorar los firmes
músculos de su torso con la boca.
Nick le acariciaba lentamente el pelo mientras la observaba. Señor, sus manos hacían que le
ardiera la piel. Le hacían desear arrancarle la ropa y saborear cada centímetro de su cuerpo.
- Fin -dijo ella, cerrando el libro.
La abrasadora mirada de Nick le quitó el aliento.
Se estiró y arqueó levemente la espalda, apoyándose con más fuerza sobre él.
- ¿Quieres que te lea algo más?
- Sí, por favor. Tu voz me relaja.
Ella lo miró fijamente por un instante y, después, sonrió. No recordaba que ningún otro cumplido
hubiese significado tanto para ella como aquél.
- Tengo la mayoría de los libros en mi habitación -le dijo mientras se ponía en pie-. Vamos, te
enseñaré mi tesoro escondido y encontraremos algo que nos guste.
La siguió escaleras arriba.
__ notó que Nick observaba la cama con deseo y después la miraba a ella.
Fingió no darse cuenta y abrió la puerta del enorme vestidor. Encendió la luz y pasó una mano
con cariño por las estanterías que su padre había colocado tantos años atrás.
Su padre y su mejor amigo se lo habían pasado en grande mientras colocaban las estanterías. Los
dos eran profesores, y tenían la habitación hecha un desastre. Su padre acabó con dos uñas
negras antes de que todo estuviese terminado. Su madre no había dejado de reírse y de llamar a su
marido «carpintero profesional», pero a él no parecía importarle. La expresión de orgullo en su
rostro cuando todo estuvo terminado, y los libros de ___ colocados en las estanterías, quedó
impresa para siempre en el corazón de su hija.
Cómo adoraba esa estancia. Aquí era donde realmente sentía el amor de sus padres. Aquí se
refugiaba y huía de los problemas y sufrimientos que la perseguían.
Cada libro guardado allí era un recuerdo especial, y todos ellos formaban parte de su mundo. Miró
a su izquierda y vio Shanna, con la que había comenzado su afición a la novela romántica. The
Wolfling, la había introducido en la ciencia ficción. Y su adorado Bimbos del Sol Muerto, su
primera novela de misterio.
También estaban allí las viejas novelas de sus padres, y las tres copias de los libros de texto
que su padre había escrito antes de que ella naciera.
Éste era su santuario y Nick era, sin contar a sus padres, la primera persona que ponía un pie en
él.
- Llevas tiempo coleccionando libros -comentó él mientras echaba un vistazo a las estanterías.
Ella asintió.- Fueron mis mejores amigos mientras crecía. Creo que el amor por la lectura es el
mejor regalo que mis padres me han dado -alzó el libro de Peter Pan-. Éste era de mi padre, de
cuando era niño. Es mi posesión más preciada.
Lo devolvió a una de las estanterías y cogió un ejemplar de Belleza Negra.
- Mi madre me leía éste una y otra vez.
Hizo un pequeño recorrido, mostrándole sus libros.
- Rebeldes -susurró con adoración-. Era mi libro favorito en el instituto. ¡Ah!, junto con éste,
¿Puedes demandar a tus padres por abuso de autoridad?
Nick se rió.
- Ya veo que significan mucho para ti. Se te ilumina el rostro cuando hablas de ellos.
Algo en su mirada le dijo a ___ que él estaba pensando en otro modo de hacer que se iluminara...
Tragando saliva ante la idea, se dio la vuelta y rebuscó en la estantería de la derecha, donde
guardaba los clásicos, mientras Nick seguía mirando los de la izquierda.
- ¿Qué te parece éste? -le preguntó él, con una de sus novelas románticas en la mano.
___ soltó una risita nerviosa al ver a la pareja que se abrazaba medio desnuda en la portada.
- ¡Señor!, me parece que no.
Él miró la portada y alzó una ceja.
- Vale -dijo ___ quitándole el libro de la mano-. Has descubierto mi más profundo secreto. Soy una
adicta a las novelas románticas, pero lo último que necesitas es que te lea una apasionada escena
de amor en voz alta. Muchísimas gracias, pero no.
Nick le miró fijamente los labios.
- Preferiría recrear una apasionada escena de amor contigo -dijo en voz baja, acercándose a ella.
___ comenzó a temblar. Tenía la espalda pegada a la estantería y no podía retroceder más. Nick
colocó un brazo sobre su cabeza y acercó su cuerpo al suyo, hasta dejarlos unidos. Entonces, bajó
la cabeza y se acercó a su boca.
___ cerró los ojos. La presencia de Nick inundaba todos sus sentidos. La rodeaba de una forma
extremadamente perturbadora.
Por una vez, él mantuvo las manos quietas y se limitó a tocarla tan sólo con los labios. Daba
igual. La cabeza de ___ comenzó a girar de todos modos.
¿Cómo había podido su esposa elegir a otro hombre teniéndolo a él? ¿Cómo podía rechazarlo
una mujer en su sano juicio? Este hombre era el paraíso.
Nick profundizó el beso, explorando su boca con la lengua. ___ sentía los latidos de su corazón
mientras él se acercaba aún más y sus músculos la envolvían.
Jamás había sido tan consciente de la presencia de otro ser humano. Él la ponía al límite, le
hacía experimentar sensaciones que no sabía que pudiesen existir.
Nick se retiró un poco y apoyó la mejilla sobre la de ___. Su aliento caía sobre su pelo y le
erizaba la piel.
- Tengo unos deseos horribles de estar dentro de ti, ___ -murmuró-. Quiero sentir tus piernas
alrededor de mi cuerpo, sentir tus pechos debajo de mí, escucharte gemir mientras te hago el amor
lentamente. Quiero que tu aroma quede impreso en mi cuerpo y que tu aliento me queme la piel.
Todo su cuerpo se tensó antes de separarse de ella.
- Pero ya estoy acostumbrado a desear cosas que no puedo tener -susurró.
Ella le tocó el brazo. Nick cogió su mano, se la llevó a los labios y depositó un rastro de
pequeños besos sobre los nudillos.
El deseo que se reflejaba en su apuesto rostro hacía que a ___ le doliera todo el cuerpo.
- Busca un libro y me comportaré.
Tragó saliva mientras él se alejaba. Entonces, se fijó en su viejo ejemplar de La Ilíada.
Sonrió. Le iba a encantar, estaba segura.
Lo cogió y bajó las escaleras.
Nick estaba sentado delante del sofá.
- ¡Adivina lo que he encontrado! -exclamó ___ excitada.
- No tengo la más remota idea.
Ella lo sostuvo en alto y sonrió.
- ¡La Ilíada!
Nick se animó al instante y los hoyuelos relampaguearon en su rostro.
- Cántame, ¡Oh Diosa!
- Muy bien -respondió ella, sentándose a su lado-. Y esto te va a gustar todavía más: es una
versión bilingüe; con el original griego y la traducción inglesa.
Y se lo dejó para que lo viera.
La expresión de Nick fue la misma que habría puesto si le hubieran entregado el tesoro de un rey.
Abrió el libro y, de inmediato, sus ojos volaron sobre las páginas mientras pasaba la mano
reverentemente por las hojas, cubiertas con la antigua escritura griega.
Era incapaz de creer que estuviese viendo de nuevo su idioma escrito, después de tanto tiempo.
Hacía una eternidad que no lo leía en otro lugar que no fuese su brazo.
- Fue lo único que conocí.
___ le rozó el hombro, pero fue la preocupación que reflejaban sus ojos grises lo que le desarmó.
- ¿Querías que tu hijo fuese un soldado?
Él negó con la cabeza.
- Jamás quise que truncaran su juventud como les ocurrió a tantos de mis hombres -contestó con la
voz ronca-. Bastante irónico, ¿no es cierto? Ni siquiera le habría permitido que jugara con la
espada de madera que Zac le regaló para su cumpleaños; ni le hubiese dejado tocar la mía mientras
estuviese en casa.
___ enlazó las manos en su cuello y tiró de él para acercarlo. Sus caricias eran tan
increíblemente relajantes... Hacían que la soledad doliese aún más.
- ¿Cómo se llamaba?
Nick tragó saliva. No había pronunciado los nombres de sus hijos desde el día de su muerte. No se
había atrevido pero, no obstante, quería compartirlos con ___.
- Atolycus. Mi hija se llamaba Calista.
___ lo miró con una sonrisa triste, como si compartiera su dolor por la pérdida.
- Tenían unos nombres preciosos.
- Eran unos niños preciosos.
- Si se parecían en algo a ti, me lo creo.
Eso había sido lo más hermoso que nadie le había dicho jamás.
Nick le pasó la mano por el pelo, dejando que los mechones se escurrieran sobre su palma. Cerró
los ojos y deseó poder quedarse así para siempre.
El miedo a tener que abandonarla lo estaba destrozando. Nunca le había gustado la idea de ser
engullido por aquel desolado infierno que era el libro; pero ahora, al pensar que jamás volvería a
verla, que jamás volvería a oler el dulce aroma de su piel, que sus manos jamás volverían a
rozar el suave rubor de sus mejillas...
No podía soportarlo. Era demasiado.
¡Por los dioses!, y había creído hasta entonces que estaba maldito...
___ se alejó un poco, lo besó suavemente en los labios y cogió el libro.
Nick tragó. Ella quería rescatarlo y, por primera vez durante todos aquellos siglos, quería ser
rescatado.
Se tendió en el suelo para que ___ pudiese apoyar la cabeza en él. Le encantaba sentirla así.
Sentir su pelo extendiéndose sobre los brazos y el torso.
Estuvieron tendidos en el suelo hasta las primeras horas de la madrugada; Nick la escuchaba mientras
leía la Odisea y narraba las historias de Aquiles.
Observaba cómo el cansancio iba haciendo mella en ella, pero continuaba leyendo. Finalmente, cerró
los ojos y se quedó dormida.
Nick sonrió y le quitó el libro de las manos para dejarlo a un lado. Le acarició la mejilla con
la palma de la mano durante un instante.
No tenía sueño. No quería desaprovechar ni un solo segundo del tiempo que tenía para estar a su
lado. Quería contemplarla, tocarla. Absorberla. Porque atesoraría esos recuerdos durante toda la
eternidad.
Nunca había pasado una noche así: tumbado tranquilamente en el suelo junto a una mujer, sin que
ella montara su cuerpo y le exigiese que la tocara y la poseyera.
En su época, los hombres y las mujeres no solían pasar demasiado tiempo juntos. Durante las
temporadas que pasó en su hogar, Selena le hablaba en raras ocasiones. De hecho, no había
demostrado mucho interés en él.
Por las noches, cuando la buscaba, no lo rechazaba. Pero, no obstante, no estaba ansiosa por sus
caricias. Siempre había conseguido engatusarla para que su cuerpo le respondiera apasionadamente,
pero no así su corazón.
Deslizó las manos por el pelo negro de ___, extasiado por la sensación de tenerlo entre los dedos.
Su mirada se detuvo sobre su anillo. Brillaba tenuemente, captando la escasa luz de la estancia.
En su mente, lo veía cubierto de sangre. Recordaba cómo se le clavaba en el dedo mientras blandía
la espada en mitad de una batalla. Ese anillo lo había significado todo para él, y no le había
resultado fácil conseguirlo. Se lo había ganado con el sudor de su frente y con las numerosas
heridas que sufrió su cuerpo. Le había costado mucho, pero había merecido la pena.
Durante un tiempo fue respetado, aunque no lo amaran. En su vida como mortal, eso había sido
esencial.
Suspirando, echó la cabeza hacia atrás para apoyarse en el cojín del sofá que había puesto
sobre el suelo y cerró los ojos.
Cuando por fin se deslizó entre las neblinas del sueño, no fueron los rostros del pasado los que
poblaron su mente, fue la imagen de unos claros ojos grises que se reían con él, de una negra
melena que se desparramaba por su pecho y de una voz suave que leía palabras que le resultaban
familiares aunque, de algún modo, extrañas.

___ se desperezó lánguidamente al despertarse. Abrió los ojos y se sorprendió al darse cuenta de
que tenía la cabeza sobre el abdomen de Nick. Él tenía la mano enterrada en su pelo y, por la
respiración relajada y profunda, supo que todavía estaba dormido.
Alzó la mirada hacia su rostro. Tenía una expresión tranquila, casi infantil.
Y entonces fue consciente de algo: no había tenido la pesadilla. Había dormido toda la noche.
Sonriendo, intentó levantarse muy despacio para no despertarlo.
No funcionó. Tan pronto como levantó la cabeza, Nick abrió los ojos y la abrasó con una intensa
mirada.
- ___ -dijo en voz baja.
- No quería despertarte.
Ella señaló las escaleras con el pulgar.
- Iba arriba a darme una ducha. ¿Debería cerrar la puerta?
La recorrió con ojos ardientes.
- No, creo que puedo comportarme.
Ella sonrió.
- Me parece que ya he oído eso antes.
Nick no contestó.
___ subió y se dio una ducha rápida.
Una vez acabó, fue a su habitación y se encontró a Nick tumbado en la cama, hojeando su ejemplar
de La Ilíada.
La miró con expresión absorta al darse cuenta de sólo llevaba puesta una toalla. Una lasciva
sonrisa hizo que sus hoyuelos aparecieran en todo su esplendor, y la temperatura del cuerpo de ___
ascendió varios grados.
- Me pongo la ropa y...
- No -le dijo con tono autoritario.
- ¿Que no qué? -preguntó incrédula.
La expresión de Nick se suavizó.
- Preferiría que te vistieras aquí.
- Nick...
- Por favor.
___ se puso muy nerviosa ante la petición. Jamás había hecho algo así en su vida. Y se sentía
avergonzada.
- Por favor, por favor... -volvió a rogarle con una leve sonrisa.
¿Qué mujer le diría que no a una expresión como ésa?
Lo miró con recelo.
- No te atrevas a reírte -le dijo mientras abría vacilante la toalla.
Nick miró sus pechos con ojos hambrientos.
- Puedes estar completamente segura de que la risa es lo último que se me pasa por la mente en
estos momentos.
Y entonces, se levantó de la cama y se acercó a la cómoda, donde ___ guardaba la ropa interior,
con los movimientos gráciles de un depredador. Un extraño escalofrío recorrió la espalda de ___
mientras observaba cómo la mano de Nick rebuscaba entre sus braguitas hasta encontrar las de seda
negra que Yari le había regalado de broma.
Nick las sacó y se arrodilló en el suelo delante de ella, con toda la intención de ayudarla a
ponérselas. Sin aliento y totalmente entregada a la seducción, ___ miró sus rizos marrones
mientras elevaba una pierna para dejar que él le pasara las braguitas por el pie.
Tras sus manos, que deslizaban la seda ascendiendo por su pierna, sus labios dejaban un reguero de
besos que la hicieron estremecerse. Para mayor devastación de todos sus sentidos, abrió las manos
y las colocó sobre sus muslos con los dedos totalmente extendidos. Y lo que fue aún peor, una vez
las braguitas estuvieron colocadas en su sitio, la acarició levemente entre las piernas antes de
apartarse.
A continuación, sacó el sujetador negro a juego.
Como una muñeca sin voluntad propia, dejó que se lo pusiera. Las manos de Nick rozaron los
pezones, mientras abrochaba el enganche delantero; una vez cerrado, las deslizó bajo el satén y la
acarició con deleite, erizándole la piel.
Nick inclinó la cabeza y capturó sus labios. Podía sentir el fuego consumiéndolo, exigiéndole
que la poseyera. Exigiéndole que aliviara el dolor de su entrepierna aunque fuese por un instante.
__ gimió cuando él profundizó el beso y se dejó llevar por completo. Nick la alzó en brazos
para tenderla sobre la cama. De forma instintiva, ella le rodeó la cintura con las piernas y siseó
al sentir los duros abdominales presionando sobre su sexo.
Nick le pasó las manos por la espalda. La visión de su cuerpo húmedo y desnudo estaba grabada a
fuego en su mente. Había llegado a un punto sin retorno cuando un destello de luz cegadora iluminó
la habitación.
Con los ojos doloridos por el resplandor, Nick se separó de ella.
- ¿Has sido tú? -le preguntó ella sin aliento, mirándolo arrobada.
Risueño, Nick negó con la cabeza.
- Ojalá pudiera atribuírmelo, pero estoy bastante seguro de que tiene otro origen.
Echó un vistazo a la habitación y sus ojos se detuvieron sobre la cama. Parpadeó.
No podía ser...
- ¿Qué es eso? -preguntó ___, girándose para mirar la cama.
- Es mi escudo -contestó Nick, incapaz de creerlo.
Hacía siglos que no veía su escudo. Atónito, lo contempló fijamente. Estaba en el mismo centro
de la cama y emitía débiles destellos bajo la luz.
Conocía cada muesca y arañazo que había en él; recordaba cada uno de los golpes que los habían
producido.
Temeroso de estar soñando, alargó el brazo para tocar el relieve en bronce de Atenea y su búho.
- ¿Y tu espada también?
Nick le agarró la mano antes de que pudiera tocarla.- Ésa es la Espada de Cronos. No la toques
jamás. Si alguien que no lleva su sangre la toca, su piel quedará marcada para siempre con una
terrible quemadura.
- ¿En serio? -preguntó, bajándose de la cama para alejarse de la espada.
- En serio.
___ miró a la cama con el ceño fruncido.
- ¿Qué hacen aquí?
- No lo sé.
- ¿Y quién los envía?
- No lo sé.
- Pues no me estás ayudando mucho.
Nick no pareció captar su sarcasmo. En lugar de darse por aludido, ___ lo observó contemplar su
escudo. Pasaba la mano sobre él como un padre que mira con adoración a un hijo largo tiempo
perdido.
Cogió su espada y la depositó en el suelo, debajo de la cama.
- No olvides que está aquí -le dijo muy serio-. Ten mucho cuidado de no tocarla.
Su expresión se volvió más ceñuda al incorporarse. Miró de nuevo el escudo.
- Debe ser obra de mi madre. Sólo ella o uno de sus hijos podrían enviármelos.
- ¿Y por qué iba a hacerlo?
Nick entrecerró los ojos mientras recordaba el resto de la leyenda que rodeaba a su espada.
- Estoy seguro de que ha enviado mi espada por si tengo que enfrentarme con Príapo. La Espada de
Cronos también es conocida como la Espada de la Justicia. No acabará con su vida, pero hará que
ocupe mi lugar en el libro.
- ¿Estás hablando en serio?
Nick asintió.
- ¿Puedo tocar el escudo?
- Claro.
___ pasó la mano sobre las incrustaciones doradas y negras que formaban la imagen de Atenea y el
búho.
- Es muy bonito -dijo, maravillada.
- Zac lo mandó hacer cuando me nombraron General Supremo.
___ acarició la inscripción grabada bajo la figura de Atenea.
- ¿Qué dice aquí?
- «La muerte antes que el deshonor» -dijo con un nudo en la garganta.
Nick sonrió con melancolía al recordar a Zac junto a él durante las batallas.
- El escudo de Zac decía: «El botín para el vencedor». Solía mirarme antes de la lucha, y
decir: «Tú te llevas el honor, adelfos~~[1] , y yo me quedo con el botín».
___ permaneció en silencio al escuchar el extraño tono de su voz. Intentando imaginar su
apariencia con el escudo en alto, se acercó un poco más.
- ¿Zac? ¿El hombre que fue crucificado?
- Sí.
- Lo apreciabas mucho, ¿verdad?
Él sonrió con tristeza.
- Le llevó un tiempo acostumbrarse a mí. Yo tenía veintitrés años cuando su tío lo asignó a
mi tropa, después de advertirme concienzudamente de lo que me sucedería si dejaba que Su Alteza
fuese herido.
- ¿Era un príncipe?
Nick asintió.
- Y no tenía miedo a nada. Apenas si llegaba a los veinte años y luchaba o se metía en peleas sin
estar preparado, sin creer que pudiesen hacerle daño. Me daba la sensación de que cada vez que me
daba la vuelta, tenía que sacarlo a rastras de algún extraño contratiempo. Pero resultaba muy
difícil no apreciarlo. A pesar de su carácter exaltado, tenía un gran sentido del humor y era
completamente leal. -Pasó la mano por el escudo-. Ojalá hubiese estado allí para poder salvarlo
de los romanos.


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