lunes, 8 de agosto de 2011

Placeres Nocturnos. Capitulo 17

-Es una lástima que Julian no esté aquí para ver esta victoria. Habría estado muy orgulloso de ti, comandante. Toda Roma debe estar llorando.



En ese momento _________ se dio cuenta de que no era ella la que estaba soñando. Era Nick ...



El rostro de Nick estaba manchado de sangre, sudor y polvo; el cabello, largo y sujeto con una tira de cuero, no tenía mejor aspecto. De la sien izquierda caían tres finas trenzas hasta la mitad del pecho. Era un hombre absolutamente devastador y completamente humano. Sus ojos, de un profundo color verde, resplandecían por la victoria. Su porte era el de un hombre sin igual, un hombre cuyo destino era la gloria.

Nick alzó la copa de vino y se dirigió a los hombres reunidos en su tienda.

-Dedico esta victoria a Julian de Macedonia. Donde quiera que se encuentre, sé que, en estos momentos, se estará riendo por la derrota de Escipión.

Los hombres le respondieron con un clamoroso rugido.

Nick dio un sorbo al vino y miró al veterano soldado que estaba a su lado.

-Es una pena que Valerius no estuviese con Escipión. Estaba deseando enfrentarme con él. Pero no importa. -Alzando la voz para que todos los presentes pudieran escucharlo continuó-: Mañana marcharemos sobre Roma y pondremos a esa puta de rodillas.

Todos gritaron su aprobación.

-En el campo de batalla, con la espada en la mano, eres invencible -le dijo su lugarteniente, con un tono de voz que delataba su admiración-. Mañana a esta hora serás el gobernador del mundo conocido.

Nick meneó la cabeza, expresando su negativa.

-Andriscus será mañana el gobernador de Roma, no yo.

El hombre pareció horrorizado; se inclinó hacia Nick y le habló en voz baja, de modo que nadie más lo escuchara.

-Hay quienes piensan que es débil; los mismos que te apoyarían si...

-No, Dimitri -lo interrumpió de forma educada-. Aprecio el gesto, pero he jurado poner mi ejército a disposición de Andriscus y así será hasta el día que muera. Jamás lo traicionaré.

La expresión del rostro de Dimitri dejó clara la confusión que sentía. No estaba muy seguro de si debía aplaudir la lealtad de su Comandante o maldecirlo por ella.

-No conozco a ningún otro hombre que dejase pasar la oportunidad de gobernar el mundo.

Nick soltó una carcajada.

-Los reinos y los imperios no dan la felicidad, Dimitri. Es el amor de una buena mujer y de unos hijos lo que hacen a un hombre feliz.

-Y la victoria -añadió Dimitri.

La sonrisa de Nick se ensanchó.

-Esta noche, al menos, parece que es cierto.

-¿Comandante?

Nick se giró al escuchar que alguien lo llamaba y vio a un hombre que se abría camino entre los congregados en la tienda. El soldado le tendió un pergamino sellado.

-Un correo trajo esto. Lo llevaba un mensajero romano que fue apresado esta mañana.

Al cogerlo, Nick observó el sello de Valerius el Joven. Lo abrió con curiosidad y lo leyó. Con cada nueva palabra, sentía que su pánico aumentaba. El corazón comenzó a latirle con más fuerza.

-¡Mi caballo! -gritó mientras salía corriendo de la atestada tienda-. Traed mi caballo.

-¿Comandante?

Nick se dio la vuelta para mirar a su lugarteniente, que lo había seguido. El hombre fruncía el ceño, visiblemente preocupado.

-Dimitri, quédate al mando hasta que regrese. Que el ejército se repliegue de nuevo hacia las colinas, lejos de los romanos, hasta nueva orden. Si no estoy de regreso en una semana, dirígete con todo el grueso de la tropa a Punjara y únete a Jasón.

-¿Estás seguro?

-Sí.

En ese momento llegó un muchacho, tirando de las riendas del semental negro de Nick . Con el corazón desbocado, lo montó de un salto.

-¿Dónde vas? -le preguntó Dimitri.

-Valerius se dirige a mi villa. Tengo que llegar antes que él.

El hombre agarró las riendas, horrorizado.

-No puedes enfrentarte a él tú solo.

-No puedo perder tiempo esperando a que alguien me acompañe. Mi esposa está en peligro. No vacilaré. -Y dándole la orden a su montura, atravesó el campamento a todo galope.



_________ se agitaba en la cama al tiempo que sentía el creciente pánico de Nick .

Necesitaba proteger a su esposa a toda costa. Los días pasaban uno tras otro y él seguía cabalgando velozmente, cambiando de montura cada vez que llegaba a un pueblo. No se detuvo a comer ni a dormir. Parecía que un demonio lo hubiese poseído y un solo pensamiento ocupaba su mente: Theone. Theone. Theone.

Llegó a su casa en mitad de la noche. Exhausto y aterrorizado, bajó de un salto del caballo y golpeó con fuerza las puertas de la villa para que lo dejaran entrar.

Un hombre mayor abrió las pesadas puertas de madera.

-¿Su Alteza? -preguntó el sirviente, incrédulo.

Nick entró, dejando atrás al hombre mientras recorría con la mirada el vestíbulo, en busca de alguna señal del enemigo. No encontró nada fuera de lo normal. Pero seguía intranquilo. Aún no podía relajarse. No se calmaría hasta que no viese a su esposa con sus propios ojos.
-¿Dónde está mi esposa?

El viejo sirviente pareció confundido por la pregunta. Abrió y cerró la boca, como un pez fuera
del agua, antes de hablar.

-En el lecho, Alteza.

Cansado, débil y muerto de hambre, Nick se apresuró a cruzar el largo pasillo porticado que
conducía a la parte trasera de la villa.

-¿Theone? -la llamó mientras corría, desesperado por verla.

Una puerta se abrió al final del pasillo. Una mujer rubia y menuda, increíblemente hermosa, salió
de la habitación, cerró la puerta a sus espaldas y miró a Nick de arriba abajo con una mirada
gélida, estudiando su desaliño.

Estaba sana y salva. Y era la imagen más hermosa que sus ojos habían contemplado jamás. Las
mejillas le brillaban con un rubor rosado y sus largos mechones rubios caían desordenados a ambos
lados del rostro. Había envuelto su cuerpo desnudo con una fina sábana blanca que sujetaba con las
manos.

-¿Nick ? -preguntó, con voz airada.

El alivio lo inundó a la vez que se le llenaban los ojos de lágrimas. ¡Estaba viva! Gracias a los
dioses. Parpadeando para evitar el llanto, la estrechó entre sus brazos y la sostuvo con fuerza.
Jamás había estado más agradecido a las Parcas por su misericordia.
-Nick -masculló ella, forcejeando para librarse de su abrazo-. Bájame. Hueles tan mal que apenas
puedo respirar. ¿Tienes la más ligera idea de lo tarde que es?

-Sí -le contestó, intentando aflojar el nudo que sentía en la garganta y dejando que la alegría
lo inundara. La dejó en el suelo y le tomó el rostro entre las manos. Estaba tan cansado que
apenas si podía mantenerse en pie ni pensar, pero no pensaba dormir. No hasta que ella estuviese a
salvo-. Y debo llevarte lejos de aquí. Vístete.

Ella lo miró, frunciendo el ceño.

-¿Llevarme a dónde?

-A Tracia.

-¿A Tracia? -repitió, incrédula-. ¿Te has vuelto loco?

-No. Me ha llegado la información de que los romanos se encaminan hacia aquí. Voy a llevarte a
casa de mi padre para ponerte a salvo. ¡Apresúrate!
Pero no se movió. En lugar de hacerlo, su rostro se ensombreció y los ojos grises chispearon de
furia.

-¿Con tu padre? Hace siete años que no hablas con él, ¿qué te hace pensar que va a acogerme
ahora?

-Mi padre me perdonará si se lo pido.

-Tu padre nos echará de su casa a los dos; lo dijo de un modo bastante público. Ya me han
avergonzado demasiadas veces en mi vida; no necesito oír cómo me llaman puta en mi propia cara.
Además, no quiero abandonar mi villa. Me gusta vivir aquí.

Nick hizo oído sordos a sus palabras.

-Mi padre me quiere y hará lo que yo le pida. Ya lo verás. Ahora, vístete.

Ella miró detrás de Nick .

-¿Polydus? -llamó al anciano sirviente que había estado esperando tras Nick todo el tiempo-.
Prepara un baño para el señor y tráele comida y vino.

-Theone...

Ella lo detuvo, tapándole la boca con la palma de la mano.

-Shhh, mi señor. Es más de medianoche. Tienes un aspecto espantoso y hueles aún peor. Déjame
lavarte, alimentarte y prepararlo todo para que duermas y, después, por la mañana, discutiremos lo
que es preciso hacer para protegerme.

-Pero los romanos...

-¿Te has cruzado con alguno de camino hacia aquí?

-Bueno... no.

-Entonces, de momento no hay peligro, ¿o sí?

Demasiado cansado para discutir, le dio la razón.

-Supongo que no.
-Ven, acompáñame. -Lo tomó de la mano y lo llevó hasta una pequeña estancia situada a un lado
del pasillo principal.



_________ vio una habitación iluminada por la luz de las velas y con una pequeña chimenea. Nick
estaba recostado en una bañera dorada mientras su esposa lo bañaba.



Atrapó una de las manos de Theone y la acercó a su mejilla, ensombrecida por la barba.

-No sabes cuánto te he echado de menos. Nada me reconforta más que tus caricias.

Ella le ofreció una copa de vino con una sonrisa que no le llegó a los ojos.

-He oído que has arrebatado Tesalia a los romanos.

-Sí. Valerius estaba furioso. Estoy impaciente por marchar sobre Roma. Y lo conseguiré, recuerda
lo que te digo.

Vació la copa de un trago y la dejó a un lado. Con el cuerpo enfebrecido, atrapó a su mujer y la
metió en la bañera con él.

-¡Nick ! -jadeó ella.

-Shhh -susurró él sobre sus labios-. ¿No vas a darme un beso?

Ella consintió, pero sin mostrarse muy receptiva. Nick lo notó de inmediato.
-¿Qué ocurre, amor mío? -le preguntó, echándose hacia atrás-. Esta noche pareces muy distante,
como si tus pensamientos estuvieran en otro lugar.

El rostro de Theone se suavizó antes de colocarse a horcajadas sobre él e introducirse su miembro.

-No estoy distante. Estoy cansada.

Él sonrió y gimió cuando ella comenzó a moverse.

-Perdóname por haberte despertado. Sólo quería saber que estabas bien. No podría seguir viviendo
si algo te sucediera -le dijo tomándole el rostro con ambas manos y acariciándole las mejillas con
los pulgares-. Siempre te amaré, Theone. Eres el aire que respiro.

La besó para saborearla por completo.

Ella pareció relajarse un poco entre sus brazos mientras seguía montándolo. Su mirada jamás se
apartaba de él, como si estuviese esperando algo...

Tan pronto como alcanzó el clímax, Nick se echó hacia atrás y la observó. Se sentía tan
débil como un recién nacido, pero estaba en casa y su esposa le daba fuerzas. Estaba a salvo. En
cuanto ese pensamiento cruzó su mente comenzó a escuchar un extraño zumbido y todo empezó a
darle vueltas. Comprendió al instante lo que su esposa había hecho.

-¿Veneno? -masculló.
Theone se apartó de él y salió de la bañera. Se envolvió con rapidez en una toalla y le
contestó.

-No.

Intentó salir de la bañera, pero estaba demasiado mareado y volvió a caer al agua. Le costaba
trabajo respirar y apenas si podía hilar dos pensamientos seguidos con la mente tan embotada. Lo
único que tenía claro era que la mujer que amaba lo había traicionado. La misma mujer a cuyos
pies había puesto el mundo.

-Theone, ¿qué me has hecho?

Ella alzó la barbilla y lo contempló con frialdad.

-Lo que tú no eres capaz de hacer. Asegurar mi porvenir. Roma es el futuro, Nick , no Andriscus.
Jamás sobrevivirá para ascender al trono de Macedonia.

La oscuridad lo engulló.



_________ gruñó al sentir un lacerante dolor en la cabeza. Cuando la luz regresó, encontró a
Nick tumbado desnudo sobre una fría losa de piedra, inclinada en un ángulo de cuarenta y cinco
grados.
Tenía los brazos y las piernas atados con cuerdas a unos tornos. Estaba observando una vieja mesa,
dispuesta al otro lado de la habitación, sobre la que se habían desplegado toda clase de
instrumentos de tortura. Dándole la espalda a Nick y estudiando con atención los artefactos,
había un hombre alto, de pelo oscuro.

Se sentía solo, indefenso y traicionado. Sentimientos aterradores para alguien que jamás había
sido vulnerable.

La temperatura de la habitación era sofocante debido al fuego que crepitaba en la chimenea. De
algún modo, _________ supo que era verano. Las ventanas estaban abiertas y la suave brisa del
Mediterráneo refrescaba la habitación y traía el aroma del mar y de las flores. Nick escuchó
las risas en el exterior y se le hizo un nudo en el estómago.

Era un día demasiado hermoso para morir.

El hombre que estaba junto a la mesa ladeó la cabeza. Se giró abruptamente y lo miró con furia.
Aunque era increíblemente apuesto, su rostro estaba contorsionado por la ira, restándole parte de
su belleza. Sus ojos eran crueles y brillantes, semejantes a lo
-Nicholas de Tracia -dijo con una perversa sonrisa-. Por fin nos conocemos. Aunque supongo que esto
no cuadra exactamente con tus planes, ¿no es cierto?

-Valerius -masculló tan pronto como vio el emblema que colgaba de la pared, sobre el hombro de su
captor. Reconocería el águila en cualquier parte.

La sonrisa del romano se ensanchó mientras cruzaba la habitación. Su rostro no mostraba el más
mínimo asomo de respeto. Sólo presunción. Sin pronunciar una sola palabra más, comenzó a girar
la manivela de los tornos a los que estaban unidas las cuerdas. Al estirarse, los músculos de Nick
se tensaron también y los tendones comenzaron a desgarrase al mismo tiempo que las articulaciones
se desencajaban.

Nick apretó los dientes y cerró los ojos ante la agonía que su cuerpo padecía.

Valerius soltó una carcajada y volvió a girar la manivela.

-Eso está bien, eres fuerte. Me resulta odioso torturar a esos jovenzuelos que no paran de llorar y
de gritar. Le resta diversión.

Nick no contestó.

Tras asegurar la manivela de modo que el cuerpo de Nick se mantuviera dolorosamente estirado,
Valerius se acercó a la mesa de los artilugios y cogió una pesada maza de hierro.
s de una víbora. Vacíos,
calculadores y carentes de compasión.
-Puesto que eres nuevo en estos lares, permíteme que te muestre cómo tratamos los romanos a
nuestros enemigos... -regresó junto a él con una insultante sonrisa de satisfacción en el
rostro-. En primer lugar, les rompemos las rodillas. De este modo, sé que no cederán a la
tentación de escapar a mi hospitalidad hasta que sea yo quien decida si están preparados para
marcharse.

Con esas palabras, golpeó la rodilla izquierda de Nick , destrozando la articulación al instante.
Un dolor inimaginable lo recorrió. Mordiéndose los labios para no gritar, se sujetó con fuerza a
las cuerdas que le rodeaban las muñecas. La sangre se deslizaba, en un cálido reguero, por sus
antebrazos.

Una vez hubo roto la otra rodilla, Valerius cogió un hierro candente del fuego y se lo acercó.

-Sólo tengo una pregunta que hacerte. ¿Dónde está tu ejército?

Nick lo miró con los ojos entrecerrados, pero no le dijo nada.

El romano le colocó el hierro sobre la cara interna del muslo.



_________ perdió la cuenta de todas las heridas que Nick sufrió a manos del tal Valerius. Hora
tras hora, día tras día, la tortura continuaba con renovado vigor. Resultaba increíble que una
persona pudiera continuar viviendo entre tanto sufrimiento. Jadeó al sentir que arrojaban agua
fría al rostro de Nick .
-No creas que voy a permitir que pierdas el conocimiento para escapar de mí. Y tampoco voy a
dejarte morir de hambre hasta que me venga en gana.

Valerius lo agarró del pelo y le echó la cabeza hacia atrás con crueldad para meterle algo
líquido en la boca. Nick siseó cuando el caldo salado cayó sobre las heridas que tenía en las
mejillas y en los labios. Estuvo a punto de ahogarse, pero su captor continuó haciéndolo tragar.

-Bebe, maldito seas -masculló Valerius-. ¡Bebe!

Nick volvió a desmayarse y de nuevo el agua fría lo despertó.

Días y noches se mezclaban al tiempo que el romano continuaba con la tortura sin la más mínima
compasión. Y siempre la misma pregunta.

-¿Dónde está tu ejército?

Nick jamás pronunciaba una sola palabra. Tampoco gritaba. Mantenía las mandíbulas apretadas con
tanta fuerza que Valerius tenía que abrirle la boca a la fuerza para darle de comer.

-Comandante Valerius -lo llamó un soldado, entrando a la estancia mientras el general tensaba las
cuerdas de nuevo-. Perdón por la interrupción, señor, pero ha llegado un emisario de Tracia que
pide audiencia.
El corazón de Nick estuvo a punto de dejar de latir. Por primera vez desde hacía semanas sintió
un rayo de esperanza y la alegría lo traspasó.

Su padre...

Valerius arqueó una ceja y miró con curiosidad a su subordinado.

-Esto va a ser muy entretenido. ¡Claro que sí! Lo atenderé.

El soldado se esfumó.

Unos minutos después, un hombre mayor, muy bien vestido, entró en la habitación tras dos soldados
romanos. El recién llegado se parecía tanto a Nick que, por un momento, _________ creyó que se
trataba de su padre.

No bien el hombre estuvo lo suficientemente cerca como para reconocer a un sangriento y destrozado
Nick , soltó un jadeo de incredulidad. Olvidando toda dignidad, su tío corrió a su lado.

-¿Nick ? -balbució, aún incrédulo, tocando con precaución el brazo roto de su sobrino. Los ojos
azules mostraban su dolor y su preocupación-. ¡Por Zeus! ¿Qué te han hecho?

_________ sintió la vergüenza de Nick y el dolor que le producía ser testigo del sufrimiento de
Zetes. Sintió la necesidad de aliviar la culpa que reflejaban los ojos del anciano y el impulso de
suplicarle el perdón de su padre.

Pero cuando abrió la boca, tan sólo salió un gemido ronco. Estaba tan malherido que los dientes
le castañeteaban debido a la intensidad del dolor que padecía. Tenía la garganta tan dolorida y
seca que le costaba trabajo respirar pero, por pura fuerza de voluntad, consiguió hablar con voz
trémula.
-Tío.

-Vaya, ¿será posible que realmente pueda hablar? -preguntó Valerius acercándose a ellos-. No ha
dicho nada en cuatro semanas. Nada más que esto...

Y acercó de nuevo el hierro candente al muslo. Apretando los dientes, Nick siseó y dio un
respingo.

-¡Basta! -gritó Zetes, apartando al romano de un empujón.

Con mucho cuidado, tomó el rostro de su sobrino en las manos mientras las lágrimas le caían por
las mejillas al intentar limpiar la sangre de los labios hinchados de Nick .

Alzó la mirada hacia Valerius.

-Tengo diez carros de oro y joyas. Su padre promete aún más si lo liberas. Estoy autorizado a
presentarte la rendición de Tracia. Y su hermana, la princesa Althea, se ofrece como tu esclava
personal. Lo único que tienes que hacer es dejar que me lo lleve a casa.

¡No!

_________ escuchó el gritó de Nick , pero en realidad ningún sonido había salido de su garganta.

-Es posible que permita que te lo lleves a casa... una vez lo ejecute.

-¡No! -exclamó Zetes-. Es un príncipe y tú...

-No es ningún príncipe. Todo el mundo sabe que fue desheredado. Su padre hizo pública su
decisión.
-La ha revocado -insistió Zetes, antes de volver a mirar a Nick con cariño-. Quiere que sepas que
nada de lo que te dijo era cierto, que debería haberte escuchado y confiado en ti en lugar de
actuar como un imbécil, tonto y ciego. Tu padre te ama, Nick . Lo único que quiere es que regreses
a casa para poder daros la bienvenida, a ti y a Theone, con los brazos abiertos. Te pide que lo
perdones.

Las últimas palabras le quemaron más que los hierros candentes de Valerius. No era su padre el que
debía implorar perdón. No era su padre el único que había actuado como un imbécil. Había sido
él quien se había mostrado cruel con un hombre que jamás había hecho otra cosa más que amarlo.
Era tan doloroso que no podía pensarlo. Que los dioses se apiadaran de ambos, porque los argumentos
de su padre habían resultado ser ciertos.

Zetes echó un vistazo a Valerius.

-Te dará cualquier cosa a cambio de la vida de su hijo. ¡Cualquier cosa!

-Cualquier cosa... -repitió el romano-. Una oferta muy tentadora, pero ¿no sería muy estúpido de
mi parte liberar al hombre que ha estado a punto de derrotarnos? -preguntó mirando con furia a
Zetes-. Jamás. -Sacó la daga de su cinturón, agarró con rudeza las tres trenzas que proclamaban
que Nick era comandante y las cortó-. Aquí tienes -dijo ofreciéndoselas a Zetes-. Llévaselas a
su padre y dile que eso es lo único que le devolveré de su hijo.

-¡No!

-Guardias, aseguraos de que Su Alteza se marcha.
Nick observó como agarraban a su tío y lo sacaban a la fuerza de la habitación.

-¡Nick !

Nick forcejeó contra las cuerdas, pero estaba tan malherido y mutilado que lo único que
consiguió fue hacerse aún más daño. Quería llamar a Zetes para que regresara, tenía que
decirle lo arrepentido que estaba por todo lo que les había dicho a sus padres.

No permitas que muera sin que lo sepan.

-¡No puedes hacer esto! -gritó Zetes un momento antes de que las puertas se cerraran con un golpe
seco, sofocando su voz.

Valerius llamó a su sirviente.

-Trae a mi concubina.

Tan pronto el criado se marchó, el romano se acercó a Nick y suspiró, como si estuviese muy
desilusionado.

-Parece que nuestro tiempo de compañía llega a su fin. Si tu padre está tan desesperado por tu
regreso, es tan sólo cuestión de tiempo que reúna su ejército para marchar contra mí.
Obviamente, no puedo permitir que tenga oportunidad de rescatarte, ¿no crees?

Nick cerró los ojos y apartó la cabeza para no ver la expresión triunfal de Valerius. En su
mente volvió a contemplar a su padre, aquel último y aciago día, cuando los dos se enfrentaron en
la sala del trono. Julian había bautizado aquel momento como «el día del Duelo de los Titanes».
Ninguno de los dos, ni él ni su padre, habían estado dispuestos a escuchar al otro, ni a ceder.
Escuchó de nuevo las palabras que dijera a su padre. Palabras que ningún hijo debía decirle a un
padre. El sufrimiento era mil veces más intenso que el que provocaban las torturas de Valerius.

Mientras recordaba con pesar sus pasadas acciones, las puertas de la estancia se abrieron y entró
Theone. Cruzó la habitación con la cabeza bien alta, como una reina ante su corte, y se detuvo
junto a Valerius, mirándolo con una sonrisa cálida e incitante.

Nick la contempló mientras la magnitud de la traición de su mujer se abría camino en su mente.

Que sea una pesadilla. Por favor, Zeus, no permitas que esto sea real.

Era más de lo que su mutilado cuerpo y su alma podían soportar.

-¿Sabes Nick ? -le dijo el romano, con un brazo sobre los hombros de Theone al tiempo que le
mordisqueaba el cuello-. Alabo tu gusto para elegir esposa. Es excepcional en la cama, ¿verdad?

Era el peor golpe que le podía infligir.

Theone lo miró a los ojos, sin asomo de pudor, y dejó que Valerius se colocara a su espalda y le
tocara los pechos, alzándolos. No había rastro de amor en el rostro de su esposa. Ni
remordimiento. Nada. Lo miraba como si fuese un extraño.
Nick sintió que se le desgarraba el alma.

-Vamos, Theone, mostrémosle a tu marido lo que interrumpió la noche que llegó a casa.

El romano desprendió el broche del peplo de Theone, que cayó al suelo. Tomando su cuerpo desnudo
en brazos, la besó.

El corazón de Nick se hizo pedazos al ver cómo su esposa despojaba a Valerius de la armadura, al
ser testigo de que ansiaba sus caricias con vehemencia. Incapaz de soportarlo, cerró lo ojos y
volvió la cabeza. Pero siguió escuchándolos. Escuchó cómo su mujer suplicaba a Valerius que la
poseyera. La escuchó gemir de placer. Y, cuando alcanzó el clímax en brazos de su enemigo,
sintió que su corazón se marchitaba y moría.

Al fin, Valerius había acabado con él.

Dejó que el dolor lo inundara. Dejó que lo traspasara hasta que sólo fue capaz de sentir una
desolación atroz y absoluta.

Cuando acabaron, el romano se acercó a él y le restregó la mano, aún húmeda, por el rostro.
Nick maldijo ese olor que le resultaba tan familiar
-¿Tienes alguna idea de lo mucho que me gusta el olor de tu mujer sobre mi cuerpo?

Nick le escupió en la cara.

Enfurecido, Valerius cogió una daga de la mesa y se la clavó con saña en el vientre. Él jadeó
al sentir cómo el frío metal desgarraba su cuerpo. Con malicia, el romano giró la muñeca e hizo
rodar la hoja, introduciéndola aún más profundamente.

-Dime, Theone -dijo Valerius sin dejar de mirar a Nick mientras sacaba la daga y lo dejaba
tembloroso y débil-. ¿Cómo debería matar a tu esposo? ¿Debería decapitarlo, como corresponde a
un príncipe?

-No -contestó ella, arreglándose el peplo y asegurándolo sobre el hombro con el broche que Nick
le había regalado el día de su boda-. Es el espíritu y la espina dorsal de los rebeldes
macedonios. No permitas que se convierta en un mártir. Si la decisión estuviese en mis manos, lo
crucificaría como a un vulgar ladrón. Deja que sea un ejemplo para los enemigos de Roma; deja que
sepan que no hay honor ni gloria enfrentándose a Roma.

Valerius sonrió con crueldad y se dio la vuelta para mirarla de frente.

-Me gusta cómo trabaja tu mente. -Le dio un casto beso en la mejilla y comenzó a vestirse-.
Despídete de tu esposo mientras lo arreglo todo -le dijo antes de marcharse.
Nick luchaba por seguir respirando entre tanto dolor cuando, por fin, Theone se acercó. El
sufrimiento y la ira lo hacían temblar de la cabeza a los pies. No obstante, la mirada de su esposa
seguía siendo vacía. Helada.

-¿Por qué? -le preguntó.

-¿Por qué? -repitió ella-. ¿Tú qué crees? Fui la hija de una prostituta. Crecí pasando hambre
y sin dinero, sin otro remedio que dejar que cualquier hombre usara mi cuerpo cómo le diera la
gana.

-Yo te protegí -dijo con aspereza, moviendo apenas los labios partidos y ensangrentados-. Te amé.
Te mantuve a salvo de todo aquél que pudiera hacerte daño.

Ella lo miró con los ojos entrecerrados.

-No iba a permitir que te fueras a luchar contra Roma mientras yo me quedaba en casa, temiendo que
echaran mi villa abajo cualquier día. No quería acabar como la mujer de Julian, asesinada en mi
propia cama, o vendida como esclava. He llegado demasiado lejos como para volver a vender mi cuerpo
o suplicar por unas sobras. Quiero conservar mi seguridad y haré todo lo que sea preciso para que
así sea.

No podía haber encontrado palabras que lo hirieran más. Jamás lo había considerado otra cosa que
un abultado saco de oro. No, no podía creerlo. Se negaba a creerlo. Tenía que haber un momento,
uno solo en el que ella lo hubiese amado. ¿De verdad había estado tan ciego?

-¿Alguna vez me amaste?

Ella se encogió de hombros.
-Si te sirve de consuelo, has sido el mejor amante que jamás he tenido. Ciertamente, te voy a echar
de menos en la cama.

Nick dejó escapar un agónico rugido de rabia.

-Maldición, Theone -dijo Valerius al regresar-. Debería haber dejado que lo torturaras tú. Yo no
he conseguido hacerle tanto daño.

Los soldados llegaron en aquel momento con una cruz enorme. La dejaron en el suelo, junto a la mesa,
y cortaron las cuerdas que mantenían atrapado a Nick . Al tener las piernas rotas cayó de bruces
al suelo.

Lo levantaron sin muchos miramientos y lo tumbaron sobre el madero.

Nick continuó mirando a Theone; ni siquiera sentía lástima. Los ojos de su mujer reflejaban una
fascinación morbosa.

De nuevo, volvió a recordar los rostros de sus padres. Volvió a verlos aquel día que abandonó su
hogar, el día de su boda. Y escuchó otra vez la oferta que Zetes le había hecho a Valerius.

Los había traicionado a todos por ella. Y, a cambio, Theone ni siquiera fingía sentirse apenada
por lo que le había hecho. Lo que le había hecho a su familia y a su país.

Él era la última esperanza que tenía Macedonia para librarse del yugo romano. Era lo único que
se interponía entre su gente y la esclavitud. Con un solo acto de traición, Theone había echado
por tierra todos sus sueños de libertad.

Y todo porque él había sido un estúpido...

Las últimas palabras de su padre resonaron en su cabeza.

Ella no te ama, Nick . Ninguna mujer te amará jamás y ¡eres un maldito imbécil si no lo ves
así!

Uno de los soldados sostuvo un clavo de hierro sobre su muñeca al tiempo que otro alzaba un pesado
mazo.

El soldado romano golpeó con fuerza el clavo...



_________ despertó con un grito, alarmada al sentir el dolor que le atravesaba el brazo. Se sentó
y se agarró la muñeca para asegurarse de que todo había sido un sueño. Se frotó el brazo
mientras lo miraba fijamente. No había ninguna herida pero...

El sueño había sido real. Lo sabía.

Empujada por una fuerza que no acababa de entender, salió de su habitación en busca de Nick .
Atravesó a la carrera la casa, sin encender ninguna luz. Estaba a punto de amanecer. Subió las
escaleras de caoba y atravesó un largo pasillo. Siguiendo sus instintos, se acercó a unas puertas
dobles en el ala oeste de la casa. Sin dudarlo, las abrió y entró en una habitación dos veces
más amplia que la suya.

No hay comentarios:

Publicar un comentario