lunes, 15 de agosto de 2011

Dominada por el Deseo. Capitulo 2

Con el estómago revuelto, _____________ no protestó cuando Brandon le arrancó las fotos de sus dedos entumecidos. Las examinó con una mal¬dición ahogada.
—Son del acosador, ¿no? Está aquí. ¡Qué hijo de perra! —Se pasó una mano por el pelo oscuro y crespo, cortado de manera convencio¬nal—. Voy a llamar a la policía.
Santo Dios, ojalá las cosas fueran tan sencillas.
—No pueden hacer nada. La policía de Los Angeles me dijo que él tenía que hacer algo ilegal antes de poder ir a por él. Hacer fotos no va contra la ley.
—Ha invadido mi propiedad. —Brandon sostuvo en alto la foto del patio trasero, arrugándola con sus grandes dedos—. Mi patio es propiedad privada. La única manera de hacer esta foto es entrando ilegalmente. Ha quebrantado la ley.
Cogió el inalámbrico y marcó el 911. _____________ simplemente negó con la cabeza.
Aunque Brandon tenía razón, dudaba que la policía de Houston pudiera hacer más que la de Los Angeles. El acosador no había robado nada, no había causado ningún destrozo... aún. _____________ podía sentir cómo la ira del acosador iba creciendo por la frecuencia de sus contac¬tos y por el hecho de que la había seguido hasta Texas. Y a la policía no le importaría lo que ella dijera.
Brandon colgó el teléfono.
—Llegarán en un momento.

_____________ se encogió de hombros e intentó controlar el pánico que burbujeaba en su interior.
Sin poder hacer nada más que esperar, volvió a meter las fotos en el sobre. Cuando se encontró con que algo se lo impedía, se dio cuenta de que había otra cosa dentro. Perpleja, metió la mano en el sobre. Por lo general, ese loco bastardo sólo enviaba fotos... unas fotos descon¬certantes e inquietantemente íntimas, pero nada más.
Pero no había sido así en esa ocasión.
Sacó bruscamente del sobre marrón un recorte de papel en el que había garabateado unas feas letras negras.
«Me perteneces. Eres mía».
_____________ se tragó el nudo de miedo que le obstruía la garganta. Ahora él se comunicaba con ella. Directamente. Le transmitía su posesividad, la furia que sentía ante la idea de que hubiera otro hombre en su vida. Ese lunático no sabía que Brandon era su hermanastro. Había creído la historia que Brandon había inventado, tanto para explicar la presencia de _____________ en su casa como para alejar al psicópata acosador.
Aunque pensar en quedarse sola asustaba a _____________, una parte de ella se alegraba de que Brandon tuviera que irse al día siguiente. Si le ocurriese algo, no sería porque su acosador hubiera decidido quitar de en medio a la «competencia». Ya se le ocurriría algo en las próximas tres semanas que Brandon estaría fuera. Encontraría algún otro lugar a dónde ir, de manera que cuando Brandon regresara, ella no pudiera poner en peligro al único de los hijos del senador Ross que se había puesto en contacto con ella.
Quizá, como Reggie le había sugerido antes de marcharse de L.A, necesitaba un guardaespaldas.
— ¿No tienes ni idea de quién puede ser este pervertido? —gruñó Brandon, mirando fijamente la nota por encima del hombro de _____________.
—No. —Ella negó con la cabeza—. Ojalá la tuviera. No me llevo mal con ninguno de mis compañeros de trabajo. Y mi novio me aban¬donó, no lo dejé yo.
— ¿Uno de los seguidores del programa? ¿Un fanático que no sepa que hay ciertos límites?
_____________ se encogió de hombros.

—Quizá. He recibido un extraño e-mail de un seguidor del pro¬grama, pero no resulta amenazador, ni invade mi intimidad.
—-Voy a buscar a alguien que llegue hasta el fondo de esto, pequeña. No voy a dejar que te ocurra nada —le prometió.
En ocasiones como ésa, _____________ se preguntaba cómo era posible que Brandon y ella tuvieran algo en común con los demás hijos del se¬nador Ross. No tenían nada que ver con esos hombres ávidos y ham¬brientos de poder.
—Maldición —juró de pronto Brandon, rompiendo el silencio—. Ojalá no tuviera que irme mañana. Me recogerán a las cinco de la ma¬drugada y no podría ser en peor momento. ¡Maldita sea! El gobierno puede ser un amante de lo más exigente.
_____________ no sabía exactamente en qué trabajaba Brandon, no le permitían contárselo a nadie. Por cosas que él le había comentado en los tres años transcurridos desde que había descubierto el secreto de su padre y la había localizado, _____________ había supuesto que trabajaba para Inteligencia. Pero no tenía ni idea de qué hacía.
—Si tanto odias tu trabajo, y deseas presentarte como candidato a un cargo público como sé que
deseas hacerlo, ¿por qué simplemente no lo haces?
Por primera vez desde que lo conocía, Brandon no le sostuvo la mirada. Se dio la vuelta cerrando
los puños con fuerza.
Los abrió con evidente esfuerzo y luego dijo:
—No puedo.
Al día siguiente, _____________ se dejó caer en una silla de hierro forjado en la terraza de un
pequeño café, junto a una pintoresca cadena de tiendas exclusivas. La tarde de febrero caía
lánguidamente y era sorprendentemente bochornosa. Luchando contra el cansancio tras haberse
pasado casi toda la noche en vela, le echó una mirada al reloj de su muñeca. Las tres en punto.
Había calculado bien el tiempo. El Amo N debía de estar a punto de llegar.
Se le contrajo el estómago al pensar en ello.
Sin embargo, ésa no era la única razón. Podía sentir las miradas sobre ella, observándola,
evaluándola y espiándola. Tenía erizados los pelos de la nuca. Miró a su alrededor y escudriñó
a la multitud. Nada.
_____________ respiró hondo, intentando reprimir su inquietud. No era difícil imaginar que si un
psicópata era capaz de seguirla desde Los Angeles a Houston, no iba a costarle nada seguirle la
pista hasta Lafayette. Lo más probable era que estuviera a salvo allí sentada en esa soleada
plaza, pero si la reconocía, su acosador la vería con el Amo N, lo que suponía le sentaría
todavía peor que verla con Brandon. Y cuando se hiciera de noche, y estuviera sola en la casa de
su hermanastro...
No, no podía pensar en eso ahora. Tenía que recordarse que estaba allí por un asunto de trabajo,
y que si su acosador la reconocía o estaba observando ese encuentro, no vería nada sexual entre el
Amo N y ella.
Se ajustó la bufanda y el sombrero para asegurarse de que le cubrían el pelo, y se colocó las
gafas de sol. Tal vez estaba siendo paranoica. Nadie la iba a reconocer así vestida. Ojalá
después de esa entrevista pudiera meterse en la cama de un albergue tranquilo y dormir hasta que se
le ocurriera alguna forma de quitarse de encima a ese acosador.

Un camarero le dirigió una amplia sonrisa; sus dientes blancos contrastaban contra la piel
oscura. _____________ se esforzó en devolverle la son¬risa mientras pedía un té helado.
En cuanto se fue, tiró del largo abrigo que había tomado prestado del armario de Brandon,
recolocándolo bajo las caderas y levantando las solapas, El camarero apareció con el té. Volvió
a examinar el reloj de pulsera. Las tres y cinco. Le daría a Amo N, unos minutos más. Allí
sentada se sentía vulnerable ante el psicópata que la estaba siguiendo... De repente, comprendió
que había sido una imprudente.
—Tú debes de ser _____________.
El profundo susurro llegó desde sus espaldas, casi encima de su oreja. Un cálido aliento rozó el
lateral de su cuello, y _____________ se estremeció involuntariamente.
_____________ se giró, aturdida por el hecho de que alguien se hubiera podido acercar a ella con
tanto sigilo a pesar de lo nerviosa que estaba. Pero él se había acercado en completo silencio.
Y era impresionantemente guapo.
El pelo, espeso y claro, caía sobre una frente amplia. La mandíbula era angulosa, y la barbilla
con un hoyuelo estaba cubierta por una sombra de barba que proclamaba su masculinidad con la misma
sutileza que un estampido de una bomba. La boca ancha se curvaba con una expresión que parecía
mitad sonrisa, mitad desafío.
Y, oh, esos ojos miel. La atrapaban. Acentuados por unas cejas negras, esos ojos perspicaces la
observaban como si pudieran ver en su interior. Como si él conociera todos sus secretos.
Bajar la mirada por su cuerpo no ayudó a calmar los latidos de su corazón. El Amo N medía más de
uno ochenta y cinco, poseía unos hombros anchos y un cuerpo lleno de músculos duros que se hacían
evidentes bajo una camiseta negra y ceñida que la hizo pensar en una sólida e inquebrantable
montaña. Nadie podía mover una montaña.
Nadie podría mover tampoco a ese hombre, a menos, claro está, que él quisiera ser movido.
Con sólo mirarle fijamente, _____________ se sintió atraída por él e invadida por la lujuria.
Era una suerte que su encuentro se limitara a esa reunión en público. De cualquier otra manera, _____________ creía que no hubiera sido responsable de su comportamiento.
Tragó saliva para recuperar el habla.
—Sí, soy _____________.
Cuando le ofreció la mano, él no se la estrechó. Demasiado sencillo. Atrapándola con la mirada, se inclinó y se llevó la mano de _____________ a la boca, depositándole un beso sobre los dedos.
«Oh, Dios Santo...»
Una ardiente sensación le recorrió el brazo a toda velocidad, y los latidos de su corazón adoptaron un ritmo candente. Él se recreó, dejando que su cálido aliento le acariciara el dorso de la mano, mientras sus dedos jugueteaban con el centro de la sensible palma. Estremeci¬mientos ardientes le atravesaron la piel y le subieron por el brazo.
El efecto que el Amo N tenía sobre _____________ no terminaba ahí. De hecho, el impacto de su presencia, de su contacto, la afectaba tan pro¬fundamente que un latido comenzó a pulsar suavemente entre sus pier¬nas. Como si su clítoris necesitase anunciar a su libido que quería desnudarse para ese hombre.
«¡Es sólo trabajo!», se dijo a sí misma.
Con un discreto tirón, _____________ liberó la mano. El Amo N sonreía cuando se sentó a su lado —en vez de enfrente—, y acercó la silla unos centímetros más. Ella intentó ignorar lo consciente que era de él cuando el muslo masculino rozó el suyo, provocándole un hormigueo.
—Gracias por reunirse aquí conmigo, señor... ¿Cómo te gustaría que te llamara?
Esa amplia sonrisa pareció burlarse de su incertidumbre y proclamar un perverso conocimiento de su próximo debate sexual.
—Por ahora, será suficiente con que me llames señor.
—Vale. Sí, señor.

En el momento que las palabras salieron de su boca, _____________ se dio cuenta de lo sexuales que habían sonado. De lo sexuales que él había pretendido que sonaran. No sólo eran respetuosas, aunque lo eran. Pero con respecto al Amo N, ella no podía conseguir que su voz fuera algo más que un ronco murmullo.
¿Cómo sería llamarle señor en privado?
A pesar de que las gafas de sol la protegían, esos ojos oscuros pa¬recían conocer cada uno de los pensamientos de _____________, cada peca¬minosa sensación, y la mantenían inmóvil mientras la miraba como si pudiera leer el deseo en su cara.
_____________ utilizó el té intacto como excusa para apartar la mirada de él y se obligó a concentrarse en un tema seguro y neutral.
Algo difícil de conseguir cuando lo había invitado para hablar de sexo.
—He leído en el dossier que recibí sobre ti, que te dedicas a la se¬guridad personal. ¿Eres guardaespaldas?
—Exacto. —Encogió esos hombros tan deliciosamente macizos—. Protejo a unos cuantos políticos y a sus familias, a diplomáticos y a algún que otro deportista.
—Estoy segura de que conoces a mucha gente interesante. ¿Trabajas con celebridades? —le preguntó.
Un atisbo de humor curvó la ancha boca en algo parecido a una sonrisa.
—Demasiado para mí. Los políticos son mentirosos, pero por lo menos sabes qué esperar de ellos. Pero los de Hollywood son paranoicos y egocéntricos, y creen que cualquier persona es un psicópata en potencia. No gracias.
_____________ no podía decidir si estaba molesta o divertida.
—No soy nada de eso.
—Date tiempo —él le guiñó un ojo.
Incorregible era una palabra que le describiría a la perfección. Un asomo de arrogancia unido a una sana dosis de atracción sexual y humor juguetón. La mezcla resultaba demoledora, gracias a sus habi¬lidades en el flirteo y al encanto sureño. Sin duda, él tenía un efecto mortal en el sentido común de cualquier mujer. _____________ tragó.

El camarero se acercó a la mesa, y el Amo N pidió una taza de espeso café de achicoria típico de Lousiana. Ella se estremeció cuando el ca¬marero lo llevó unos momentos más tarde.
—Cuéntame más cosas sobre tu programa. —Las palabras deberían haber sido una invitación, pero _____________ oyó la sutil orden en su voz. No era ni dura ni directa. Pero la voz tenía un tono acerado..., un tono que le contrajo el estómago... y le tensó el vientre.

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