miércoles, 3 de agosto de 2011

Un amante de ensueño. Capitulo 5

A pesar de toda su vanidad juvenil, no había estado preparada para que le arrebataran por completo a toda su familia.
Y, aunque habían pasado cinco años, aún los echaba de menos. El dolor era muy profundo. El viejo dicho aquél, según el cual era mejor haber conocido el amor antes de perderlo, era un enorme fraude. No había nada peor que perder a las personas que te quieren y te cuidan en un accidente sin sentido.
Incapaz de enfrentar su ausencia, ___ había sellado la habitación tras el funeral, y lo había dejado todo tal y como estaba.
Abrió el cajón donde su padre guardaba los pijamas y tragó saliva. Nadie había tocado estas cosas desde la tarde que su madre las dobló y las guardó.
Todavía recordaba la risa de su madre. Las bromas sobre el conservador estilo de su padre, que siempre elegía pijamas de franela.
Peor aún, recordaba el amor que se profesaban.
Lo que daría ella por encontrar la pareja perfecta, como les había sucedido a ellos. Habían estado casados veinticinco años antes de morir, y su amor había permanecido intacto desde el día que se conocieron.
No podía recordar un solo momento en que su madre no sonriera ante una broma de su padre. Siempre iban cogidos de la mano como dos adolescentes, y se robaban besos cuando creían que nadie los veía.
Pero ella los veía.
Y ahora lo recordaba.
Quería ese tipo de amor. Pero por alguna razón, no había encontrado a un hombre que la dejase sin aliento. Un hombre que consiguiera que se le desbocara el corazón y que sus sentidos se tambalearan.
Un hombre sin el cual la vida no tuviese sentido.
- ¡Oh, mamá! -balbuceó, deseando que sus padres no hubiesen muerto aquella noche.
Deseando...
No sabía qué. Lo único que quería era conseguir algo que le hiciese pensar en el futuro. Algo que le hiciese feliz; de la misma forma que su padre había hecho feliz a su madre.
Mordiéndose el labio, ___ cogió el pantalón de cuadros azul marino y blanco, y salió corriendo de la habitación.
- Aquí tienes -dijo arrojándole la prenda a Nick y saliendo a toda prisa hacia el cuarto de baño, en mitad del pasillo. No quería que él fuese testigo de sus lágrimas. No volvería a mostrarse vulnerable delante de un hombre.
Nick cambió la toalla por los pantalones y se fue tras ___. Había cerrado de un portazo la puerta más cercana a la habitación donde él se encontraba.
- ___ -la llamó mientras abría la puerta con suavidad.
Se quedó paralizado al verla llorar. Estaba en mitad de un cuarto de aseo extraño, con dos lavamanos incrustados en la pared y una encimera blanca en la cual se apoyaba. Se había tapado la boca con una toalla, en un intento de sofocar sus desgarradores sollozos.
A pesar de su severa educación y de los dos mil años de autocontrol, Nick se vio arrastrado por una oleada de compasión. ___ lloraba como si alguien le hubiese roto el corazón.
Y eso lo hacía sentirse incómodo. Inseguro.
Apretando los dientes, alejó aquellos insólitos sentimientos. Si algo había aprendido durante su infancia era a no ahondar en los problemas de los demás, porque nunca traía nada bueno. No había que cuidar de nadie más que de uno mismo. Cada vez que había cometido el error de interesarse por alguien, lo había pagado con creces.
Además, en esta ocasión no había tiempo. Nada de tiempo.
Cuanto menos tuviese que ver con las emociones y la vida de ___, más fácil le resultaría volver a soportar su confinamiento.
Y, entonces, las palabras de ___ lo golpearon con fuerza, justo en mitad del pecho. Ella lo había definido a la perfección: no era más que un gato dedicado a conseguir placer y después marcharse.
Se aferró con fuerza al tirador de la puerta. No era un animal. Él también tenía sentimientos.
O, al menos, solía tenerlos.
Antes de que pudiese reconsiderar sus acciones, entró en la estancia y la abrazó. ___ le rodeó la cintura con los brazos y se apoyó en él como si se tratara de un salvavidas, mientras enterraba la cara en su pecho desnudo y sollozaba. Todo su cuerpo temblaba.
Algo muy extraño se abrió paso en el interior de Nick. Un profundo anhelo que no sabía muy bien como definir.
Jamás en su vida había consolado a una mujer que lloraba. Se había acostado con tantas que no podía recordarlo; pero nunca, jamás, había abrazado a una mujer como estaba abrazando a ___. Ni después de hacer el amor. Una vez acababa con su pareja de turno, se levantaba, se limpiaba y buscaba algo con qué entretenerse hasta que fuese requerido de nuevo.
Incluso antes de la maldición, jamás había demostrado ternura por nadie. Ni por su esposa.
Como soldado, había sido entrenado desde que tenía uso de razón para mostrarse feroz, frío y duro.
«Vuelve con tu escudo, o sobre él». Ésas fueron las palabras de su madrastra el día que lo
agarró del pelo y lo echó de su casa para que comenzara el entrenamiento militar, a la tierna edad
de siete años.
Su padre había sido aún peor. Un legendario comandante espartano que no toleraba muestras de
debilidad. Ni de emoción. El tipo se había encargado, látigo en mano, de que la infancia de Nick
llegase a su fin, enseñándolo a ocultar el dolor. Nadie podía ser testigo de su sufrimiento.
Hasta el día de hoy, aún podía sentir el látigo sobre la piel desnuda de su espalda, y escuchar
el sonido que hacía el cuero al cortar el aire entre golpe y golpe. Podía ver la burlona mueca de
desprecio en el rostro de su padre.
- Lo siento -murmuró ___ sobre su hombro, devolviéndolo al presente.
Ella alzó la cabeza para poder mirarlo. Tenía los ojos grises brillantes por las lágrimas y
parecían resquebrajar la capa que recubría su corazón, congelado desde hacía siglos por
necesidad y por obligación.
Incómodo, Nick se alejó de ella.
- ¿Te sientes mejor?
___ se limpió las lágrimas y se aclaró la garganta. No sabía por qué había ido Nick tras ella,
pero había pasado mucho tiempo desde la última vez que alguien la consoló mientras lloraba.
- Sí -murmuró-. Gracias.
Él no respondió.
En lugar de ser el hombre tierno que la abrazaba instantes antes, había vuelto a ser el Señor
Estatua; todo su cuerpo estaba rígido y no daba muestras de emoción.
Dejando escapar un suspiro iracundo, y pasó a su lado.
- No me habría puesto así si no estuviese tan cansada y quizás todavía un poco achispada.
Necesito dormir.
Sabía que él iría tras ella, así que volvió resignadamente a su habitación y se metió en la
cama de madera de pino, acurrucándose bajo el grueso edredón. Sintió cómo el colchón se hundía
bajo el peso de Nick un instante después.
Su corazón se aceleró ante la repentina calidez del cuerpo del hombre junto al suyo. Y la cosa
empeoró cuando él se acurrucó a su espalda y le pasó una larga y musculosa pierna sobre la
cintura.
- ¡Nick! -gritó con una nota de advertencia al sentir su erección contra la cadera-. Creo que
sería mejor que te quedaras en tu lado de la cama, mientras yo me quedo en el mío.
No pareció prestar atención a sus palabras, puesto que inclinó la cabeza y dejó un pequeño
rastro de besos sobre su pelo.
- Pensaba que me habías llamado para aliviar el dolor de tus partes bajas -le susurró en el oído.
Con el cuerpo al rojo vivo debido a su proximidad, y al aroma a sándalo que le embotaba la cabeza,
___ se sonrojó al escucharle repetir las palabras que le dijera a Yare.
Dejó el mando a un lado y, durante un buen rato, se dedicó a mirarla mientras la luz procedente- Mis partes bajas se encuentran en perfecto estado, y muy felices tal y como están.
- Te prometo que yo conseguiré que estén mucho, mucho más felices.
¡Oh!, no le cabía la menor duda.
- Si no te comportas, te echaré de la habitación.
Entonces lo miró y vio la incredulidad reflejada en los ojos marrones.
- No entiendo por qué vas a echarme -le dijo.
- Porque no voy a utilizarte como si fueses un muñeco sin nombre, que no tiene más razón de ser
que servirme. ¿De acuerdo? No quiero tener ese tipo de intimidad con un hombre al que no conozco.
Con una mirada preocupada, Nick se apartó finalmente de ella y se tumbó en la cama.
___ respiró profundamente para intentar que su acelerado corazón se relajara, y poder apagar el
fuego que le hacía hervir la sangre. Resultaba muy duro decirle que no a este hombre.
*¿Crees realmente que vas a ser capaz de dormir con este tipo a tu lado? ¿Es que tienes una piedra
por cerebro?*
del televisor parpadeaba sobre los relajados ángulos de su rostro.
Supo el momento exacto en el que se durmió, por la uniformidad de su respiración. Sólo entonces
se atrevió a tocarla. Se atrevió a seguir con la yema de un dedo la suave curva de su pómulo.
Su cuerpo reaccionó con tal violencia que tuvo que morderse el labio para no soltar una maldición.
El fuego se había extendido por su sangre.
Había conocido numerosos dolores durante toda su vida: primero el dolor de estómago cuando
necesitaba comer, después la sed de amor y respeto, y por último el dolor exigente de su miembro
cuando ansiaba la humedad resbaladiza del cuerpo de una mujer. Pero jamás, jamás, había
experimentado algo semejante a lo que sentía ahora.
Era un hambre tan voraz, una sensación tan potente, que amenazaba hasta su cordura.
Sólo podía pensar en separarle los cremosos muslos y hundirse profundamente en ella. En deslizarse
dentro y fuera de su cuerpo una y otra vez, hasta que ambos alcanzaran el clímax al unísono.
Pero eso jamás llegaría a suceder.
Se alejó de ella a una distancia prudente, desde donde no pudiese oler su suave aroma femenino, ni
sentir el calor de su cuerpo bajo el edredón.
Podría proporcionarle placer durante días, sin detenerse, pero él jamás encontraría la paz.
- Maldito seas, Príapo -gruñó. Era el dios que le había maldecido, hundiéndolo en este
miserable destino-. Espero que Hades te esté dando lo que te mereces.
Una vez aplacada su ira, suspiró y se dio cuenta que las Parcas y las Furias se estaban encargando
de lo propio con él.

___ se despertó con una extraña sensación de calidez y seguridad. Un sentimiento que no había
experimentado desde hacía años.
De pronto, sintió un beso muy dulce sobre los párpados, como si alguien estuviese acariciándola
con los labios. Unas manos fuertes y cálidas le tocaban el pelo.
*¡Nick!*
Se incorporó tan rápido que se golpeó con su cabeza. Hasta sus oídos llegó el gemido de dolor
de Nick. Frotándose la frente, abrió los ojos y vio que él la observaba con el ceño fruncido y
obviamente molesto. - Lo siento -se disculpó mientras se sentaba-. Me sobresaltaste.
Nick abrió la boca y se tocó los dientes con el pulgar para comprobar si el golpe los había
aflojado.
Aquello fue peor aún para ___, puesto que no pudo evitar contemplar el roce de su lengua sobre los
dientes. Y la visión de esos blanquísimos dientes, increíblemente rectos, que a ella le gustaría
tener mordisqueándola...
- ¿Qué quieres para desayunar? -le preguntó para alejarse un poco de sus pensamientos.
La mirada de él descendió hasta el profundo escote en V de su camisola. Siguiendo la dirección de
sus ojos, ___ se dio cuenta de que, desde donde él estaba sentado, podría ver todo su cuerpo hasta
llegar a las embarazosas braguitas de Mickey Mouse.
Antes de que pudiera moverse, Nick tiró de ella, hasta sentarla sobre sus muslos y reclamó sus
labios.
___ gimió de placer bajo el asalto de su boca, mientras su lengua le hacía las cosas más
escandalosas. La cabeza comenzó a girarle con la intensidad del beso y con el cálido aliento de
Nick mezclándose con el suyo.
Y pensar que nunca le había gustado besar...
¡Debía estar loca!
Los brazos de Nick intensificaron su abrazo. Miles de llamas lamían su cuerpo, encendiéndola e
incitándola, mientras se agrupaban en la zona que más le dolía: entre los muslos, donde quería
tenerlo.
Sus labios la abandonaron para trazar con la lengua un rastro hasta su garganta, dibujando húmedos
círculos sobre el mentón, el lóbulo de la oreja y finalmente el cuello.
¡El tipo parecía conocer todas las zonas erógenas del cuerpo de una mujer!
Mejor aún, sabía cómo usar las manos y la lengua para masajearlas hasta obtener el máximo
placer.
Exhaló el aire suavemente sobre su oreja y, de inmediato, un escalofrío la recorrió de arriba a
abajo; cuando pasó la lengua por el lóbulo, todo su cuerpo comenzó a temblar.
Un hormigueo le recorrió los pechos, que al instante se endurecieron, sobresaliendo como duros
montículos que clamaban por ser besados.
- Nick -gimió, incapaz de reconocer su voz. Su mente le pedía que se detuviera, pero las palabras
se quedaron atravesadas en la garganta.
Había mucho poder en sus caricias. Mucha magia. Le hacía ansiar, dolorosamente, mucho más.
Se dio la vuelta con ella en brazos y la aprisionó contra el colchón. Incluso a través del
pijama, ___ percibía su erección, su miembro duro y ardiente que presionaba sobre la cadera,
mientras con las manos le aferraba las nalgas y respiraba entrecortadamente junto a su oreja.
- Tienes que parar -consiguió decirle al fin con voz débil.
- ¿Parar el qué? -le preguntó-. ¿Esto? -y trazó con la lengua el laberinto de su oreja. ___
siseó de placer. Los escalofríos se sucedían y, como si se tratase de ascuas al rojo vivo,
abrasaban cada centímetro de su piel. Los pechos se hincharon aún más bajo el cuerpo de Nick-.
¿O esto? -e introdujo una mano bajo la cinturilla elástica de sus braguitas para tocarla donde
más lo deseaba. ___ se arqueó en respuesta a sus caricias y clavó los dedos en las sábanas ante la sensación de
sus manos entre las piernas. ¡Dios, este hombre era increíble!
Nick comenzó a acariciar en círculos la trémula carne, utilizando un solo dedo, haciendo que se
consumiera antes de introducirle dos dedos hasta el fondo.
Mientras rodeaba, acariciaba y atormentaba su interior, comenzó a masajearle muy suavemente el
clítoris con el pulgar.
- ¡Ooooh! -gimió ___, echando la cabeza hacia atrás por la intensidad del placer.
Se aferró a Nick, mientras él continuaba su implacable asalto utilizando sus manos y su lengua,
dándole placer. Totalmente fuera de control, ___ se frotaba de forma desinhibida contra él,
ansiando su pasión, sus caricias.
Nick cerró los ojos y saboreó el olor del cuerpo de ___ bajo el suyo; la sensación de sus brazos
envolviéndolo. Era suya. Podía sentirla temblar y latir alrededor de su mano, mientras su cuerpo
se retorcía bajo sus caricias.
En cualquier momento llegaría al clímax.
Con ese pensamiento ocupando su mente por completo, le quitó la camisola e inclinó la cabeza hasta
atrapar un duro pezón y succionar suavemente toda la areola, deleitándose en la sensación de la
rugosa piel bajo su lengua.
No recordaba que una mujer supiese tan bien como aquélla.
Su sabor se le quedaría grabado a fuego en la mente, jamás podría olvidarlo.
Y estaba completamente preparada para recibirlo: ardiente, húmeda y muy estrecha; exactamente como
a él le gustaba una mujer.
Rasgó de un tirón la pequeña prenda que se ceñía a las caderas de ___, y que le impedía un
acceso total a aquel lugar que se moría por explorar completamente.
Y en toda su profundidad.
Ella escuchó cómo rompía las braguitas, pero no fue capaz de detenerlo. Su voluntad ya no le
pertenecía; había sido engullida por unas sensaciones tan intensas, que lo único que quería era
encontrar alivio.
¡Tenía que conseguirlo!
Alzando los brazos, enterró las manos en el pelo de Nick, incapaz de permitir que se alejara,
aunque sólo fuese por un segundo.
Nick se quitó los pantalones a tirones y le separó los muslos.
Con el cuerpo envuelto en puro fuego, ___ aguantó la respiración mientras él colocaba su largo y
duro cuerpo entre sus piernas.
La punta de su miembro presionaba justo sobre el centro de su feminidad. Arqueó las caderas
acercándose aún más, aferrándose a sus amplios hombros. Deseaba sentirlo dentro con una
desesperación tal, que desafiaba a todo entendimiento.
Y de repente,... sonó el teléfono.
___ dio un respingo al escucharlo, y su mente recobró repentinamente el control
- ¿Qué es ese ruido? -gruñó Nick.
Agradecida por la interrupción, ___ salió como pudo de debajo de Nick; le temblaban las piernas y
le ardía todo el cuerpo. - Es un teléfono -dijo, antes de inclinarse hacia la mesita de noche y coger el auricular.
La mano no dejaba de temblarle mientras se lo acercaba a la oreja.
Lanzando una maldición, Nick se puso de lado.
- Yare gracias a Dios que eres tú -dijo ___, tan pronto como escuchó su voz. ¡En ese momento
agradecía muchísimo la habilidad que tenía Yare de saber el momento "preciso" en que llamar!
- ¿Qué pasa? -preguntó su amiga.
- Deja de hacer eso -le espetó a Nick que, en ese instante, se dedicaba a lamerle las nalgas en un
movimiento descendente...
- Pero si no estoy haciendo nada -le dijo Yare.
- Tú no, Yare.
El silencio cayó sobre el otro extremo de la línea.
- Escucha -le dijo ___ a Yare con una dura advertencia en la voz-. Necesito que busques entre la
ropa de Joe y traigas unas cuantas cosas. Ahora. - ¡Funcionó! -el agudo chillido estuvo a punto de perforarle el tímpano-. ¡Ay, Dios mío!
¡Funcionó!, ¡no puedo creerlo! ¡Voy para allá!
___ colgó el teléfono justo cuando la lengua de Nick bajaba desde sus nalgas hacia...
- ¡Para ya!
Él se echó hacia atrás y la miró con el ceño fruncido, estupefacto.
- ¿No te gusta que te haga eso?
- Yo no he dicho eso -contestó antes de poder detenerse.
Nick se acercó de nuevo a ella.
___ bajó de un salto de la cama.
- "Tengo" que irme a trabajar.
Nick se apoyó en un brazo, tendido sobre un costado, y la observó mientras recogía los pantalones
del pijama y se los arrojaba. Los agarró con una mano mientras sus ojos se movían, perezosamente,
sobre el cuerpo de ___.
- ¿Por qué no llamas para decir que estás enferma?
- ¿Que estoy enferma? -repitió-. ¿Y tú cómo conoces ese truco?
Él se encogió de hombros.
- Ya te lo he dicho. Puedo escuchar mientras estoy encerrado en el libro. Por eso puedo aprender
idiomas y entender los cambios en la sintaxis.
Con la misma elegancia de una pantera que se endereza tras estar agazapada, Nick apartó el edredón
y salió lentamente de la cama. No llevaba los pantalones. Y su miembro estaba totalmente erecto.
Hipnotizada, ___ fue incapaz de moverse.
- No hemos acabado -dijo él con la voz ronca, mientras se acercaba a ella.
- ¡Pues claro que sí! -le contestó ___, y huyó al cuarto de baño, encerrándose allí tras
echar el pestillo a la puerta.
Con los dientes apretados, Nick tuvo la repentina necesidad de golpearse la cabeza contra la pared
de tan frustrado como se sentía. ¿Por qué tenía que ser tan testaruda?
Se miró el miembro rígido y soltó un juramento.
- ¿Y "tú" no puedes comportarte durante cinco minutos al menos?
___ se dio una larga ducha fría. ¿Qué tenía Nick que hacía que su sangre literalmente hirviera?
Incluso ahora podía sentir el calor de su cuerpo sobre ella.
Sus labios sobre...
- ¡Para, para, para!
No era una ninfómana sin control sobre sí misma. Era una licenciada en Filosofía, con un cerebro;
y sin hormonas.
Pero aun así, sería extremadamente fácil olvidarse de todo y pasar todo el mes en la cama con
Nick.
- Muy bien -se dijo a sí misma-. Supongamos que te metes en la cama con él un mes. Y luego,
¿qué? -Se enjabonó el cuerpo mientras la irritación desvanecía los últimos rescoldos de su
deseo-. Yo te diré qué pasará después. Él se irá y tú, colega, te quedarás sola otra vez.
» ¿Te acuerdas de lo que ocurrió cuando Robert se marchó? ¿Te acuerdas de cómo te sentías
cuando te paseabas por la habitación, con el estómago revuelto porque habías permitido que "te"
utilizara? ¿Te acuerdas de la humillación que sentías?
Pero aún peor que esos recuerdos, era la imagen de Robert riéndose de ella a carcajadas con sus
amigos, mientras recogía el dinero de la apuesta. Cómo deseaba haber sido un hombre en ese
momento, para poder abrir la puerta de su apartamento de una patada y golpearlo hasta hacerlo
pedazos.
No, no dejaría que nadie más la utilizara.
Le había costado años superar la crueldad de Robert, y no tenía ningún deseo de arruinar lo que
había conseguido por un capricho. ¡Aunque fuese un fabuloso capricho!
No, no y no. La próxima vez que se entregara a un hombre, sería con uno que estuviese unido a
ella. Alguien que la cuidara.
Alguien que no dejase a un lado su dolor y continuase usando su cuerpo buscando su propio placer,
como si ella no importara nada -pensaba, mientras los recuerdos reprimidos regresaban a la
superficie. Robert se había comportado como si ella no hubiese estado presente. Como si no hubiese
sido más que una muñeca sin emociones, diseñada sólo para proporcionarle placer.
Y no estaba dispuesta a dejar que la volviesen a tratar así, especialmente si se trataba de Nick.
Jamás.

Nick bajó las escaleras, maravillado por la brillante luz del sol que entraba por las ventanas. Le
resultaba divertido el hecho de que la gente diese por sentado esos pequeños detalles. Recordaba la
época en la que no se fijaba en algo tan simple como una mañana soleada.
Y ahora, cada una de ellas era un verdadero regalo de los dioses. Un regalo que tenía toda la
intención de degustar durante el mes que tenía por delante, hasta que estuviese obligado a
regresar a la oscuridad.
Con el corazón agobiado, se dirigió a la cocina, hacia el armario donde ___ guardaba la comida. Al
abrir la puerta le sorprendió la frialdad. Alargó la mano y dejó que el aire frío le acariciara
la piel. Increíble.
Sacó varios recipientes, pero no pudo leer las etiquetas.
- No comas nada que no puedas identificar -se recordó a sí mismo, mientras pensaba en algunas de
las asquerosidades que había visto a la gente comer a lo largo de los siglos.
Se inclinó hacia delante y rebuscó hasta encontrar un melón en uno de los cajones inferiores. Lo
llevó a la encimera del centro de la cocina, cogió un cuchillo largo del soporte, donde ___ tenía
al menos una docena de ellos, y lo partió por la mitad.
Cortó un trozo y se lo introdujo en la boca.
Cuando el delicioso jugo inundó sus papilas gustativas, gruñó de satisfacción. La dulce pulpa
hizo que su estómago rugiera con una feroz exigencia. La garganta le pedía, con una sensación
cercana al dolor, que le proporcionara un poco más de aquel relajante dulzor.
Era tan estupendo volver a tener comida... Tener algo con lo que apagar la sed y el hambre.
Antes de poder detenerse, dejó el cuchillo a un lado y comenzó a partir el melón con las manos,
llevándose los trozos a la boca tan rápido como podía.
¡Por los dioses!, estaba tan hambriento... Tenía tanta sed...
No fue consciente de lo que hacía hasta que se descubrió desgarrando la cáscara.
Se quedó paralizado al ver sus manos cubiertas con el jugo del melón, y los dedos curvados como
las garras de cualquier animal.
«Date la vuelta, Nick y mírame. Ahora sé un buen chico y haz lo que te ordeno. Tócame aquí.
Mmm... sí, eso es. Buen chico, buen chico. Házmelo bien y te traeré de comer en un momento.»
Nick se encogió de temor ante la repentina invasión de los recuerdos de su última invocación. No
era de extrañar que se comportara como un animal; lo habían tratado como tal durante tanto tiempo
que apenas recordaba cómo ser un hombre.
Al menos, ___ no lo había encadenado a la cama.
Todavía.
Asqueado, echó un vistazo alrededor de la cocina, mientras daba gracias mentalmente por el hecho de
que ___ no hubiese presenciado su pérdida momentánea de control.
Con la respiración entrecortada, cogió la mitad del melón y lo echó al recipiente donde había
visto a ___ tirar la basura la noche anterior. Después, abrió el grifo del fregadero y se lavó
para desprenderse de la pegajosa pulpa.
Tan pronto como el agua fresca le rozó la piel, suspiró de placer. Agua. Fría y pura. Era lo que
más echaba de menos durante su confinamiento. Lo que más anhelaba, hora tras hora, mientras su
reseca garganta ardía de dolor.
Dejó que el agua se deslizara por su piel antes de capturarla con las manos ahuecadas y beber
directamente de ellas. Se chupó los dedos. Era maravillosamente relajante la sensación de sentir
el frescor en la boca y después notar cómo bajaba por la garganta, calmando su sed. Lo único que
deseaba en ese momento era meterse en el fregadero y dejar que el agua se deslizara por todo su
cuerpo.
Dejar que...
Escuchó que alguien golpeaba suavemente la puerta y, al instante, un ruido de pasos que descendían
por la escalera. Cerró el grifo y cogió el trapo seco que había junto al fregadero para secarse
las manos y la cara.
Cuando volvió a la encimera para recoger los restos del melón, reconoció la voz de Yare.
- ¿Dónde está?
Nick agitó la cabeza ante el entusiasmo de la amiga de ___. Eso era lo que había esperado de ___.
Las dos mujeres entraron a la cocina. Nick alzó la mirada y se encontró con unos ojos marrones tan
grandes como dos escudos espartanos.
- ¡Jesús, María y José! -balbució Yare.
___ cruzó los brazos sobre el pecho, en sus ojos brillaba una mezcla de ira y diversión.
- Nick, ésta es Yarelys.
- ¡Jesús, María y José! -repitió su amiga.
- ¿Yare? -preguntó ___, moviendo la mano ante los ojos de su boquiabierta amiga, que ni siquiera
parpadeó.
- ¡Jesús, Ma...!
- ¿Vas a dejarlo ya? -la reprendió ___.
Yare dejó que la ropa que llevaba en las manos cayera directa al suelo y dio una vuelta completa
alrededor de Nick para poder ver su cuerpo desde todos los ángulos. Sus ojos comenzaron por la
cabeza y descendieron hasta los dedos de los pies.
Nick apenas pudo suprimir la ira ante semejante escrutinio.
- ¿Te gustaría mirarme los dientes tal vez, o prefieres que me baje los pantalones para que puedas
inspeccionarme más a gusto? -le preguntó con más malicia de la que había pretendido en un
principio. Después de todo, ella estaba, técnicamente, de su parte.
Si cerrase la boca y dejara de mirarlo de "aquel modo"... Nunca había soportado ser el centro de
esas desmedidas muestras de atención.
Yare alargó la mano, insegura, para tocarle el brazo.
- ¡Uuuh! -se burló él, consiguiendo que Yare diera un respingo.
___ soltó una carcajada.
Yare frunció el ceño y les dedicó a ambos una furiosa mirada.
- Muy bien, ¿están intentando reírse de mí?
- Te lo mereces -le dijo ___ mientras cogía un trozo de melón recién cortado por Nick y se lo
llevaba a la boca-. Por no mencionar que "tú" vas a ocuparte de "él" durante el día de hoy.
- ¿Qué? -preguntaron Nick y Yare al unísono.
___ se tragó el bocado.
- Bueno, no puedo llevarlo conmigo a la consulta, ¿no?
Yare sonrió con malicia.

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