miércoles, 3 de agosto de 2011

Un amante de ensueño. Capitulo 6

- Apuesto a que Lisa y tus pacientes femeninas estarían encantadas.
- Exactamente igual que el "chico" que tiene cita a las ocho. No obstante, no creo que fuese muy productivo.
- ¿No puedes cancelar las citas? -preguntó Yare.
Nick estuvo de acuerdo. No le apetecía en absoluto mostrarse en un sitio público. La única parte de la maldición que encontraba remotamente tolerable era el hecho de que la mayoría de sus invocadoras lo mantenían oculto en sus estancias privadas o en los jardines.
- Sabes perfectamente por qué -contestó ___-. No tengo un maridito abogado que me mantenga. Además, no creo que a Nick le guste quedarse solo en casa todo el día, sin nada que hacer. Estoy segura de que le encantará salir y conocer la ciudad.
- Preferiría quedarme aquí contigo -dijo él.
Porque lo que realmente le apetecía era verla retorcerse otra vez bajo su cuerpo, y sentir cómo todo su miembro se empapaba con su flujo, mientras la hacía chillar de placer.
___ quedó atrapada en su mirada, y Nick reconoció el deseo que brillaba en las profundidades grises de sus ojos. En ese instante, descubrió lo que se proponía. Se iba a trabajar para evitar quedarse a solas con él.
Bien, tarde o temprano tendría que regresar a casa.
Y, entonces, sería suya.
Y una vez se rindiera, iba a demostrarle la resistencia y la pasión que poseía un soldado Macedonio entrenado en el ejército Espartano.
La mañana pareció transcurrir muy lentamente con la habitual ronda de citas. Por mucho que intentase concentrarse en sus pacientes y sus problemas, no lo lograba.
Una y otra vez, su mente volvía a recordar una piel tostada por el sol y unos ardientes ojos marrones.
Y una sonrisa...
Cómo desearía que Nick no le hubiese sonreído jamás. Esa sonrisa podía muy bien ser su perdición.
-...y entonces le dije: «Dave, mira, si quieres ponerte mi ropa, de acuerdo. Pero no toques mis vestidos de diseño, porque cuando te los pones, me doy cuenta de que te quedan mejor que a mí, y me dan ganas de dárselos todos al Ejército de Salvación.» ¿Hice bien, doctora?
___ alzó la vista del cuaderno donde garabateaba bocetos de hombres «contentos» con lanzas en ristre.
- ¿Qué decías, Rachel? -le preguntó a la paciente, sentada en el sillón justo enfrente de ella.
La mujer era una fotógrafa elegantemente vestida.
- ¿Estuvo bien lo de decirle a Dave que no se pusiera mi ropa? A ver, joder, no sienta muy bien que a tu novio le quede tu ropa mejor que a ti, ¿no?
___ asintió.
- Por supuesto. Es tu ropa y no tendrías por qué cerrar tu vestidor con llave.
- ¿Lo ve? ¡Lo sabía!, eso fue lo que le dije. ¿Pero acaso me escuchó? No. Él puede llamarse Davida siempre que quiera, y decirme que es una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre; pero cuando aterriza, me escucha como lo hacía mi exmarido. Juraría...
___ miró inadvertidamente la hora... otra vez. Casi había acabado con Rachel.
- Ya sabes, Rachel -le dijo, cortándola antes de que pudiese comenzar su consabida arenga sobre los hombres y sus irritantes costumbres-, quizás deberíamos dejar el tema para el lunes, cuando tengamos la sesión conjunta con Dave, ¿no crees?
Rachel asintió.
- Estupendo. Pero recuérdeme el lunes que le hable sobre Chico.
- ¿Chico?
- El chihuahua que vive en el apartamento de al lado. Juraría que ese perro me ha echado el ojo.
___ frunció el ceño. No era posible que Rachel insinuase lo que ella estaba imaginado que en el fondo quería decir.
- ¿El ojo?
- Ya sabe, "el ojo". Puede que parezca un chucho, pero ese perro sólo piensa en el sexo. Cada vez que paso a su lado, me mira la falda. Y no se imagina lo que hace con mis zapatillas de deporte. Ese perro es un pervertido.
- Vale -contestó ___, interrumpiéndola de nuevo. Empezaba a sospechar que no podía hacer nada con Rachel, y su obsesión acerca de que todos los hombres del mundo se morían por poseerla-. Definitivamente, nos ocuparemos de desentrañar el enamoramiento que ese Chihuahua siente por ti.
- Gracias doctora. Es usted es la mejor -Rachel recogió su bolso del suelo y se encaminó hacia la puerta.
___ se frotó la frente mientras las palabras de Rachel aún resonaban en su cabeza. ¿Un chihuahua? ¡Jesús!
Pobre Rachel. Tenía que haber algún modo de ayudar a esta pobre mujer.
Aunque, por otro lado, era preferible tener a un chihuahua lanzando miradas lujuriosas a tu falda, que a un esclavo griego.
- Ay, Yare -resopló-, ¿cómo consigues meterme en estos líos?
Antes de poder hilar ese pensamiento, sonó el zumbido del intercomunicador.
- ¿Sí, Lisa?
- Su cita de las once ha sido cancelada, y durante la hora de la señorita Thibideaux, su amiga Yarelys Laurens ha llamado seis docenas de veces; y no estoy exagerando, ni bromeando. Ha dejado una cantidad impresionante de mensajes para que la llame al móvil tan pronto como sea posible.
- Gracias, Lisa.
Cogió el teléfono y marcó el número de Yare.
- ¡Uf, gracias a Dios! -exclamó su amiga antes de que ___ pudiese pronunciar palabra-. Mueve el
culo hasta aquí y llévate a tu novio a tu casa. ¡Ahora mismo!
- No es mi novio, es tu...
- ¡Ah!, ¿quieres saber lo que es? -le preguntó Yare con un tono histérico-. Es un jodido imán
de estrógenos, eso es lo que es. Estoy rodeada de una multitud de mujeres en este mismo momento.
Sunshine está encantada, porque está vendiendo más cerámica de la que ha vendido en su vida. He
intentado llevar a Nick de vuelta a tu casa esta mañana, pero no he podido abrir un huequecito en
semejante muchedumbre. Te juro que si lo ves, pensarías que hay un famoso. Es la primera vez que
soy testigo de algo así. Y ahora, ¡mueve el culo y ven a ayudarme!
Y colgó.
___ maldijo su suerte y le pidió a Lisa, a través del intercomunicador, que cancelara todas las
citas pendientes para el resto del día.

Tan pronto como llegó a la plaza, entendió lo que Yare había querido decirle. Habría unas veinte
mujeres rodeando a Nick, y docenas más boquiabiertas al pasar cerca del tenderete.
Las que estaban más cerca de él, se empujaban a codazos tratando de llamar su atención.
Pero lo más increíble de todo era contemplar a las tres mujeres que le pasaban los brazos por la
cintura, mientras otra les hacía una foto.
- Gracias -ronroneó una de ellas, cuya edad rondaría los treinta y cinco, dirigiéndose a Nick
mientras le arrebataba la cámara a la chica que acababa de hacer la instantánea. La sostuvo
delante del pecho en un intento de atraer la atención de Nick, pero él no pareció interesado en
lo más mínimo-. Esto es simplemente maravilloso -continuó babeando-. No puedo esperar a llegar a
casa y enseñársela a mi grupo de novela. Jamás me creerán cuando les cuente que me he encontrado
con un modelo de portada de novela romántica en el Barrio Francés.
Había algo en la rigidez de Nick que le decía que no le gustaba la atención que despertaba. Pero
tenía que admitir que no se comportaba de forma abiertamente maleducada.
No obstante, la sonrisa no le llegaba a los ojos; y la que tenía en esos momentos no se parecía en
nada a la que le había dedicado a ella la noche anterior.
- Un placer -les contestó.
Las risitas que siguieron al comentario fueron ensordecedoras. ___ agitó la cabeza totalmente
incrédula. ¡Chicas, un poco de dignidad...!
Y de nuevo, observando el rostro de Nick, su cuerpo y su sonrisa, le sobrevino aquella sensación de
vértigo, tan habitual desde que le viera por primera vez.
¿Cómo iba a culparlas por comportarse como adolescentes a la puerta de un concierto en un centro
comercial?
De repente, Nick miró más allá de la marea de admiradoras y la vio. ___ arqueó una ceja,
indicándole que encontraba la situación bastante divertida.
Al instante, la sonrisa se borró de su rostro y clavó los ojos en ella como un hambriento
depredador que acaba de encontrar su próxima comida.
- Si me disculpan -dijo, abriéndose paso entre las mujeres y dirigiéndose directamente hacia ___.
Ella tragó saliva al percibir la instantánea hostilidad de las mujeres, que fruncieron el ceño en
masa, observándola.
Pero fue mucho peor el repentino y crudo arrebato de deseo que la recorrió por completo, e hizo que
su corazón comenzara a latir descontrolado. Con cada paso que Nick daba hacia ella, la sensación
se multiplicó por diez.
- Saludos, "agapimeni"(/)[1] -dijo Nick, alzándole la mano para depositar un beso sobre los
nudillos.
Una ardiente descarga eléctrica recorrió su espalda y, antes de que pudiese moverse, él la
arrastró hacia sus brazos y le dio un tórrido beso que le desgarró el alma.
Cerró los ojos de forma instintiva y saboreó la calidez de su boca y de su aliento; la sensación
de sus brazos rodeándola con fuerza contra su pecho, duro como una roca. La cabeza comenzó a darle
vueltas.
¡Uf, ciertamente este hombre sabía cómo dar un beso! Nick tenía una forma de mover los labios
que desafiaba cualquier posible explicación.
Y su cuerpo... ___ nunca había sentido nada parecido a esos músculos esbeltos y duros
flexionándose a su alrededor.
Una de las «admiradoras» susurró un apenas audible "¡Lagarta!", que rompió el hechizo.
- Nick, por favor -murmuró-. La gente nos mira.
- ¿Y a ti te importa?
- ¡Pues claro!
Nick separó sus labios de los de ___ con un gruñido, y volvió a dejarla sobre el suelo. Sólo
entonces, fue consciente de que la había estado sosteniendo, aparentemente sin mucho esfuerzo.
Con las mejillas al rojo, ___ captó las miradas envidiosas de las mujeres mientras se dispersaban.
Nick se apartó y dio un paso hacia atrás; su rostro mostraba a las claras lo poco dispuesto que
estaba a mantenerse alejado.
- Por fin -dijo Yare con un suspiro-. De nuevo puedo oír -dijo agitando la cabeza-. Si hubiese
sabido que iba a funcionar, "yo" misma lo habría besado.
___ le dedicó una sonrisilla satisfecha.
- Bueno, tú eres la culpable.
- ¿Cómo dices? -le preguntó Yare.
____ señaló la ropa de Nick con un gesto de la mano.
- Mira cómo va vestido. No puedes mostrar en público a un dios griego con unos pantalones cortos y
una camiseta de tirantes dos tallas más pequeña de la que necesita. ¡Jesús, Yare!, ¿en qué
estabas pensando?
- En que estamos a 38º con una humedad del ciento diez por ciento. No quería que muriese por un
golpe de calor.
- Señoras, por favor -dijo Nick, interponiéndose entre ellas-. Hace demasiado calor como para
estar discutiendo en plena calle sobre algo tan trivial como mi ropa -dijo, deslizando una
hambrienta mirada sobre ___, y sonriendo de una forma que derretiría a cualquier mujer
Y no soy un dios griego, sólo un semidiós menor.

___ no entendió lo que Nick decía, ya que el sonido de su voz la tenía cautivada. ¿Cómo lo
conseguía?, ¿cómo hacía que su voz sonara con ese tono tan erótico?
¿Sería su timbre profundo?
No, era algo más. Pero no acaba de entender qué podía ser.
Honestamente, lo único que quería era encontrar una cama y dejar que hiciese con ella todo lo que
se le antojase; y sentir su apetitosa piel bajo las manos.
Observó a Yare y vio que ésta se lo comía con los ojos, mientras le miraba las piernas desnudas y
el trasero.
- Tú también lo sientes, ¿verdad? -le preguntó.
Yare alzó la mirada, parpadeando.
- ¿El qué?
- A él. Es como si fuese el Flautista de Hamelin y nosotras fuésemos las ratas, seducidas por su
música -___ se dio la vuelta y observó el modo en que las mujeres lo miraban; algunas incluso
estiraban el cuello para verle mejor-. ¿Qué hay en él que nos hace olvidar nuestra voluntad?
-preguntó.
Nick arqueó una ceja con un gesto arrogante.
- ¿Yo te atraigo en contra de tu voluntad?
- Sinceramente sí. No me gusta sentirme de este modo.
- ¿Y cómo te sientes? -le preguntó él.
- Sexualmente atractiva -le contestó antes de poder contener la lengua.
- ¿Cómo si fueras una diosa? -le volvió a preguntar él con voz ronca.
- Sí -respondió, mientras Nick se acercaba a ella.
No la tocó, pero tampoco es que hiciese falta. Su mera presencia conseguía abrumarla y embriagarla
tan sólo con que clavase su mirada en sus labios o en su cuello. Podía jurar que realmente sentía
el calor de sus labios sobre la garganta.
Y Nick ni siquiera se había movido.
- Yo puedo decirte qué es -ronroneó él.
- La maldición, ¿no es cierto?
Nick negó con la cabeza mientras alzaba una mano para pasarle muy lentamente el dedo por el
pómulo. ___ cerró los ojos con fuerza al sentir una feroz oleada de deseo. Si no lo miraba,
quizás fuese capaz de mantenerse firme y no capturar ese dedo con los dientes.
Nick se inclinó un poco más y frotó la mejilla contra la de ella.
- Es el hecho de que puedo percibirte a un nivel que los hombres de tu misma edad no aprecian.
- Es el hecho de que tienes el "traserus" más firme que he visto en mi vida -dijo Sunshine,
interrumpiéndolos-. Por no mencionar que cualquiera se muere al escuchar tu voz. Me gustaría que
alguna de ustedes dos me dijera dónde puedo hacerme con uno de éstos.
__ rompió a reír a carcajadas ante el inesperado comentario de Sunshine.
- Míralo -dijo la chica, señalando a Nivk con el lápiz. Tenía la mano manchada de pintura gris,
al igual que la mejilla derecha-. ¿Cuándo fue la última vez que viste a un hombre tan bien
formado, con unos músculos tan tonificados que puedes ver cómo la sangre corre por sus venas? Tu
novio es... a ver... está bueno. Está buenísimo -y después añadió con una expresión muy
seria: -
Está como un camión.
Sunshine giró un poco su cuaderno de bocetos para que ___ pudiese ver su interpretación de Nick.
- ¿Te das cuenta del modo en que la luz resalta el tono dorado de su piel? Da la sensación de que
el sol lo besara.
___ frunció el ceño. Sunshine tenía razón.
Nick se inclinó hacia ella, con los ojos repletos de pasión.
- Vuelve a casa conmigo, ___-le susurró al oído-. Ahora. Déjame que te abrace, que te desnude y
que te enseñe cómo quieren los dioses que un hombre ame a una mujer. Te juro que lo recordarás
durante el resto de tu vida.
___ cerró los ojos mareada con el aroma del sándalo. El aliento de Nick le acariciaba el cuello y
su rostro estaba tan cerca que podía sentir los incipientes pelos de su barba rozándole la
mejilla.
Todo su cuerpo quería rendirse ante él. *Sí, por favor, sí*.
Miró los definidos y duros músculos de los hombros y el hueco de la garganta. ¡Ay, cómo
desearía pasar la lengua por esa piel dorada, y comprobar que el resto de su cuerpo era tan sabroso
como su boca!
Nick sería espléndido en la cama. No había duda.
Pero ella no significaba nada para él. Nada en absoluto.
- No puedo -balbuceó, dando un paso atrás.
Con la decepción reflejada en los ojos, Nick apartó la mirada y adoptó una actitud brusca y
resuelta.
- Podrás -le aseguró.
Interiormente, sabía que Nick tenía razón. ¿Cuánto tiempo sería capaz una mujer de resistirse
a un hombre como él?
Alejando esos pensamientos de la mente, miró al otro lado de la calle, a Jackson Brewery[¿][1] .
- Necesitamos comprarte algo que te siente bien.
- No he podido hacer otra cosa; le saca una cabeza a Joe, y es dos veces más ancho de hombros -dijo
Yari-. La estupenda idea de que lo trajera conmigo fue tuya.
___ la miró con los ojos entornados.
- De acuerdo. Estaremos en Brewery, por si nos necesitas.
- Muy bien, pero tengan cuidado.
- ¿Que tengamos cuidado? -preguntó ___.
Yare señaló a Nick con el dedo indice.
- Si hay una estampida de mujeres, hazme caso y apártate de su camino. Desde que se fue el último
grupo de «admiradoras» no siento el pie derecho.
___ cruzó la calle entre carcajadas. Sabía que Nick iría tras ella; de hecho, sentía su
presencia justo a su espalda. Era algo innegable: ese hombre tenía una forma horrorosa de invadir
sus pensamientos y sus sentidos.
Ninguno de los dos dijo una palabra mientras atravesaban la atestada galería comercial, y entraban
en la primera tienda que vieron.
___ echó un vistazo hasta encontrar la sección de ropa masculina. Cuando la localizó, se dirigió
hacia allí.
- ¿Qué estilo de ropa te gusta más? -le preguntó a Nick, mientras se detenía junto al expositor
de los vaqueros.
- Para lo que tengo en mente, el nudismo nos vendría bien.
___ puso los ojos en blanco.
- Estás intentando fastidiarme, ¿verdad?
- Tal vez. Debo admitir que me gustas mucho cuando te sonrojas.
Y se acercó a ella.
___ se apartó y dejó que el mostrador de los vaqueros se interpusiera entre ellos.
- Creo que necesitarás por lo menos tres pares de pantalones mientras estés aquí.
Él suspiró y miró atentamente los vaqueros.
- ¿Para qué molestarte si me iré dentro de unas semanas?
___ lo miró furiosa...
- ¡Jesús, Nick! -le espetó, indignada-. Te comportas como si nadie se hubiese preocupado de
vestirte en tus anteriores invocaciones.
- No lo hicieron.
___ se quedó paralizada ante el desapasionado tono de su voz.
- ¿Me estás diciendo que durante los últimos dos mil años nadie se ha preocupado de que te
pongas algo de ropa encima?
- Sólo en dos ocasiones -le contestó con la misma inflexión monótona-. Una vez, durante una
ventisca en Inglaterra, en la época de la Regencia, una de mis invocadoras me cubrió con un
camisón rosa de volantes, antes de sacarme al balcón para que su marido no me encontrara en la
cama. La segunda vez fue demasiado bochornosa para contártela.
- No tiene gracia. Y no entiendo cómo una mujer puede tener a un hombre al lado durante un mes y no
preocuparse de que se vista.
- Mírame, ___ -le dijo, extendiendo los brazos para que contemplara su esbelto y delicioso cuerpo-.
Soy un esclavo sexual. Nadie había pensado jamás en ponerme ropa para cumplir con mis
obligaciones, antes de que tú llegaras.
La apasionada mirada de Nick la mantenía en un estado de trance, pero el dolor que él intentaba
ocultar en las profundidades marrones de sus ojos la golpeó con fuerza. Y el golpe le llegó al
alma.
- Te aseguro -prosiguió él en voz baja- que una vez me tenían dentro, hacían cualquier cosa por
mantenerme allí; en la Edad Media, una de las invocadoras atrancó la puerta y dijo a todo el mundo
que tenía la peste.
___ desvió la mirada mientras le escuchaba. Lo que contaba era increíble, pero podía decir -por
la expresión de su rostro- que no estaba exagerando ni un ápice.
No era capaz de imaginarse las degradaciones que habría sufrido a lo largo de los siglos. ¡Santo
Dios!, la gente trataba a los animales mejor de lo que le habían tratado a él.
- ¿Te invocaban y ninguna de ellas conversaba contigo, ni te daba ropa?
- La fantasía de todo hombre, ¿no es cierto? Tener a un millón de mujeres dispuestas a arrojarse
a tus brazos, sin compromisos ni promesas. Sin buscar otra cosa que tu cuerpo y las pocas semanas de
placer que puedes proporcionarles -el tono ligero no consiguió ocultar la amargura que le invadía.
Puede que ésa fuese la fantasía de cualquier hombre, pero estaba claro que no era la de Nick.
Pero aún peor que la claustrofobia, fue enfrentarse a la imagen de su rostro. Hacía siglos que no
contemplaba su reflejo. El hombre que tenía delante se parecía tanto a su padre que le entraron
deseos de hacer pedazos el cristal. Tenían los mismos rasgos angulosos y la misma mirada
desdeñosa.
Lo único que no compartían era la profunda e irregular cicatriz que atravesaba la mejilla
izquierda de su progenitor.
Por primera vez en incontables siglos, Nick contempló la desagradable imagen de las tres trenzas
que le identificaban como general, y que le caían sobre el hombro.
Alzó una temblorosa mano y las tocó mientras hacía algo que no había hecho en mucho tiempo:
recordar el día que se ganó el derecho a llevarlas.
Durante la batalla de Tebas, el general que les comandaba cayó abatido y las tropas macedonias
comenzaron a replegarse aterrorizadas. Él agarró la espada del general, reagrupó a sus hombres y
les condujo a la victoria, aplastando a los romanos.
El día posterior a la lucha, la Reina de Macedonia en persona le trenzó el cabello y le regaló
las tres cuentas de cristal que las sujetaban en los extremos.
Nick encerró las pequeñas bolitas en un puño.
Esas trenzas habían pertenecido al que una vez fuera un orgulloso y heroico general macedonio, cuyo
ejército fue tan poderoso que obligó a los romanos a dispersarse aterrorizados.
El recuerdo lo atormentaba.
Bajó la mirada hacia el anillo que llevaba en la mano derecha. Un anillo que había estado allí
que ya no era consciente de que existía; hacía mucho que había olvidado su significado.
Pero las trenzas...
No había pensado en ellas desde hacía muchos, muchos siglos.
Tocándolas en ese momento, recordaba al hombre que una vez fue. Recordaba los rostros de sus
familiares. A la gente que se apresuraba a servirle. A aquéllos que le temían y le respetaban.
Recordaba una época en la que él mismo gobernaba su destino, y el mundo conocido se extendía ante
él para ser conquistado.
Y ahora no era más que...
Con un nudo en la garganta, cerró los ojos y se quitó las cuentas del extremo de las trenzas,
antes de comenzar a deshacerlas.
Mientras sus dedos se esforzaban en deshacer la primera de ellas, miró los pantalones que había
dejado caer al suelo.
¿Por qué estaba haciendo __ eso por él? ¿Por qué se empeñaba en tratarlo como a un ser humano?
Estaba tan acostumbrado a ser tratado como a un objeto, que la amabilidad de esta mujer le resultaba
insoportable. El trato impersonal y frío que había mantenido con el resto de sus invocadoras le
había ayudado a tolerar la maldición, a no recordar quién y qué fue tiempo atrás.
A no recordar lo que había perdido.
Le permitía concentrarse tan solo en el aquí y el ahora, en los placeres efímeros que tenía por
delante.
Pero los seres humanos no vivían de ese modo. Tenían familias, amigos, un futuro y muchos sueños.
Esperanzas.
Cosas que hacía siglos que él había dejado atrás. Cosas que jamás volvería a conocer.
- ¡Maldito seas, Príapo! -resopló mientras tironeaba de la última trenza-. ¡Y maldito sea yo
también!
___ lo miró asombrada, de la cabeza a los pies y de nuevo hacia arriba, cuando por fin Nick salió
del probador vestido con unos vaqueros que parecían haber sido diseñados específicamente para
él.
La ceñida camiseta de tirantes que Yare le había prestado, le llegaba justo a la estrecha y
musculosa cintura. Los pantalones le caían sobre las caderas, dejando a la vista una porción de su
duro estómago, dividido en dos por la línea de vello oscuro que comenzaba bajo el ombligo y
desaparecía bajo el vaquero.
___ tuvo el fuerte impulso de acercarse a él y deslizar la mano por aquel sugerente sendero para
investigar hasta dónde llevaba. Recordaba demasiado bien la imagen de Nick desnudo delante de ella.
Con los dientes apretados y tratando de normalizar la respiración, tuvo que admitir que los
vaqueros le sentaban de maravilla. Estaba mucho mejor que con los pantalones cortos -si es que eso
era posible.
Sunshine estaba en lo cierto: tenía el mejor culo que un vaquero hubiese tapado jamás, y en lo
único que podía pensar era en pasar la mano por ese trasero y darle un buen apretón.
La vendedora, y la clienta a la que ésta atendía, dejaron de hablar y miraron a Nick
boquiabiertas.
- ¿Me quedan bien? -le preguntó a ___.
- ¡Uf!, sí corazón -le contestó ___ sin aliento, antes de pensar en lo que iba a decir.
Nick le sonrió, pero la sonrisa no le iluminó los ojos.
___ dio una vuelta completa a su alrededor y se fijó en la talla.
*¡Ay, sí!, ¡un culo precioso!*
Distraída por su bien formada espalda, pasó inadvertidamente los dedos sobre su piel mientras
cogía la etiqueta. Sintió como Nick se tensaba.
- Ya sabes -dijo él, mirándola por encima del hombro-, que disfrutaríamos muchísimo más si
ambos estuviésemos desnudos. Y en tu cama.
___ escuchó cómo la vendedora y la otra mujer jadeaban sorprendidas.
Con el rostro abochornado, se enderezó y lo miró furiosa.
- Tenemos que hablar con urgencia sobre los comentarios adecuados en un lugar público.
- Si me llevaras a casa, no tendrías que preocuparte por eso.
El tipo era realmente implacable.
Moviendo la cabeza con incredulidad, __ cogió dos pares más de vaqueros, unas cuantas camisas, un
cinturón, unas gafas de sol, calcetines, zapatos y varios boxers enormes y horrorosos. Ningún
hombre estaría atractivo con aquellos calzoncillos, decidió. Y lo último que pretendía era que
Nick resultase aún más apetecible.
Salieron de la zona de los probadores con Nick vestido de arriba abajo con la ropa nueva: un polo,
unos vaqueros y unas zapatillas de deporte.
- Ahora pareces casi humano -bromeó ___, mientras dejaban atrás el departamento de ropa masculina.
Nick le dedicó una mirada fría y letal.
- Sólo por fuera -le contestó con voz tan baja que ___ no estuvo segura de haber escuchado bien.
- ¿Qué has dicho? -le preguntó.
- Que sólo soy humano exteriormente -dijo él hablando más alto.
___ captó la angustia en su mirada. Su corazón comenzó a latir con más fuerza.
- Nick -dijo con claras intenciones de reprenderle-, "eres"humano.
Él apretó los labios y le contestó con una mirada sombría y precavida:
- ¿En serio? ¿Un humano puede vivir dos mil años? ¿Se le permite a un humano caminar por el
mundo unas cuantas semanas cada cientos de años?
Miró a su alrededor, fijándose en las mujeres que lo miraban a hurtadillas por entre la ropa.
Mujeres que se detenían por completo, paralizadas, en cuanto lo veían por el rabillo del ojo.
Hizo un amplio gesto con la mano, señalando el espectáculo que se desarrollaba a su alrededor.
- ¿Has visto que hagan eso con alguien más? -el rostro de Nick adoptó una expresión dura y
peligrosa, mientras la atravesaba con la mirada- No, ___, jamás he sido humano.
Con el urgente deseo de reconfortarlo, ella llevó la mano hasta su mejilla.
- Eres humano, Nick.
La duda que vio en sus ojos le partió el corazón.
Sin saber muy bien qué hacer ni qué decir para que se sintiera mejor, dejó pasar el tema y se
encaminó hacia la salida. Estaba casi saliendo cuando se dio cuenta de que Nick no iba tras ella.
Se giró y lo localizó de inmediato. Se había distraído en el departamento de lencería femenina;
estaba de pie junto a un expositor de "minúsculas" negligés negras. Comenzó a ruborizarse de
nuevo; juraría que podía escuchar los lascivos pensamientos que pasaban en esos momentos por la
mente masculina.
Sería mejor que fuese rápidamente a buscarlo, antes de que cualquiera de las mujeres se ofreciera
como modelo. Se acercó apresuradamente y se aclaró la garganta.
- ¿Nos vamos?
Él la miró muy despacio, de arriba abajo y ___ supo por sus ojos que estaba conjurando su imagen
con aquella prenda de gasa.
- Estarías deslumbrante con esto.
Ella lo miró con escepticismo. Aquella cosa era tan diáfana que se transparentaría por entero. Al
contrario de lo que ocurría con él, el suyo no era un cuerpo que consiguiera hacer volver la
cabeza de nadie -a menos que el susodicho estuviese muy desesperado. O hubiese estado encarcelado un
par de décadas.
- No sé si deslumbraría a alguien, pero seguro que yo acababa congelada.
- No tardarías mucho en entrar en calor.
__ contuvo la respiración al escuchar sus palabras; las creyó a pies juntillas.
- Eres muy malo.
- No, en la cama no -dijo bajando la cabeza hacia la suya-. Realmente en la cama soy muy...
- ¡Aquí estan!
___ retrocedió de un salto al escuchar la voz de Yare. Nick le dijo algo en una lengua extraña que
no logró entender.
- Vaya, vaya -dijo con tono acusador-. ___ no entiende el griego clásico. Se dedicó a dormir
durante todo el semestre -Yare la miró y chasqueó la lengua-. ¿Lo ves? Te dije que algún día te
serviría para algo.
- ¡Sí, claro! -dijo a carcajadas-. Como si en aquella época yo me pudiera haber imaginado que
ibas a convocar a un esclavo sexual gri... -la voz de ___ se extinguió al caer en la cuenta de que
Nick estaba presente. Avergonzada, se mordió el labio.
- No pasa nada, ___ -la tranquilizó en voz baja.
Pero ella sabía que ese comentario lo había molestado. Era lógico.
- Sé lo que soy ___; la verdad no me ofende. En realidad, estoy más ofendido por el hecho de que
me llames griego. Fui entrenado en Esparta y luché con el ejército Macedonio. Para mí era un
hábito evitar todo contacto posible con los griegos antes de ser maldecido.
___ arqueó una ceja ante sus palabras, o mejor dicho ante lo que no había dicho. No hacía ninguna
referencia a su infancia.
- ¿Dónde naciste?
Comenzó a latirle un músculo en la mandíbula, y sus ojos se oscurecieron de forma siniestra.
Cualquiera que hubiese sido el lugar de su nacimiento, no parecía agradarle demasiado.
- Muy bien, soy medio griego; pero no estoy orgulloso de esa parte de mi herencia.
Bien; un tema espinoso. De ahora en adelante, borraría la palabra «griego» de su vocabulario.
- Volviendo al asunto de la negligé negra -dijo Yare-, debo decir que allí hay una roja que creo
que le quedaría mucho mejor.
- ¡Yarelys! -le gritó ___.
Su amiga la ignoró y condujo a Nick al estante donde estaba colgada la lencería de color rojo.
Yare cogió un picardías de color rojo brillante abierto por la parte delantera, y sujeto por un
pequeño cordoncillo que se anudaba justo bajo el pecho. Los tirantes eran minúsculos. Unas
braguitas y un liguero de encaje del mismo tono completaban el conjunto.
- ¿Qué estás pensando? -le preguntó ___ mientras Yare sostenía la prenda frente a Nick.
Él la miró de forma especulativa.
Si continuaban con ese jueguecito, acabaría muerta de vergüenza.
- ¿Quieren dejar ya eso? -les preguntó-. No pienso ponérmelo.
- De todas formas voy a comprarlo -dijo su amiga con voz resuelta-. Estoy prácticamente segura de
que Nick es capaz de convencerte para que te lo pongas.
Él la miró divertido.
- Preferiría convencerla para que se lo quitara.
___ se cubrió la cara con las manos y gimió.
- Acabará animándose -le contestó Yare con un gesto conspirador.
- No lo haré -le dijo ___, aún oculta tras las manos.
- Sí lo harás -dijo Nick dejando zanjado el tema, mientras Yare pagaba la negligé roja.
Usó un tono tan arrogante y confiado, que ___ imaginó que no estaba acostumbrado a que le
desafiaran.
- ¿Te has equivocado alguna vez? -le preguntó.
La diversión desapareció de su rostro, y de nuevo ocultó sus sentimientos tras una especie de
velo. Esa mirada escondía algo, estaba segura. Algo muy doloroso, teniendo en cuenta la repentina
tensión de su cuerpo.
No volvió a pronunciar una sola palabra hasta que Yari regresó y le dio la bolsa.
- Vaya -comentó-, se me ocurre que podrian poner unas velas, una música tranquila y...
- Yarelys -la interrumpió ___-, te agradezco mucho lo que intentas hacer, pero en lugar de hablar
de mí, ¿podemos ocuparnos de Nick?

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