jueves, 4 de agosto de 2011

Un amante de ensueño. Capitulo 14

- ¿Nick? -volvió a llamarlo, mientras bajaba las escaleras.
Nada. Ni un sonido, aparte de los latidos frenéticos de su corazón.
El pánico comenzó a abrirse paso en su cabeza. ¿Le habría sucedido algo?
Entró corriendo en la sala de estar; el libro estaba sobre la mesita de café. Pasando las páginas con rapidez, vio que la hoja donde había estado el dibujo de Nick seguía en blanco. Aliviada por el hecho de que no hubiese regresado al libro, continuó registrando la casa.
¿Dónde estaba?
Fue a la cocina y notó que la puerta trasera estaba entreabierta. Frunció el ceño, extrañada, y la abrió del todo para salir al porche.
Echó una ojeada al patio hasta que vio a los niños de los vecinos sentados en el césped, justo al lado de los setos que separaban ambas casas. Pero lo que más le extrañó fue observar a Nick sentado con ellos, enseñándoles un juego con piedras y palitos.
Los dos niños y una de las niñas estaban sentados a su lado, escuchando atentamente, mientras su hermana pequeña -de tan sólo dos años- gateaba entre ellos.
___ sonrió ante la apacible estampa. La calidez la invadió de repente, y se preguntó si Nick se habría visto así con sus propios hijos.
Abandonó el porche y caminó hacia ellos. Bobby era el mayor de los niños, con nueve años; después venía Tommy, con ocho y Katie que acababa de cumplir seis. Sus padres se habían mudado al vecindario hacía ya diez años, recién casados y, aunque tenían una buena relación, jamás habían pasado de ser más que amigables vecinos.
- Entonces, ¿qué ocurrió? -preguntó Bobby, cuando llegó el turno de Nick.
- Bueno, el ejército estaba atrapado -continuó Nick, moviendo una de las piedras con un palo-, traicionado por uno de los suyos: un joven hoplita[][][1] que había vendido a sus compañeros porque quería convertirse en centurión romano.
- Eran los mejores -le interrumpió Bobby.
Nick hizo una mueca burlona.
- No eran nada comparados con los espartanos.
- ¡Arriba Esparta! -gritó Tommy-. Así anima nuestra mascota del colegio.Bobby le dio un empujón a su hermano, y lo golpeó en la cabeza.
- Estás interrumpiendo la historia.
- No debes golpear a tu hermano jamás -le dio Nick con brusquedad pero, aún así, con cierta ternura-. Se supone que los hermanos deben protegerse, no hacerse daño.
La ironía de sus palabras le encogió el corazón. Era una pena que nadie hubiese enseñado a sus hermanos esa lección.
- Lo siento -se disculpó Bobby-. ¿Qué pasó después?
Antes de que Nick pudiese contestarle, el bebé se cayó y desparramó los palitos y las piedras. Los chicos comenzaron a gritarle, pero Nick los tranquilizó mientras levantaba a Allison y la ponía de nuevo en pie.
Acarició levemente la nariz de la pequeña y la hizo reír. Después regresó al juego.
Mientras le llegaba el turno a Bobby para mover la piedra, Nick retomó la historia donde la había dejado.
- El general macedonio observó las colinas que lo rodeaban; estaban encerrados. Los romanos los habían acorralado. No había modo de flanquearlos, ni de retroceder.
- ¿Se rindieron? -preguntó Bobby.
- Nunca -contestó Nick con convicción-. La muerte antes que el deshonor.
Hizo una pausa mientras las palabras reverberaban en su cabeza. Era la inscripción que adornaba su escudo. Como general, había vivido honrando ese lema.
Como esclavo, hacía mucho que lo había olvidado.
Los chicos se acercaron un poco más.
- ¿Murieron? -preguntó Katie.
- Algunos sí -respondió Nick, intentando alejar los recuerdos que afluían a su mente. Recuerdos de un hombre que, una vez, fue el dueño de su propio destino-. Pero no antes de hacer huir a los romanos.
- ¿Cómo? -preguntaron los niños, ansiosos.
Esta vez, Nick cogió al bebé antes de que volviese a interrumpirlos.
- A ver -comenzó Nick mientras le daba a Allison su pelota roja. La niña se sentó sobre la
rodilla que tenía doblada, y él la sujetó pasándole una mano por la cintura-. Mientras
cabalgaban hacia ellos, el general macedonio sorprendió a los romanos, que esperaban que él
reuniese a sus hombres en posición de falange, lo cual les hubiese convertido en una presa fácil
para los arqueros y la caballería. En lugar de hacer lo previsible, el general ordenó a sus
hombres que se dispersaran y apuntaran con las lanzas a los caballos, para romper las líneas de la
caballería romana.
- ¿Y funcionó? -preguntó Tommy.
Incluso ___ estaba interesada en la historia. Nick asintió.
- Los romanos no se esperaban ese movimiento táctico en un ejército entrenado. Completamente
desprevenidas, las tropas romanas se dispersaron.
- ¿Y el general macedonio?
- Soltó un poderoso grito de guerra mientras cabalgaba en su caballo Mania, atravesando el campo
hasta llegar a la colina donde los generales romanos se estaban replegando. Ellos se dieron la
vuelta para enfrentarlo, pero no fue muy inteligente por su parte. Con la furia que sentía en el
corazón, debida a la traición que había sufrido, cargó sobre ellos y sólo dejó a un
superviviente.
- ¿Por qué? -preguntó Bobby.
- Quería que entregase un mensaje.
- ¿Cuál? -inquirió Tommy.
Nick sonrió ante las ávidas preguntas.
- El general hizo jirones el estandarte romano y después usó un trozo para ayudar al romano a
vendarse las heridas. Con una sonrisa letal, miró fijamente al hombre y le dijo: «Roma delenda
est», Roma está destruida. Y, entonces, envió al general romano de vuelta a su casa, encadenado,
para que entregara el mensaje al Senado Romano.
- ¡Guau! -exclamó Bobby, impresionado-. Ojalá fueses mi profesor de historia en el colegio. Así
aprobaría la asignatura seguro.
Nick alborotó el cabello negro del niño.
- Si te hace sentir mejor, a mí no me interesaba nada el tema a tu edad. Lo único que quería era
hacer travesuras.
- ¡Hola, señorita ___! -la saludó Tommy cuando por fin se dio cuenta de su presencia-. ¿Ha
escuchado la historia del señor Nick? Dice que los romanos eran tipos malos.
Nick miró a ___, que estaba a unos metros de distancia, y ella le sonrió.
- Estoy segura de que él lo sabe.
- ¿Puede arreglar mi muñeca? -le pidió Katie, ofreciéndosela.
Nick soltó a Allison y cogió la muñeca. Le puso el brazo en su sitio y se la devolvió.
- Gracias -le dijo Katie mientras se arrojaba a su cuello y le daba un fuerte abrazo.
El anhelo que reflejó el rostro de Nick hizo que a ___ le diera un pinchazo el corazón. Sabía que
en ese momento, él estaba viendo la cara de su propia hija al mirar a Katie.
- De nada, pequeña -le contestó con voz ronca, alejándose de ella.
- ¿Katie, Tommy, Bobby? ¿Qué estan haciendo ahí?
___ alzó la mirada mientras Emily rodeaba la casa.
- No estaran molestando a la señorita ___, ¿verdad?
- No, para nada -le respondió ___. Emily no pareció escucharla porque siguió regañando a los
niños.
- ¿Y qué está haciendo Allison aquí? Se suponía que debía estar en el patio trasero.
- ¡Oye mamá! -gritó Bobby acercándose a ella a la carrera-. ¿Sabes jugar a Parcelon? El señor
Nick nos ha enseñado.
___ se rió a carcajadas mientras los cinco regresaban al jardín delantero, con Bobby hablando sin
parar. Nick tenía los ojos cerrados y parecía estar saboreando el sonido de las voces infantiles.
- Eres todo un cuenta cuentos -le dijo ___ cuando se le acercó.
- No creas.
- En serio -le contestó ella con énfasis-. ¿Sabes? Me has hecho pensar. Bobby tiene razón,
serías un maestro estupendo.
Nick le sonrió satisfecho.
- De general a maestro. ¿Por qué no cambiarme el nombre al de Catón el Viejo e insultarme
mientras estás en clase?
Ella se rió.
- No estás tan ofendido como quieres hacerme creer.
- ¿Y cómo lo sabes?
- Por la expresión de tu rostro, y por la luz que hay en tus ojos -le cogió el brazo y lo llevó
de vuelta al porche-. Deberías pensar seriamente en esa posibilidad. Yari consiguió su
licenciatura en Tulane y conoce a mucha gente allí. ¿Quién mejor para enseñar Historia Antigua
que alguien que la conoció de primera mano?
No le contestó. En lugar de eso, ___ notó cómo movía los pies, descalzos, sobre la tierra.
- ¿Qué estás haciendo? -le preguntó.
- Disfrutando de la sensación de la hierba -respondió él con un susurro-. Las hojas me hacen
coquillas en los dedos.
Ella sonrió ante lo infantil de su actitud.
- ¿Para eso saliste?
Él asintió.
- Me encanta sentir el sol en la cara.
___ sabía, en el fondo de su corazón, que había podido disfrutarlo en contadas ocasiones.
- Vamos, prepararemos unos cuencos de cereales y comeremos en el porche.
Ella subió en primer lugar los cinco escalones que llevaban hasta el porche, y le dejó sentado en
su mecedora de mimbre para encargarse del desayuno.
Cuando regresó, Nick tenía la cabeza apoyada en el respaldo y los ojos cerrados; su expresión era
serena.
Como no quería molestarlo, retrocedió.
- ¿Sabes que todo mi cuerpo percibe tu presencia? Todos mis sentidos son conscientes de tu
proximidad -le confesó mientras abría los ojos y la miraba con un deseo abrasador.
- No lo sabía -dijo ella nerviosa, ofreciéndole el cuenco. Él lo cogió, pero no volvió a hablar
del tema. Comenzó a comer en silencio.
Absorbiendo el calor del sol, Nick escuchaba la suave brisa y se recreaba con la presencia cercana y
relajante de ___.
Se había despertado al amanecer para contemplar, a través de las ventanas, la salida del sol. Y
había pasado una hora disfrutando del contacto del cuerpo de ____.
Ella lo tentaba de un modo que jamás había experimentado. Por un solo minuto se permitió barajar
la posibilidad de permanecer en esta época.
¿Y después qué?
Sólo tenía una «habilidad» que podía serle útil en este mundo moderno, y no era el tipo de
hombre que pudiese vivir alegremente de la caridad de una mujer.
No después de...
Apretó los dientes mientras los recuerdos lo abrasaban.
A los catorce años, había cambiado su virginidad por un cuenco de gachas de avena frías y una
taza de leche agria. Incluso ahora, con todo el tiempo que había transcurrido, podía sentir las
manos de la mujer tocándole el cuerpo, quitándole la ropa, agarrándose febrilmente a él mientras
le enseñaba cómo darle placer.
« ¡Ooooh!» Canturreó la mujer «Eres muy guapo, ¿verdad? Si alguna vez quieres más gachas,
sólo tienes que venir a verme cuando mi marido no esté en casa»
Se sintió tan sucio después... tan usado.
Durante los años siguientes, durmió en más ocasiones entre las sombras de los portales que en una
cama acogedora, porque no le apetecía volver a pagar ese precio por una comida y un poco de
comodidad.
Y si fuese de nuevo libre, no querría...
Cerró los ojos con fuerza. No se veía en este mundo. Era demasiado diferente. Demasiado extraño.
- ¿Ya has acabado?
Alzó los ojos y vio a ___ de pie junto a él, con la mano extendida esperando el cuenco.
- Sí, gracias -le contestó mientras se lo daba.
- Voy a darme una ducha rápida. Volveré en unos minutos.
La contempló mientras se marchaba; sus ojos se demoraron en las piernas desnudas. Todavía podía
sentir el sabor de su piel en los labios. Y el dulce aroma de su cuerpo.
___ lo obsesionaba. No se trataba de los efectos de la maldición. Había algo más. Algo que jamás
había experimentado antes.
Por primera vez, después de dos mil años, volvía a sentirse como un hombre; y ese sentimiento
venía acompañado de un anhelo tan profundo que le partía en dos el corazón.
La deseaba. En cuerpo y alma.
Y quería su amor.
La idea lo asustó.
Pero era cierto. No había vuelto a experimentar ese profundo y doloroso deseo de sentir un tierno
abrazo desde que era pequeño. Necesitaba que alguien le dijera que lo amaba, y que lo hiciese de
corazón, no por el efecto de un hechizo.
Echando la cabeza hacia atrás, soltó una maldición. ¿Cuándo iba a aprender?
Había nacido para sufrir. El Oráculo de Delfos se lo había dicho.
«Sufrirás como ningún hombre ha sufrido jamás»
«¿Pero me amará alguien?»
«No en esta vida.»
Y se alejó de allí totalmente hundido por la profecía. Qué poco había imaginado entonces el
sufrimiento que le aguardaba.
«Es el hijo de la Diosa del Amor, y ni siquiera ella soporta estar cerca de él.»
La verdad hizo que se encogiera de dolor. ___ jamás lo amaría. Nadie lo haría. Su destino no era
que lo liberaran de su sufrimiento. Peor aún, su destino tenía una trágica tendencia a derramar
la sangre de todos los que se acercaban a él.
El dolor le desgarraba el pecho mientras pensaba en la posibilidad de que algo le sucediese a ___.
No podría permitirlo. Tenía que protegerla a toda costa. Aunque eso significara perder su
libertad.
Con esa idea en mente, fue en su busca.
___ se estaba quitando el jabón de los ojos. Al abrirlos, se sobresaltó cuando vio que Nick la
observaba a través de la abertura de las cortinas de la ducha.
- ¡Me has dado un susto de muerte! -exclamó.
- Lo siento.
Él permaneció al lado de la bañera de patas, tamaño extra grande, vestido sólo con los boxers y
apoyado sobre la pared, con la misma pose que tenía en el libro: los anchos hombros echados hacia
atrás y los brazos relajados a ambos lados del cuerpo.
___ se humedeció los labios al contemplar los esculturales músculos de su pecho y de su torso.
Espontáneamente, su mirada descendió hasta los boxers rojos y amarillos.
Bueno, decir que ningún hombre estaría bien con ellos había sido un error. Porque Julian estaba
fenomenal. En realidad, no había palabras que describiesen con exactitud lo buenísimo que estaba
con ellos.
Y aquella sonrisa traviesa, medio burlona, que esgrimía en esos momentos, derretiría el corazón
de la más frígida de las mujeres. Ese hombre la ponía muy, muy caliente.
Nerviosa, ___ cayó en la cuenta de que estaba completamente desnuda delante de él.
- ¿Necesitas algo? -le preguntó mientras se cubría los pechos con la manopla.
Para su consternación, él se quitó los boxers y se metió en la bañera con ella.
El cerebro de ___ se convirtió en papilla, abrumada por la poderosa y masculina presencia de Nick.
Esa increíble sonrisa llena de hoyuelos curvaba sus labios, y hacía que el corazón se le
acelerara y que comenzara a temblar.
- Sólo quería verte -dijo en voz baja y tierna-. ¿Tienes idea de lo que me haces cuando te pasas
las manos por los pechos desnudos?
Apreciando el tamaño de su erección, ___ tenía una idea bastante aproximada.
- Nick...
- ¿Mmm?
Olvidó lo que iba a decir cuando él acercó la cabeza hasta su cuello. Se estremeció por completo
al sentir que su lengua le abrasaba la piel.
Gimió por la sobrecarga sensorial que suponían las caricias de las manos de Nick, unidas a la
sensación del agua caliente de la ducha. Apenas si fue consciente de que él le quitaba la manopla
que aún cubría sus pechos, y se llevaba uno de ellos a la boca.
Siseó de placer al sentir la lengua de Nick girar alrededor del endurecido pezón, rozándolo
levemente y haciéndola arder.
La ayudó a sentarse en la bañera y la echó hacia atrás, apoyándola en el respaldo. El contraste
de la fría porcelana en la espalda y del cálido cuerpo de Nick por delante, mientras el agua caía
sobre ellos, la excitó de un modo que jamás hubiese creído posible.
Nunca antes había apreciado el enorme tamaño de la antigua bañera pero, en ese momento, no la
cambiaría por nada del mundo.
- Tócame, __ -le dijo con voz ronca, cogiéndole la mano y acercándosela hasta su hinchado
miembro-. Quiero sentir tus manos sobre mí.
Nick se estremeció cuando ella acarició la dureza aterciopelada de su pene.
Cerró los ojos mientras las sensaciones lo abrumaban. Las caricias de ___ no se limitaban al plano
físico, las percibía también a un nivel indefinible. Increíble.
Quería más de ella. Lo quería "todo" de ella.
- Me encanta sentir tus manos sobre mi piel -balbució mientras ella lo tomaba entre sus manos.
¡Por los dioses! La deseaba tanto que le dolía todo el cuerpo. Cómo deseaba que, tan sólo una
vez, ella le hiciese el amor a "él".
Que le hiciese el amor con el corazón.
El dolor volvió a desgarrarlo. No importaba cuántas veces tuviera relaciones sexuales, el
resultado siempre era el mismo. Siempre acababa herido. Si no se trataba de su cuerpo, era en lo
profundo de su alma.
«Ninguna mujer decente te querrá a la luz del día.»
Era verdad, y lo sabía.
___ percibió su tensión.
- ¿Te he hecho daño? -preguntó mientras alejaba la mano.
Él negó con la cabeza y le colocó las manos a ambos lados del cuello para besarla profundamente.
Súbitamente el beso cambió, intensificándose, como si estuviese intentado probar algo ante los
dos.
Deslizó la mano por el brazo de ___, hasta capturar la suya y enlazar los dedos. Después, movió
las manos unidas y la acarició entre las piernas.
___ gimió mientras él la tocaba con las manos entrelazadas. Era lo más erótico que había
experimentado jamás.
Temblaba de pies a cabeza mientras él aumentaba el ritmo de las caricias. Cuando introdujo los
dedos de ambos en su interior, ___ gritó de placer.
- Eso es -le murmuró al oído-. Siéntenos a los dos unidos.
Sin aliento, __ se agarró al hombro de Nick con la mano libre y el cuerpo en llamas. ¡Dios, era un
amante increíble!
De pronto, él retiró las manos y le alzó una de las piernas para pasársela por la cintura.
___ lo dejó hacer, hasta que se dio cuenta de sus intenciones. Estaba preparándose para
penetrarla.
- ¡No! -jadeó mientras lo empujaba-. Nick, no puedes.
Sus ojos llameaban de necesidad y deseo.
- Sólo quiero esto de ti, ___. Déjame poseerte.
Ella estuvo a punto de ceder.
Pero entonces, algo extraño le sucedió a sus ojos. Un velo oscuro cayó sobre ellos, y las pupilas
se le dilataron por completo.
Se quedó inmóvil. Respiraba entre jadeos y cerró los ojos como si estuviese luchando con un
enemigo invisible.
Lanzando una maldición, se alejó de ella.
- ¡Corre! -gritó.
___ no lo dudó.
Salió como pudo de debajo de él, agarró la toalla y corrió hacia la puerta. Pero no pudo
abandonarlo.
Se detuvo en la entrada y miró hacia atrás. Vio cómo Nick se agachaba hasta quedar apoyado en las
manos y las rodillas, y se agitaba como si lo estuviesen torturando.
Lo escuchó golpear la bañera con el puño cerrado mientras gruñía de dolor.
El corazón de ___ martilleaba frenético al verlo luchar. Si supiese qué podía hacer...
Finalmente, cayó exhausto a la bañera.
Aterrorizada, y sin poder dejar de temblar, ___ entró en el cuarto de baño de nuevo y dio tres
cautelosos pasos hacia la bañera, preparada para salir corriendo si él intentaba agarrarla.
Estaba tendido de costado, con los ojos cerrados. Respiraba con dificultad y parecía débil y
agotado mientras el agua caía sobre él, aplastando los mechones sobre su rostro.
Cerró el grifo.
Nick no se movió.
- ¿Nick?
Abrió los ojos.
- ¿Te he asustado?
- Un poco -le contestó con franqueza.
Él respiró hondo, entrecortadamente, y se sentó despacio. No la miró. Tenía los ojos clavados
en algo que estaba a su espalda, por encima de su hombro.
- No voy a ser capaz de luchar contra eso -dijo, tras una larga pausa. Entonces la miró-. Nos
estamos engañando, ___. Déjame poseerte mientras estoy calmado.
- ¿Eso es lo que quieres de verdad?
Nick apretó los dientes al escuchar su pregunta. No, no era lo que quería. Pero lo que deseaba
estaba más allá de su alcance.
Quería cosas que los dioses no habían dispuesto para él. Cosas que ni siquiera se atrevía a
nombrar, porque el simple hecho de pronunciarlas hacía su ausencia aún más insoportable.
- Me gustaría poder morirme.
___ retrocedió ante la sincera respuesta. Cómo deseaba poder consolarlo. Alejar su sufrimiento.
- Lo sé -le dijo, con la voz ronca por las lágrimas que no se atrevía a derramar. Le pasó los
brazos alrededor de los fuertes y esbeltos hombros, y lo abrazó con fuerza.
Para su sorpresa, Nick apoyó la mejilla sobre la suya. Ninguno de los dos pronunció una palabra
mientras se abrazaban. Finalmente, él se apartó.
- Es mejor que nos detengamos antes de que... -no acabó la frase, pero no era necesario que lo
hiciese. ___ ya había sido testigo de las consecuencias, y no tenía ningún deseo de repetir la
experiencia.
Lo dejó en el cuarto de baño y fue a vestirse. Nick salió lentamente de la bañera y se secó con
una toalla. Escuchaba a ___ en su habitación; estaba abriendo la puerta del armario. En su mente,
se la imaginó desnuda y la visión lo enardeció.
Una demoledora oleada de deseo lo asaltó, golpeándolo con tal fuerza que estuvo a punto de caer de
espaldas al suelo.
Se agarró al lavabo mientras luchaba consigo mismo.
- No puedo seguir viviendo así -balbució-. No soy un animal.
Alzó los ojos y se contempló en el espejo. Era la viva imagen de su padre. Miró su rostro con
odio.
Podía sentir los latigazos en la espalda, mientras su padre lo golpeaba hasta que casi no podía
tenerse en pie.
«No te atrevas a llorar, niño bonito. Ni un solo sollozo. Puede que seas el hijo de una diosa,
pero éste es el mundo en el que vives, y aquí no mimamos a los niños bonitos como tú.»
En el fondo de su mente, veía la mirada de desprecio de su padre mientras lo golpeaba con el puño
hasta arrojarlo al suelo, y después lo levantaba por el cuello hasta casi asfixiarlo. Él pateaba e
intentaba defenderse con los puños, pero a los catorce años era demasiado joven e inexperto como
para eludir los golpes del general.
Con el rostro desfigurado por una mueca de desprecio, su padre le había cortado en la mejilla con
una daga, hundiéndola hasta el hueso. Y todo porque había pescado a su esposa mirándolo mientras
comían.
«Veamos si ahora te desea.»
El lacerante dolor del corte fue insoportable, y la hemorragia no se detuvo en todo el día. A la
mañana siguiente, la herida había desaparecido sin dejar huella.
La ira de su progenitor había sido inconmensurable.
- ¿Nick?
Sobresaltado, dio un pequeño brinco al escuchar una voz olvidada desde hacía dos mil años.
Echó un vistazo a la estancia, pero no vio nada.
Sin estar muy seguro de haber escuchado la voz, habló en voz baja.
- ¿Atenea?
La diosa se materializó delante de él, justo en el hueco de la puerta. Aunque llevaba ropas
modernas, tenía el pelo negro recogido sobre la cabeza, al estilo griego, con mechones rizados que
le caían sobre los hombros. Sus pálidos ojos azules se llenaron de ternura al sonreír.
- Vengo en representación de tu madre.
- ¿Todavía no es capaz de enfrentarme?
Atenea apartó la mirada.
Nick sintió el repentino impulso de reírse a carcajadas. ¿Por qué se molestaba en esperar que su
madre quisiera verlo?
Debería estar acostumbrado.
Atenea jugueteaba con uno de sus rizos, envolviéndoselo en el dedo, mientras lo observaba con una
extraña expresión de melancolía en el rostro.
- Que conste que te habría ayudado de haber sabido esto. Eras mi general favorito.
De repente, comprendió lo que había ocurrido tantos siglos atrás.
- Me utilizaste en tu pulso contra Príapo, ¿verdad?
Vio la culpa reflejada en los ojos de la diosa antes de que ella pudiese ocultarla.
- Lo hecho, hecho está.
Con los labios fruncidos por la ira, la miró furioso.
- ¿Ah, sí? ¿Por qué me enviaste a esa batalla cuando sabías que Príapo me odiaba?
- Porque sabía que podías ganar, y yo odiaba a los romanos. Eras el único general que tenía que
podía deshacerse de Livio, y así lo hiciste. Jamás me he sentido más orgullosa de ti que aquel
día, cuando le cortaste la cabeza.
Cegado por la amargura, era incapaz de creer lo que estaba escuchando.
- ¿Ahora me dices que estabas orgullosa?
Ella ignoró su pregunta.
- Tu madre y yo hemos hablado con Cloto para que te ayude.
Nick se paralizó al escucharla. Cloto era la Parca encargada de las vidas de los humanos. La
hilandera del destino.
- ¿Y?
- Si consigues romper la maldición, podremos devolverte a Macedonia; regresarás al mismo día en
que fuiste maldecido a permanecer en el pergamino.
- ¿Puedo regresar? -repitió, anonadado por la incredulidad.
- Pero no se te permitirá volver a luchar. Si lo haces, podrías cambiar el curso de la historia.
Si te enviamos de vuelta, deberás jurar que vivirás retirado en tu villa.
Siempre había una trampa. Debería haberlo recordado antes de pensar que podían ayudarlo.
- ¿Con qué propósito, entonces?
- Vivirás en tu época. En el mundo que conoces -diciendo esto, echó un vistazo al cuarto de
baño-. O puedes permanecer aquí, si lo prefieres. La elección es tuya.
Nick resopló.
- Menuda elección.
- Es mejor que no tener ninguna.
¿Sería cierto? Ya no estaba seguro de nada.
- ¿Y mis hijos? -preguntó. Quería, no, "deseaba" volver a ver a su familia, a las dos únicas
personas que habían significado algo para él.
- Sabes que no podemos cambiar eso.
Nick maldijo a Atenea. Los dioses siempre conseguían atormentarlo quitándole todo lo que le
importaba. Jamás le habían concedido nada.
Atenea alargó el brazo y lo acarició ligeramente en la mejilla.
- Elige con cuidado -susurró, y se desvaneció.
- ¿Nick?, ¿con quién hablas?
Parpadeó al escuchar a ___ en el pasillo.
- Con nadie -contestó-. Hablo solo.
- ¡Ah! -exclamó ella, aceptando la mentira sin problemas-. Estaba pensando en llevarte de nuevo al
Barrio Francés esta tarde. Podemos visitar el Acuario. ¿Qué te parece?
- Claro -respondió él, saliendo del baño.
___ frunció el ceño, pero no dijo nada mientras se dirigía hacia las escaleras.
Nick fue a cambiarse a la habitación. Mientras se ponía los pantalones, se fijó en las
fotografías que ___ tenía en el vestidor. Parecía una niña tan feliz... tan libre. Le gustaba
especialmente una en la que su madre le pasaba los brazos alrededor del cuello y ambas se reían a
carcajadas.
En ese momento, supo lo que debía hacer. No importaba lo mucho que deseara otras cosas, jamás
podría quedarse con ella. Se lo había dicho ella misma la noche que lo invocaron.
Tenía su propia vida. Una en la que él no estaba incluido.
No, ___ no necesitaba a alguien como él. A alguien que sólo atraería la indeseada atención de
los dioses sobre su cabeza.
Rompería la maldición y aceptaría la oferta de Atenea.
No pertenecía a esta época. Su mundo era la antigua Macedonia. Y la soledad.
Algo iba mal. ___ lo notaba en el ambiente mientras conducía hacia el Barrio Francés. Nick iba
sentado junto a ella, mirando por la ventana.
Había intentado varias veces hacerlo hablar, pero no había modo de que despegara los labios. Todo
lo que se le ocurría era que estaba deprimido por lo sucedido en el cuarto de baño. Debía ser
duro para un hombre habituado a mantener un férreo control de sí mismo perderlo de aquel modo.
Aparcó el coche en el estacionamiento público.
- ¡Vaya, qué calor hace! -exclamó al salir y sentirse inmediatamente asaltada por el aire cargado
y denso.
Echó un vistazo a Nick, que estaba realmente deslumbrante con las gafas de sol oscuras que le
había comprado. Una fina capa de sudor le cubría la piel.
- ¿Hace demasiado calor para ti? -le preguntó, pensando en lo mal que lo estaría pasando con los
vaqueros y el polo de punto.
- No voy a morirme, si te refieres a eso -le contestó mordazmente.
- Estamos un poco irritados, ¿no?
- Lo siento -se disculpó al llegar a su lado-. Estoy pagando mi mal humor contigo, cuando no tienes
la culpa de nada.
- No importa. Estoy acostumbrada a ser el chivo expiatorio. De hecho, lo he convertido en mi
profesión.
Puesto que no podía verle los ojos, ___ no sabía si sus palabras le habían hecho gracia o no.
- ¿Eso es lo que hacen tus pacientes?
Ella asintió.
- Hay días que son espeluznantes. Pero prefiero que me grite una mujer a que lo haga un hombre.
- ¿Te han hecho daño alguna vez? -El afán de protección de su voz la dejó perpleja. Y
encantada. Había echado mucho de menos tener a alguien que la cuidase.
- No -contestó, intentando disipar la evidente tensión de su cuerpo. Esperaba que nunca le
hiciesen daño, pero después de la llamada de Jason, no estaba muy segura, y era bastante posible
que ese tipo acabase con su buena suerte.
*Estás siendo ridícula. Sólo porque el hombre te ponga los pelos de punta no significa que sea
peligroso.*
La expresión del rostro de Nick era dura y muy seria.
- Creo que deberías buscarte una nueva profesión.
- Tal vez -le dijo evasivamente. No tenía ninguna intención de dejar su trabajo-. A ver, ¿dónde
vamos primero?
Él se encogió de hombros despreocupadamente.
- Me da exactamente igual.


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