viernes, 5 de agosto de 2011

Un amante de ensueño. Capitulo 25

En un abrir y cerrar de ojos, ___ pasó de estar sentada desnuda en su habitación a encontrarse tumbada en un lecho circular, situado en una estancia que tenía todo el aspecto de ser la tienda de un harén en mitad de un desierto. Estaba cubierta por una pieza de seda de color rojo intenso, tan liviana y suave que se escurría sobre su piel como si se tratara de agua.
Intentó moverse pero no pudo. Aterrorizada, abrió la boca para chillar.
- No te molestes -le recomendó Príapo, acercándose al lecho. Deslizó los ojos sobre su cuerpo con una hambrienta mirada, justo antes de subir a la cama y colocarse de rodillas al lado de ___-. No puedes hacer nada a menos que yo lo desee. -Le pasó un dedo, huesudo y frío, por la mejilla, como si quisiera comprobar la textura y la calidez de su piel-. Entiendo por qué te desea Nick. Tienes fuego en la mirada. Inteligencia. Valor. Es una pena que no hayas nacido en la época del Imperio Romano. Podrías haberme proporcionado innumerables campeones que lideraran mis ejércitos.
Príapo suspiró mientras su mano descendía hasta el hueco de la garganta de ___.
- Pero así es la vida y así son los caprichos de las Parcas. Supongo que tendré que conformarme con utilizarte hasta que me canse de ti. Si me complaces hasta que llegue ese momento, puede que después permita que Nick se quede contigo. En el caso de que te siga queriendo después de que mis hijos hayan estropeado tu cuerpo.
Sus ojos ardían de deseo, y ___ no podía dejar de temblar bajo su escrutinio.
El egoísmo de Príapo le resultaba increíble. Al igual que su vanidad. Aterrorizada, quiso hablar, pero él se lo impidió.
¡Cielo santo! ¡Tenía poder absoluto sobre ella!
Una fuerza invisible la alzó para colocarla de espaldas sobre los almohadones mientras Príapo se quitaba la túnica.
Los ojos de ___ se abrieron como platos al verle desnudo y con una erección completa. El terror la asaltó de nuevo.
- Ahora puedes hablar -le dijo mientras se acercaba para recostarse junto a ella.
- ¿Por qué quieres hacerle esto a Nick?
La ira oscureció los ojos del dios.
- ¿Que por qué? Ya lo escuchaste. Su nombre era reverenciado por todo aquél que lo escuchaba, mientras que el mío apenas si se pronunciaba aun en los templos de mi madre. Incluso ahora se burlan de mí. Mi nombre se ha perdido en la antigüedad, al contrario que su leyenda, que se cuenta una y otra vez a lo largo y ancho del mundo. Pero yo soy un dios y él no es otra cosa que un bastardo a quien ni siquiera le está permitido habitar en el Olimpo.
- Aparta las manos de ella. Siempre has sido tan inútil que has acabado relegado en el olvido. Ni siquiera mereces limpiarle los zapatos.
El corazón de ___ comenzó a latir más rápido al escuchar la voz de Nick. Alzó la cabeza de entre los almohadones y lo vio justo al pie del estrado donde estaban ellos. Sólo llevaba puestos los vaqueros e iba armado con el escudo y la espada.
- ¿Cómo...? -preguntó Príapo mientras bajaba de la cama.
Nick le dedicó una perversa sonrisa.
- La maldición ha desaparecido y estoy recuperando mis poderes. Ahora puedo localizaros e invocaros. A cualquiera de vosotros.
- ¡No! -gritó Príapo, y al instante, apareció cubierto por su armadura.
___ luchó por librarse de aquella fuerza que la mantenía inmovilizada mientras Príapo cogía su espada y su escudo, situados en la pared en la que se apoyaba el lecho, y atacaba a Nick.
Hipnotizada por el espectáculo, observó cómo luchaban los dos hermanos.
Jamás había visto nada semejante. Nick giraba ágilmente, como si estuviese ejecutando una macabra danza que devolviera los golpes de Príapo, uno por uno. El suelo y la cama temblaban por la intensidad de la lucha.
No era de extrañar que Nick hubiese llegado a ser un personaje legendario.
Pero tras unos minutos, vio cómo se tambaleaba y bajaba el escudo.
- ¿Qué te pasa? -se burló su hermano, utilizando el escudo para empujarlo-. ¡Ah, lo olvidaba! Puede que la maldición haya desaparecido, pero aún estás debilitado. Tardarás días en recuperar toda tu fuerza.
Nick meneó la cabeza y alzó el escudo.
- No necesito toda mi fuerza para acabar contigo.
Príapo se rió.
- Valientes palabras, hermanito. -Y bajó la espada, que se estrelló directamente sobre el escudo de Nick.
___ contuvo el aliento mientras observaba cómo los golpes comenzaban de nuevo.
Justo cuando pensaba que Nick iba a ganar, Príapo utilizó una táctica para desestabilizarlo: dejó que ganara terreno. Tan pronto como Nick perdió la protección de la pared en uno de sus flancos, Príapo blandió la espada y la hundió en el vientre de su hermano. Nick dejó caer su espada.
- ¡No! -chilló ___, aterrada.
Con el rostro transfigurado por la incredulidad, Nick se tambaleó hacia atrás, pero no pudo ir muy lejos con la espada de Príapo hundida en su cuerpo y su hermano aún sosteniéndola.
- Vuelves a ser humano -le espetó mientras hundía la espada un poco más y retorcía la hoja. Levantó un pie para apoyarlo en la cadera de Nick y le dio una patada.
Libre de la espada, Nick trastabilló y cayó. Su escudo resonó con fuerza al golpear el suelo,
justo a su lado.
Príapo no dejó de reír mientras se aproximaba a Nick.
- Es posible que ningún arma humana pueda acabar contigo, hermanito, pero no eres inmune a un arma
inmortal.
La fuerza que inmovilizaba a ___ despareció en ese instante, liberándola. Tan rápido como pudo,
cruzó la habitación hasta llegar junto a Nick, que yacía en un charco de sangre. Respiraba de
forma laboriosa y no dejaba de temblar.
- ¡No! -sollozó ___ mientras sostenía su cabeza en el regazo. Contemplaba, horrorizada, la herida
abierta en su costado.
- Mi preciosa ___ -dijo Nick, mientras alzaba una mano ensangrentada para rozarle la mejilla.
Ella limpió la sangre que manaba de sus labios.
- No me abandones, Nick -rogó.
Él hizo una mueca de dolor, dejó caer la mano y luchó por respirar.
- No llores por mí. No lo merezco.
- ¡Sí lo mereces!
Él negó con la cabeza y entrelazó sus dedos con los de ella.
- Has sido mi salvación. Sin ti, jamás habría conocido lo que es el amor. -Tragó y se llevó la
mano al corazón-. Y nunca habría vuelto a ser quien fui.
___ observó cómo la luz desaparecía de sus ojos.
- ¡No! -volvió a gritar, acunando su cabeza sobre el pecho-. ¡No, no, no! No puedes morir. Así
no. ¡¿Me oyes?! Por favor... ¡No te vayas! ¡Por favor!
Lo abrazó con fuerza mientras la agonía que invadía su corazón y su alma brotaba en forma de
lágrimas.
- ¡No! -resonó con ferocidad a través de la estancia, haciendo que las paredes temblaran.
___ vio que el color abandonaba el rostro de Príapo al escuchar el chillido. Se escuchó un trueno
y, en mitad de un brillante destello de luz, apareció Afrodita delante de ella. Su rostro estaba
contraído como reflejo de la indescriptible agonía que sufría al contemplar el cuerpo exangüe y
frío de Nick.
Incapaz de asimilar lo que tenía delante, miró furiosa a Príapo.
- ¿Qué has hecho? -le preguntó.
- Fue una pelea justa, madre. O él o yo. No tenía otra opción.
Afrodita dejó escapar un grito agónico directamente desde su corazón.
- Invoqué la ira de Zeus y la de las Parcas para conseguir su libertad. ¿Quién demonios crees que
eres para hacer esto? -Miró a Príapo como si su mera presencia le provocara náuseas-. ¡Era tu
hermano!
- Era tu bastardo, pero nunca fue mi hermano.
Afrodita gritó de furia.
- ¡Cómo te atreves!
Cuando la diosa miró de nuevo a Nick, ___ vio el dolor que reflejaban sus ojos.
- Mi precioso Nick -sollozó la diosa-. Jamás debí permitirles que te hiciesen daño. ¡Dulce
Citera! ¿A dónde me ha llevado mi egoísmo? -Cayó de rodillas a su lado-. Te dejé solo cuando
debía haber estado contigo para protegerte.
- ¡Vamos, madre, déjalo ya! -dijo Príapo, como si la aflicción de su madre hubiese conseguido
aburrirlo-. Nick te conocía, igual que te conocemos nosotros desde el comienzo de los tiempos; no
piensas más que en ti misma y en lo que los demás debemos hacer por ti. Es tu naturaleza. Y, al
contrario que Nick, todos la aceptamos hace eones.
Afrodita no se tomó muy bien esas palabras. De hecho, su rostro se convirtió en una máscara de
granito y se puso en pie con toda la dignidad y la elegancia que se espera de una diosa.
Arqueó una ceja y miró a Príapo.
- ¿Has dicho que fue una lucha justa? Bien, tengamos una lucha justa. ¿Estás de acuerdo? Tánatos
aún no ha reclamado su alma. Todavía no es demasiado tarde. Lo único que necesitamos para
devolverlo a la vida es que su corazón comience a latir de nuevo.
___ sintió una repentina oleada de calor atravesando el cuerpo inerte de Nick.
Se echó hacia atrás y observó cómo un aura dorada lo rodeaba mientras la herida de su costado se
cerraba por sí sola y los vaqueros se desintegraban, siendo reemplazados por unas grebas de oro y
unas sandalias. El resplandor dorado subió hasta cubrir su pecho que, al instante, quedó oculto a
la vista por una antigua armadura dorada, repujada con cuero rojo, y una túnica. Sobre los brazos
aparecieron unas anchas tiras de cuero marrón.
El tinte azulado desapareció de su rostro.
De repente, tomó una profunda bocanada de aire que hizo que todo su cuerpo se estremeciera, y
abrió los ojos, mirando a ___ con aquella sonrisa que conseguía derretirle hasta el alma.
Ella se mordió los labios mientras la felicidad la traspasaba. ¡Estaba vivo!
- ¿Qué diablos pasa aquí? -rugió Príapo.
Sobre ellos apareció una mujer, flotando plácidamente. Su pelo negro lanzaba destellos mientras
miraba con furia a Príapo.
- Como muy bien ha dicho tu madre, ya es hora de que contemplemos una lucha justa, Príapo. Llevamos
retrasándola demasiado tiempo y, esta vez, no habrá ninguna Alexandria que distraiga a Nick e
impida que lleve a cabo su venganza.
- ¿Qué? -preguntó Afrodita-. Atenea, ¿qué estás diciendo?
- Estoy diciendo que fue él quién la envió intencionadamente para distraerlo, mientras acudía a
refugiarse a tu templo por temor a la furia de Nick.
Por la cara de Príapo, ___ supo que era verdad. El dios curvó los labios en un rictus furioso.
- Atenea, ¡puta traicionera! Siempre lo mimaste.
Atenea se rió mientras se desvanecía en el aire para volver a aparecer junto a Afrodita.
- Nadie lo mimó nunca. Eso lo convirtió en el mejor guerrero que jamás salió de las filas
espartanas; y eso es lo que va a ayudarle a darte una buena patada en el culo en este momento.
Nick se puso en pie. La ceñuda mirada con la que enfrentaba a Príapo consiguió que ___ sintiera
un súbito escalofrío.
Afrodita se movió hasta quedar entre sus dos hijos y, cuando alzó la mirada hacia Nick, ___ vio
que sus ojos estaban llenos de orgullo.
- Ésta es la segunda vez que te doy la vida, Nick. Me arrepiento de no haber sido la madre que
necesitaste la primera vez. No tienes ni idea de lo mucho que desearía poder cambiar el pasado. Lo
único que puedo hacer ahora es darte mi amor y mis bendiciones. -Afrodita miró por encima del
hombro, buscando los ojos de Príapo-. Y ahora dale una buena patada en el culo a este malcriado.
- ¡Madre! -gimoteó Príapo.
Nick miró a su hermano y balanceó la espada alrededor de su cuerpo mientras se acercaba a él.
- ¿Estás preparado?
Príapo atacó sin avisar. Pero tampoco es que importara demasiado.
___ se quedó boquiabierta al verlos luchar. Si antes había pensado que Nick era un buen guerrero,
ahora su destreza era infinitamente superior.
Se movía con una agilidad y una velocidad que jamás habría creído posibles.
Atenea se puso a su lado. Alzó un brazo y rozó ligeramente la seda con la que se envolvía.
- Bonito vestido.
___ la miró con el ceño fruncido por la incredulidad.
- ¿Están luchando a muerte y tú te dedicas a estudiar cómo voy vestida?
Atenea se rió.
- Confía en mí; siempre elijo con mucho cuidado a mis generales. Príapo no tiene ninguna
posibilidad frente a Nick.
___ volvió a dirigir su atención a los hombres en el mismo instante que Nick golpeaba a Príapo
con su escudo. El dios perdió el equilibrio, se tambaleó y Nick aprovechó para hundirle la espada
en el costado.
- Púdrete en el Infierno, bastardo -dijo Nick con desdén mientras el cuerpo de Príapo se
desintegraba entre destellos multicolores.
___ corrió hacia él.
Nick arrojó a un lado la espada y el escudo, y la alzó en brazos para girar con ella alrededor de
la estancia.
- ¡Estás vivo! ¿Verdad que sí? -le preguntó.
- Sí, lo estoy.
___ se dejó caer sobre él. Nick la bajó, deslizándola muy lentamente sobre su armadura
centímetro a centímetro, hasta que sus pies se apoyaron sobre el suelo y reclamó sus labios con
un beso.
___ escuchó que alguien se aclaraba la garganta.
- Discúlpame, Nick -dijo Atenea, al ver que no soltaba a ___-. Debes tomar una decisión. ¿Quieres
que te envíe a casa o no?
___ se echó a temblar.
Nick la miró de forma abrasadora y acarició con mucha suavidad su mejilla como si estuviera
saboreando el tacto de su piel.
- Sólo he conocido un hogar en todos los siglos de mi existencia.
___ se mordió el labio mientras los ojos se le llenaban de lágrimas. Iba a abandonarla en ese
mismo momento. Dios santo, sólo rogaba tener la fuerza necesaria para soportar el dolor.
Nick se inclinó y le besó la frente.
- Y es con ___ -susurró sobre su pelo-. Si ella me acepta.
___ puso los ojos en blanco; se sentía tan aliviada que tenía ganas de gritar y reír a la vez,
pero sobre todo quería abrazarlo y retenerlo junto a ella para siempre.
- ¡Jesús, Nick! -exclamó con una apatía totalmente falsa-. No lo sé... Ocupas toda la cama, y
llevas unos boxers espantosos... ¿Crees que voy a poder soportarlo? Si vuelves conmigo tendremos
que hacer que desaparezcan. Y nada de volver a acostarse con los vaqueros puestos por la noche; me
raspan las piernas.
Él soltó una carcajada.
- No te preocupes. Para lo que tengo en mente, el nudismo viene mucho mejor.
La risa de ___ se unió a la suya mientras Nick le tomaba la cara entre las manos.
Al intentar besarla, ella se alejó de forma juguetona.
- ¡Ah, por cierto! ¿Ésta es tu armadura?
Él la miró ceñudo.
- La misma; o al menos lo era.
- ¿Podemos quedárnosla?
- Si tú quieres... ¿por qué?
- Porque... Mmm cariño -ronroneó ___ lanzando una mirada lasciva sobre su fantástico cuerpo-, te
queda de muerte. Si te la pones, te prometo que pasarás un buen rato en la cama cinco o seis veces
al día.
Atenea y Afrodita se rieron al unísono.
Aparecieron en la habitación de ___ con otro de aquellos destellos cegadores; exactamente en la
misma posición que se encontraban cuando Príapo apareció.
- ¡Eh! -exclamó ___ enfadada-. ¿Dónde está la armadura?
Apareció súbitamente junto con el yelmo, la espada y el escudo, en un rincón del dormitorio.
- ¿Ya estás contenta? -le preguntó Nick mientras la acomodaba sobre su pecho.
- Delirante de felicidad.
Alzó la cabeza y la besó de tal forma que ___ se estremeció de la cabeza a los pies y gimió al
sentir la calidez de su boca sobre la suya. Al sentir su cuerpo bajo ella.
Jamás permitiría que volviese a marcharse.
- Por cierto...
Nick se apartó de los labios de ___ con un gruñido y alzó la sábana con rapidez para taparlos a
ambos con ella.
___ la apretó con fuerza a la altura de la barbilla.
- Atenea -dijo Nick-, ¿piensas seguir interrumpiéndonos?
La diosa no parecía avergonzada en lo más mínimo mientras se aproximaba a la cama. Llevaba una
caja dorada en las manos.
- Bueno, es que se me ha olvidado darles una cosa.
- ¿Qué? -preguntaron al unísono con suma irritación.
Antes de que Atenea pudiese contestar, apareció Afrodita.
- Ya lo tengo -le dijo a Atenea antes de quitarle la caja de las manos.
Atenea se desvaneció.
Afrodita se acercó a la cama, dejó la caja al lado de Nick y la abrió.
- Si vas a quedarte en esta época, necesitarás varias cosas: un certificado de nacimiento, un
pasaporte, un permiso de residencia... -Afrodita miró la tarjeta verde y frunció el ceño- No,
espera, esto no lo necesitas. -Y entonces miró a ___-. ¿O sí?
- No, señora.
Afrodita sonrió mientras la tarjeta se evaporaba.
- También hay un carné de conducir pero, si aceptas un consejo maternal, deja que sea ___ quien se
encargue del coche. No te lo tomes a mal, pero eres un completo desastre al volante. -Y suspiró-.
Es una pena que no tengamos un dios para esas cuestiones. Pero qué se le va a hacer. -Cerró la
caja y se la ofreció a su hijo-. Aquí tienes; puedes echarle un vistazo luego.
Cuando Afrodita comenzaba a alejarse, Nick se incorporó en la cama y la cogió de la mano.
- Gracias por todo, madre.
La diosa lo miró con los ojos llenos de lágrimas y le dio unas palmaditas en la mano.
- Siento muchísimo no haberme enterado de lo que les ocurrió a tus hijos hasta que fue demasiado
tarde. No tienes idea de lo mucho que me arrepiento de no haberlo descubierto hasta después de que
Tánatos reclamara sus almas.
Nick le dio un apretón cariñoso.
- ¿Me llamarás si necesitas cualquier cosa? -preguntó la diosa.
- Te llamaré aunque no necesite nada.
Afrodita se llevó la mano de Nick a los labios y la besó mientras sus ojos se clavaban en ___
para, de inmediato, volver de nuevo a su hijo.
- Quiero seis nietos. Como mínimo.
- ¡Eh! -exclamó ___ sacando de la caja un título universitario-. ¿Le has dado un título de
Licenciado en Historia Antigua? ¿Y de Harvard?
Afrodita asintió con la cabeza.
- También hay uno de Lengua y Cultura Clásicas. -Miró a Nick-. No estaba segura de lo que
querrías hacer, por eso he dejado que seas tú quien elija.
- ¿Podemos usarlos de verdad? -preguntó ___.
- Claro que sí. Si miras un poco más abajo encontrarás su certificado de notas.
___ lo hizo y al mirarlo jadeó.
- No es justo, ¡sólo hay matrículas de honor!
- Por supuesto -rezongó Afrodita, un poco indignada-. Mi hijo jamás será un segundón. -Sonrió-.
No me molesté en hacer un certificado de matrimonio. Supuse que querrian encargarse de eso
personalmente. Y tan pronto como Nick decida cuál será su apellido, aparecerá en todos los
documentos. -La diosa rebuscó bajo los papeles y sacó una libreta bancaria-. Por cierto, he
convertido el dinero que tenías en Macedonia en dólares para que puedas usarlo aquí.
___ abrió la libreta y se quedó con la boca abierta.
- ¡Jesús, María y José! ¡Eres asquerosamente rico!
Nick se rió a carcajadas.
- Ya te lo dije, se me daba muy bien lo de conquistar.
Afrodita alargó una mano y el libro donde Nick había estado atrapado apareció entre sus brazos.
- También pensé que te gustaría buscar un lugar seguro donde guardar esto.
Nick se quedó boquiabierto mientras cogía el libro de las manos de su madre.
- ¿Me estás encargando la custodia de Príapo?
Afrodita se encogió de hombros.
- Te mató. No podía dejar que se marchara sin castigarlo de algún modo. Acabará saliendo si es
un buen chico.
___ casi se sentía apenada por el pobre Príapo.
Casi.
Afrodita se inclinó y besó a Nick en la mejilla.
- Siempre te he querido. Pero no he sabido cómo demostrarlo.
Él asintió con la cabeza.
- Supongo que eso suele pasar cuando tu madre es una diosa. No puedes esperar fiestas de cumpleaños
y comidas caseras.
- Eso es cierto, pero te he dado muchos otros regalos que a tu novia parecen gustarle muchísimo.
- Hablando de eso -la interrumpió ___, repentinamente asaltada por un pensamiento-, ¿no podemos
deshacernos de ése que hace que las mujeres se sientan atraídas por él como por un imán?
La diosa la miró con una expresión divertida.
- Niña, mira bien a este hombre. ¿Qué mujer en su sano juicio no lo querría en su cama? Tendría
que dejarlas ciegas a todas o hacer que Nick engordara y se quedara calvo.
- Déjalo, no importa. Acabaré acostumbrándome.
- Eso creo yo.
Afrodita desapareció tras el comentario.
Nick envolvió a ___ entre sus brazos y la acercó a él de nuevo.
- ¿Estás dolorida?
- No, ¿por qué?
- Porque tengo la intención de pasarme el día entero haciéndote el amor.
Ella le mordisqueó la barbilla.
- Mmm, me gusta esa idea...
Nick la besó.
- ¡Ah, espera! -exclamó alejándose de sus labios.
___ frunció el ceño mientras Nick salía de la cama para coger libro, arrojarlo al pasillo y
cerrar la puerta después.
- ¿Qué estás haciendo? -le preguntó ella.
Nick volvió a la cama con su característico andar lento y ágil que la dejaba sin aliento y
conseguía encenderla. Trepó al lecho con la misma gracia que un animal salvaje, desnudo y
sigiloso, y recorrió su cuerpo con una mirada lujuriosa y ardiente.
- Puede escuchar todo lo que decimos. Y, personalmente, no quiero tenerlo al lado mientras hago
esto.
___ jadeó cuando Nick la puso de costado, acercándola a él.
- O esto -siguió él, deslizando una mano entre sus muslos y acariciándola con manos expertas.
Se acurrucó contra la espalda de ___.
- Y sobre todo, no quiero que escuche esto.
Enterró sus labios en el cuello de ___ mientras deslizaba la mano por el interior de sus muslos
para separarle las piernas e introducirse en ella hasta el fondo.
___ gimió de satisfacción.
- He estado esperándote dos mil años, ___ Alexander -le susurró al oído-, y cada segundo de
espera ha merecido la pena.

No hay comentarios:

Publicar un comentario