lunes, 28 de noviembre de 2011

Abrazo Nocturno. Capitulo 1 (novela con Nick)

Los fuegos rugientes del pueblo ardían a gran altura en la noche, lamiendo el cielo oscuro como serpientes enroscándose a través del terciopelo negro. El humo flotó en el aire a través de la oscuridad brumosa, acre con el perfume de muerte y venganza.

La vista y el olor deberían traer alegría para Nick.

No lo hizo.

Nada le traería alegría otra vez.

Nada.

La amarga agonía que fluía dentro de él lo dejaba incapacitado. Debilitado. Era más de lo que podía soportar y ese pensamiento era casi suficiente como para hacerle reír.

O maldecir.

Aye, él maldijo desde el intolerable peso de su dolor.

Uno por uno, él había perdido a cada ser humano en la tierra que alguna vez había significado algo para él.

Todos ellos.

A los siete años, se había quedado huérfano y con la pesada responsabilidad de cuidar a su hermana recién nacida. Sin un lugar a donde ir e incapaz de alimentarla, había regresado al clan que una vez había sido liderado por su madre.

Un clan que había desterrado a sus padres antes de su nacimiento.

Su tío había estado en su primer año como rey cuando Nick ingresó a la fuerza en su gran salón.

A regañadientes el rey lo había aceptado a él y a Ceara, pero su clan nunca lo había hecho.

No, hasta que Nick los forzó a ello.

Ellos no respetaban su ascendencia, pero Nick les había hecho respetar su espada y temperamento. Respetar su voluntad para mutilar o matar violentamente a cualquiera que lo insultara.

Cuando alcanzó su edad viril, nadie se atrevía a desafiarlo para burlarse de su nacimiento o impugnar el recuerdo de su madre o su honor.

Había crecido dentro de las tropas de guerreros y había aprendido todo lo que podía acerca de armas, peleas, y liderazgo.

Al final, había sido unánimemente votado como el sucesor de su tío por las mismas personas que una vez se habían burlado de él.

Como el heredero, Nick había permanecido al lado derecho de su tío, protegiéndolo implacablemente hasta que una emboscada enemiga los había cogido desprevenidos.

Herido y agonizando, Nick había sostenido en sus brazos a su tío Idiag mientras moría de sus heridas.

-Cuida a mi esposa y a Ceara, chico -su tío murmuró antes de morir-. No me hagas lamentar el haberte aceptado.

Nick lo prometió. Pero unos pocos meses más tarde, encontró a su tía violada y asesinada por sus enemigos. El cuerpo profanado y dejado como presa para los animales.

Menos de un año después, él acunaría contra su pecho a su preciosa esposa, Nynia, mientras ella exhalaba su último aliento dejándolo totalmente solo, despojado de su tierno y reconfortante contacto.

Ella había sido su mundo.

Su corazón.

Su alma.

Sin ella, él ya no tenía deseos de vivir.

Con su espíritu tan quebrado como su corazón, había colocado a su hijo nacido muerto en los brazos sin vida de ella y los había sepultado a los dos juntos al lado del lago donde él y Nynia habían jugado cuando niños.

Luego, había hecho como le enseñaran su madre y su tío.

Había sobrevivido para dirigir a su clan.

Dejando a un lado su amargura, había vivido sólo para el bienestar del clan.

Como un cacique, había derramado bastante sangre como para llenar el mar rugiente y había recibido incontables heridas en su carne por su gente. Condujo a su clan hacia la gloria en contra de todos los clanes del centro y del norte que habían tratado de conquistarlos. Con casi toda su familia muerta, le había dado a su clan todo lo que tenía. Su lealtad. Su amor.

Él aun les había ofrecido su vida para protegerlos de los dioses.

Y en un latido, los miembros del clan habían tomado lo último en la tierra que había amado.

Ceara.

Su apreciada hermana pequeña por la que él había jurado a su madre, padre, y tío que la protegería a cualquier precio. Ceara con dorados cabellos y risueños ojos ámbar. Tan joven. Tan amable y confiada.

Para satisfacer la ambición egoísta de uno, su clan la había matado violentamente ante sus ojos mientras él yacía atado, incapacitado para detenerlos.

Ella había muerto llamándole para que la ayudara.

Sus gritos horrorizados todavía sonaban en sus oídos.

Después de la ejecución, el clan se había vuelto contra él y le había quitado la existencia igualmente. Pero la muerte a Nick no le había aliviado. Él había sentido sólo culpa. Culpa y la necesidad para enmendar los agravios hechos contra su familia.

Esa necesidad vengativa había transcendido todo, aún la muerte misma.

-¡Que los dioses los condenen a todos ustedes! -Nick atronó a la ardiente aldea.

-Los dioses no nos condenan, nos condenamos nosotros mismos con nuestras palabras y acciones.

Nick dio la vuelta abruptamente a la voz detrás de él para ver a un hombre vestido todo de negro. Llegando a la pequeña subida, este hombre era diferente a cualquiera que él hubiera visto antes.
El viento de la noche formaba remolinos alrededor de la figura, ondulando la capa tejida mientras
caminaba con una gran vara retorcida de guerrero, sostenida en su mano izquierda. La oscura y
antigua madera de roble tenía tallados símbolos y la parte superior estaba decorada con plumas
sostenidas por un cordón de cuero.

La luz de la luna bailaba sobre el cabello negro que llevaba peinado en tres largas trenzas.

Sus ojos plateados y brillantes parecían cambiar como una misteriosa niebla. Esos ojos encendidos
eran extraños y escalofriantes.

Parado tenía la medida de un gigante. Nick nunca antes había tenido que levantar la mirada ante
nadie y este extraño tenía la altura de una montaña. No fue hasta que el hombre se acercó, que
Nick se percató que era sólo unos centímetros más alto y no tan mayor como al principio le
pareció. Ciertamente, su estilo era el de un joven que estaba en el precioso umbral entre la
adolescencia y la madurez.

Hasta que uno lo veía más de cerca. Allí, en los ojos del desconocido, yacía la sabiduría de
los años. Éste no era un muchacho, era un guerrero que había peleado duro y había visto
demasiado.

-¿Quién es usted? -preguntó Nick.

-Soy Acheron Parthenopaeus -dijo con acento extraño pero perfectamente en la lengua céltica natal
de Nick. Fui enviado por Artemisa para entrenarte para tu vida nueva.

La Diosa griega había dicho a Nick que esperara a este hombre que había vagado por la tierra desde
tiempos inmemoriales.
-¿Y qué me enseñará usted a mí, hechicero?

-Te enseñaré a matar violentamente a los Daimons que cazan en la humanidad desventurada. Te
enseñaré a esconderte durante el día a fin de que los rayos del sol no te maten. Te mostraré
como hablar sin revelar tus colmillos a los hombres y todo lo demás que necesites saber para
sobrevivir.

Nick rió amargamente mientras un dolor cegador lo atravesaba otra vez. Estaba tan adolorido y
herido que escasamente podía respirar. Todo lo que quería era paz.

Su familia.

Y ellos ya se habían ido.

Sin ellos, él ya no tenía deseos de sobrevivir. No, él no podía vivir con este peso en el
corazón.

Miró a Acheron.

-Dígame, Hechicero, hay algún hechizo que pueda terminar con la agonía de esta maldición.

Acheron le lanzó una mirada dura.

-Sí, Celta. Yo te mostraré como enterrar el dolor tan profundamente que no te molestará nunca
más, pero ten en cuenta que nada es dado libremente y ninguna cosa dura para siempre. Un día algo
vendrá para hacerte sentir otra vez y con ello vendrá todo el dolor del tiempo sobre ti. Todo lo
que has escondido saldrá y no sólo podría destruirte, sino a cualquiera cerca de ti.

Nick ignoró esa última parte. Todo lo que quería por ahora era un día en donde su corazón no
estuviera quebrado. Un momento libre de su tormento. Estaba dispuesto a pagar cualquier precio por
eso.

-¿Está seguro que no sentiré nada?

Acheron asintió.

-Te lo puedo enseñar sólo si me escuchas.
-Entonces enséñeme bien, Hechicero... Enséñeme bien.

Era una de esas noches. Del tipo que le hacía preguntarse a __________ Runningwolf por qué se
había tomado la molestia de dejar su loft.



¿Cuántas veces puede perderse una persona en una ciudad en donde ha vivido toda su vida?

El número parecía infinito.

Por supuesto, ayudaría si ella pudiera concentrase, pero su atención tenía la duración de una
pulga enferma.

No, realmente ella tenía la atención de un artista, que rara vez se quedaba enfocada en el aquí y
ahora. Como un tiro de honda fuera de control, sus pensamientos iban a la deriva de un tema a otro y
luego hacia atrás otra vez. Su mente constantemente estaba vagando y repasando rápidamente nuevas
ideas y técnicas, la novedad del mundo a su alrededor y cómo capturarlo mejor.

Para ella había belleza en todas partes y en cada pequeña cosa. Era su trabajo mostrar esa belleza
a los demás.

Y ese edificio que estaban construyendo, dos o tres, tal vez cuatro calles más allá, la había
distraído y llevado a pensar sobre nuevos diseños para su alfarería mientras vagaba a través del
Barrio Francés hacia su cafetería favorita en St. Anne.

No es que ella bebiese esa cosa nociva. Ella lo odiaba. Pero el retro-beatnik[1] Stain Café, tenía
bonitas ilustraciones en las paredes y sus amistades eran partidarias de beber litros de ese
líquido.

Esta noche ella y Trina iban a acercarse...

Su mente regresó al edificio.
Sacando su bloc de dibujo, hizo algunas notas más y dobló a la derecha, hacia un callejón
pequeño.

Caminó dos pasos, y dio contra una pared.

Sólo que no era una pared, se percató, mientras dos brazos la envolvían para evitar que
tropezara.

Al mirar hacia arriba, se congeló.

¡Ay, Caramba[2] ! Se quedó con la mirada fija en una cara tan bien formada que dudaba que ni
siquiera un escultor griego pudiera hacerle justicia.

Su pelo color trigo parecía resplandecer en la noche y los planos de su cara...

Perfecta. Simplemente perfecta. Totalmente simétrica. «Wow».

Sin pensar, le agarró la barbilla y volteó su cara para verla de diferentes ángulos.

No, no era una ilusión óptica. No importaba el ángulo, sus rasgos eran la perfección encarnada.

«Wow», otra vez. Absolutamente perfecto.

Ella necesitaba esbozar esto.

No. Óleo. Los oleos serían mejores.

¡Las pinturas al pastel!

-¿Está bien? -preguntó él.

-Estoy bien -contestó-. Lo siento. No le vi parado allí. ¿Pero sabe usted que su cara es
euritmia[3] pura?

Él le dio una sonrisa con los labios apretados mientras palmeaba el hombro de su capa roja.

-Sí, lo sabía. ¿Y sabía usted, pequeña Caperucita Roja que el gran lobo malo está afuera esta
noche y está hambriento?

¿Qué era eso?

Ella hablaba de arte y él...

El pensamiento se desvaneció en cuanto se percató que el hombre no estaba solo.
Había cuatro hombres más y una mujer. Todos insanamente bellos. Y los seis la miraban como si ella
fuera un bocado sabroso.

Uh-Oh.

Su garganta quedó seca.

__________ dio un paso hacia atrás mientras todos los sentidos de su cuerpo le decían que
corriera.

Se movieron aún más cerca, acorralándola entre ellos.

-Ahora, ahora, Pequeña Caperucita Roja -dijo el primero.-¿No querrás irte tan pronto, verdad?

-Um, sí -dijo ella, preparada para pelear. Poco sabían ellos, que una mujer que acostumbraba salir
con motoqueros, estaba más que capacitada para dar un rápido golpe cuando lo necesitaba. -Pienso
que sería una muy buena idea.

Él la trató de alcanzar.

Salido de ninguna parte algo circular pasó como un rayo por su cara, rozando su brazo extendido. El
hombre maldijo mientras se acercaba el brazo sangrante a su pecho. La cosa rebotó como el
chakram[4] de Xena, y regresó a la entrada del callejón donde una sombra la atrapó.

__________ miró boquiabierta el contorno de un hombre. Vestido todo de negro, estaba parado con sus
piernas separadas con la postura de un guerrero mientras su arma brilló con maldad en la tenue luz.

Si bien ella no podía ver nada de su cara, su aura cambiante era gigantesca, otorgándole una
presencia tan sorprendente como poderosa.

Este nuevo desconocido era peligroso.

Mortalmente.

Una sombra letal simplemente aguardando para golpear.
Él se mantuvo silencioso, mirando a sus asaltantes, el arma sostenida despreocupadamente, pero en
cierta forma amenazadora, en su mano izquierda.

Luego, el caos total se manifestó mientras los hombres que la rodeaban se apresuraban al recién
llegado...

Nick toco con el dedo la empuñadura de su puñal celta y plegó las tres aspas en una sola daga.
Trató de acercarse a la mujer, pero los Daimons le atacaron en masa. Normalmente, él no tendría
problema en absoluto en destruirlos, pero el código de los Cazadores Oscuros le prohibía revelar
sus poderes a un humano no iniciado.

Maldición.

Por un segundo, consideró convocar a la niebla para ocultarlos, pero eso haría la pelea con los
Daimons más dificultosa.

No, no les podía dar ninguna ventaja. En tanto la mujer estuviera allí, debería pelear con sus
manos atadas a la espalda, y darle la fuerza sobrehumana y el poder a los Daimons, no era algo bueno
para nada. Sin duda por eso era que lo estaban atacando.

Por una vez ellos realmente tenían una posibilidad contra él.

-Corre -le ordenó a la mujer humana.

Ella comenzó a obedecerle cuando uno de los Daimons la agarró. Con una patada a la ingle y un
fuerte golpe en la espalda cuando se dobló, dejó caer al Daimon y corrió.

Nick arqueó una ceja ante su movimiento. Suave, muy suave. Él siempre había apreciado a una mujer
que podía cuidarse a sí misma.
Usando sus poderes de Dark Hunter, convocó una pared de niebla detrás de ella para escudarla de
los Daimons, quienes ahora se habían enfocado más en él.

-Finalmente -dijo al grupo-. Por fin solos.

El que parecía ser el líder lo atacó. Nick usó su telequinesia para levantar al Daimon, hacerle
girar patas arriba, y golpearlo contra una pared.

Dos más se acercaron.

Nick atrapó a uno con su puñal celta, y al otro le dio con la rodilla.
Se deshizo de dos de ellos fácilmente y estaba alcanzando a otro cuando advirtió que el más alto
de ellos corría tras la mujer.
La distracción momentánea le costó que otro Daimon lo atacara y lo golpeara en el plexo solar. La
fuerza del golpe lo tiró para atrás, cayendo.
Nick rodó por el golpe, y saltó para pararse.

-¡Ahora! -gritó la mujer Daimon.
Antes que Nick pudiera pararse completamente, otro Daimon lo agarró por la cintura y lo apartó de
un empujón hacia atrás, hacia la calle.
Directamente frente al camino de un vehículo gigantesco que iba tan rápido que ni siquiera pudo
identificarlo. Algo que asumió era la parrilla de éste que golpeó su pierna derecha, haciéndola
pedazos instantáneamente.
Tirándolo hacia adelante, sobre el pavimento.
Nick rodó aproximadamente cuarenta y cinco metros, hasta quedar sobre su estómago bajo una luz de
la calle mientras el vehículo oscuro seguía alocadamente calle abajo, fuera de la vista. Estaba
tirado con la mejilla izquierda sobre el asfalto y sus manos extendidas a los costados.
El cuerpo entero le dolía y palpitaba y apenas podía moverse de dolor. Peor, su cabeza le latía
mientras luchaba por mantenerse consciente.

Hacerlo era difícil.

Un Dark Hunter inconsciente era un Cazador muerto. La quinta regla del manual de Acheron vino a su
mente. Debía mantenerse despierto.

Con sus poderes decreciendo por el dolor de sus lesiones, el escudo de niebla empezó a disiparse.

Nick maldijo. En todo momento, cuando empezaba a sentir cualquier tipo de emoción negativa, sus
poderes disminuían. Esa era otra de las razones por lo cual las mantenía férreamente guardadas.

Las emociones eran mortales para él, en más de una forma.

Lentamente, cuidadosamente, Nick se paró en sus pies en el mismo momento que veía a los Daimons
escapando por otro callejón. No había nada que pudiera hacer acerca de eso. Él nunca los
atraparía en su condición actual, y aún si lo hiciera, lo peor que les podía hacer sería
sangrar sobre ellos.

Por supuesto, la sangre de los Cazadores Oscuros era venenosa para los Daimons...

Mierda. Él nunca antes había fallado.

Apretando los dientes, Nick luchó contra el mareo que lo consumía.

La mujer a la que había salvado corrió hacia él. Por la apariencia confundida en su cara, podía
decir que ella no estaba segura de cómo ayudarle.

Ahora que la podía ver más de cerca, se quedó prendado de su cara de duendecillo. Fuego e
inteligencia ardían profundamente en sus grandes ojos oscuros.
Ella le recordó a Morrigan, la diosa oscura a la que le había jurado su espada y lealtad tantos
siglos atrás, cuándo él había sido humano.

Su largo pelo negro lacio caía en trenzas de todos los tamaños alrededor de su cabeza. Tenía una
mancha de carbón vegetal a través de una mejilla. Impulsivamente, pasó su mano sobre ella y la
retiró de su cara.

La piel era tan suave, tan cálida, y olía a algo como patchouli y trementina. Qué combinación
tan rara. . .

-¿Oh mi Dios, estás bien? -preguntó la mujer.

-Sí -dijo Nick quedamente.

-Llamaré una ambulancia.

-Nay -dijo Nick en su propia lengua, su cuerpo protestando el gesto. -Ninguna ambulancia -agregó en
inglés.

La mujer frunció el ceño.

-Pero estás muy herido. . .

Él encontró su mirada.

-Ninguna ambulancia.

Le miró arrugando el ceño hasta que una luz apareció en sus ojos inteligentes, como si ella
hubiera tenido una revelación.

-¿Eres un extranjero ilegal? -murmuró.

Nick se agarró de la única excusa que le podía dar. Con su acento pesado, antiguo celta era
natural asumirlo. Asintió.

-Ok - murmuró ella al oído de él mientras le palmeaba amablemente en el brazo-. Te cuidaré sin
una ambulancia.

Nick se forzó a sí mismo a quitarse de la luz de la lámpara que le lastimaba sus sensibles ojos
claros. Su pierna quebrada protestó, pero la ignoró. Cojeó hasta apoyarse contra una
construcción de ladrillos en donde pudo quitar la presión de la pierna dañada. Otra vez el mundo
se inclinó.
Demonios. Necesitaba ir a algún lugar seguro. Aún era temprano en la noche, pero lo último que
necesitaba era estar atrapado en la ciudad después de la salida del sol. Cuando a un Dark Hunter lo
hieren, él o ella sentía un antinatural estado de letargo. Era una necesidad que le hacía
peligrosamente vulnerable si no llegaba a casa pronto.

Sacó su teléfono celular para notificar a Liam Gautier que estaba herido, y rápidamente se
enteró que su teléfono, a diferencia de él, no era inmortal. Estaba hecho pedazos.

-Aquí -dijo la mujer, moviéndose al lado de él-. Déjame ayudarte.

Nick clavó los ojos en ella. Nadie extraño ninguna vez le había ayudado. Él estaba acostumbrado
a pelear sus propias batallas incluso después que lo habían dejado solo.

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